Pequeña Gran Competencia

Capítulo 6: Bienvenidos a Golden Seeds (y a la locura)

Narrado por: Rachel

El autobús escolar olía a galletas rancias, crayones derretidos y nervios precompetencia. Era como subirse a una cápsula del tiempo llena de gritos.

Me senté en la penúltima fila, con los audífonos puestos aunque no tuviera música. Autodefensa emocional.

Roscoe se subió cinco minutos tarde, como siempre, con esa actitud de “me da igual pero sé que luzco bien”. Se dejó caer en el asiento justo detrás de mí.

—¿Me extrañaste? —dijo, como si fuera gracioso.

—Solo extrañé el silencio —respondí sin mirarlo.

—Yo también lo extraño. Desde que llegaste, la paz dejó de existir.

—¿Sabes qué más va a dejar de existir? Tu nariz, si sigues hablando.

Miles, que iba sentado con Merly al frente, se volteó y gritó:

—¿Sabían que el autobús escolar promedio alcanza una velocidad máxima de 89 km/h, pero este solo llega a 72 porque el motor tiene un silenciador modificado?

—¿Y sabías que con la velocidad que va, no vamos a llegar nunca y me voy a convertir en fósil antes de que empiece el campamento? —dijo Roscoe, medio desesperado.

Merly lanzó su balón hacia atrás y golpeó a Roscoe en la nuca.

—¡Listo! Ya estás oficialmente inscrito en el club de los “golpeados por amor”.

—¿Por amor? —preguntó Roscoe, sobándose.

—Así se llama el club. Lo fundé yo. Rachel será la siguiente.

Me giré hacia ella.

—¿Qué clase de club es ese?

—Uno con sus reglas muy claras —respondió Merly—. Si pegas, te gusta. Si molestas, te gusta más.

Roscoe me miró. Yo lo miré. Los dos giramos la cabeza al mismo tiempo para ver por la ventana.

Silencio incómodo número 38.

...

Al llegar al campamento, el panorama parecía de postal: bosque alto, cabañas de madera, un lago brillante, y un cartel colorido que decía:

¡BIENVENIDOS A GOLDEN SEEDS!
“Donde florecen mentes y se fortalecen corazones”

Qué cursi. Casi me da una urticaria.

Nos guiaron a nuestras cabañas. Rachel y Merly compartirían habitación. Roscoe y Miles, otra. Y, por supuesto, las cabañas de los niñeros estaban separadas, pero suficientemente cerca como para oír los gritos si uno prendía fuego sin querer.

—Huele a bosque, a savia… y a posibles alergias —dije mientras entrábamos.

—Huele a mi libertad muriendo poco a poco —respondió Roscoe, estirando los brazos.

Beverly apareció justo en ese momento, vestida con pants color pastel, cargando una botella de agua como si fuera una antorcha olímpica.

—Oh, Rachel, qué bien verte instalada. Espero que estés preparada para la competencia —dijo con voz empalagosa.

—Más preparada que tú cuando olvidaste que Panamá no está en Sudamérica.

—Eso fue una falla estratégica —dijo Beverly, fingiendo una sonrisa—. Pero al menos no confundí Lituania con un perfume.

—¡Lituania suena delicioso! —intervino Merly—. Yo usaría un perfume así.

Miles intervino desde su litera.

—Dato curioso: Lituania fue el primer país en declarar su independencia de la Unión Soviética en 1990.

Todos lo ignoramos con cariño.

Esa tarde hubo recorrido de bienvenida. Los guías explicaron las áreas: comedor, campo de juegos, zona de fogata, zona de retos físicos, biblioteca portátil (Miles chilló de emoción)… y la “zona misteriosa” donde ocurriría la gran búsqueda del tesoro el último día.

Después, nos dieron tiempo libre. Rachel y Roscoe estaban sentados juntos sin hablar demasiado, observando cómo los mellizos organizaban una carrera improvisada entre piedras y conos de tráfico.

—Entonces… ¿estás lista para perder en la competencia? —preguntó Roscoe, rompiendo el silencio.

—¿Perder? ¿Contigo como apoyo moral? Seguro vamos a brillar… en el hospital.

—Ja, ja. Muy graciosa. ¿Ya pensaste en qué te vas a tatuar cuando pierdas?

—¿Quién dijo que me iba a tatuar?

—Yo. Lo acabo de inventar. Es parte del castigo por perder.

—Perfecto. Si pierdes tú, tendrás que declararme tu amor frente a todo el campamento con altavoz.

Roscoe se quedó callado. Luego sonrió.

—¿Y si lo hago aunque no pierda?

Rachel parpadeó. El tono de broma se sintió… diferente.
Ella se levantó rápidamente.

—Voy a ver si Miles ya no está leyendo la enciclopedia boca abajo.

Roscoe la siguió con la mirada, con una sonrisa más real.

Esa noche, la fogata iluminó los rostros emocionados de los niños. Hubo malvaviscos, juegos de adivinanzas y una historia de terror mal contada por un guía que tenía más miedo que nosotros.

Rachel y Roscoe estaban sentados a pocos metros, intercambiando comentarios sarcásticos en voz baja, lanzándose miradas que no sabían explicar todavía.

Y así terminó el primer día en el campamento.

Con un poco de humo, algo de nervios… y una chispa que nadie quería admitir.




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