Pequeña Gran Competencia

Capítulo 10: Escape Room, trampa y... ¿protección inesperada?

Narrado por: Rachel

Día dos de competencia.

Yo tenía sueño, ansiedad y un croissant medio congelado en la mano.

Miles tenía tres lápices, dos planillas llenas de cálculos y una lista titulada “Cómo no morir en un reto de lógica”.

—Punto número uno: no entrar en pánico —me leyó mientras caminábamos hacia el campo de pruebas.

—¿Cuál es el punto número dos?

—No confiar en nadie que use trenzas tan ajustadas como Beverly.

Sabio.

...

El reto del día era una especie de Escape Room gigante, montado en el gimnasio del campamento.

Cuatro equipos competirían al mismo tiempo. Solo uno saldría primero. Solo ese ganaría los puntos completos.

La directora anunció los grupos, con cartelones hechos por los niños:

Equipo 1: Rachel y Miles
Equipo 2: Beverly y Nico
Equipo 3: Leo y Sofi (los gemelos gritonasaurios)
Equipo 4: Tania y Bruno (la niña ultra metódica y el niño que solo vino por los snacks)

Cada equipo tenía su esquina, con un set de pistas distintas y una caja fuerte electrónica que contenía la "clave de salida".

Roscoe, Merly y los demás nos observaban desde las gradas como si fuera la final del mundial.

—¡NO FALLEEEN! —gritó Merly.

—¡SIN PRESIÓN! —añadió Roscoe, sonriendo con descaro.

Beverly giró el cuello como un robot.

—Qué bueno que están aquí, así pueden ver cómo se juega con inteligencia real.

Miles le sonrió con inocencia:

—¿Sabías que las personas más inteligentes no lo anuncian tanto?

Y entramos.

...

El cuarto estaba decorado con estantes falsos, libros numerados, una pared llena de relojes y cajas con candados.

—Bien, piensa rápido —dije—. Tenemos símbolos, colores y números.

Miles ya escaneaba el lugar como si fuera la NASA.

—Los relojes están todos en horas diferentes. Quizás el orden indica la secuencia del código. Y los libros están en números primos. ¿Ves eso?

—Claro que veo eso —mentí.

Beverly, desde su zona, hablaba muy bajito con Nico. Demasiado bajito.

A los cinco minutos, Miles y yo teníamos tres pistas resueltas. Estábamos por abrir una caja cuando la luz parpadeó misteriosamente.

—Eso no estaba planeado —susurré.

Cuando volvió la luz, nuestra caja tenía un candado diferente.

—¡Alguien lo cambió! —grité.

Miles abrió los ojos como platos.

—¡Nos cambiaron el candado! ¡Rachel, esto no es parte del juego!

Vi de reojo: Beverly había regresado a su zona y fingía leer una pista en voz alta.

Tramposa. Nivel villana de videojuego.

—No importa —dije apretando los dientes—. ¡Vamos a resolverlo igual!

...

Pasaron 15 minutos más. Tania y Bruno no podían ponerse de acuerdo ni en el color del piso. Leo y Sofi gritaban entre ellos cosas como “¡Esa pista la vi yo primero, mentirosa!” y “¡Te voy a cambiar por otro hermano!”. Beverly tenía medio juego armado, aunque de manera sospechosamente rápida.

Pero Miles y yo... nos sincronizamos.

—¿Cuál es el código de Fibonacci? —me preguntó.

—0, 1, 1, 2, 3, 5, 8...

—¡Ocho! ¡Es la clave!

Y así, clic, abrimos la caja final.

Un botón apareció. Lo presionamos.
Una luz se encendió sobre nosotros.

¡EQUIPO 1 TERMINA EL JUEGO! ¡PRIMER LUGAR!

Las gradas aplaudieron.

Roscoe gritó:

—¡SIIIIIIII! ¡ESO ES, CEREBRITOS LOCOS!

Merly lanzó confeti. No sé de dónde lo sacó. Ni por qué tenía una bocina de aplausos.

Beverly llegó dos minutos después. Su cara... ardía.

—Qué conveniente que justo ustedes lo resolvieran —dijo con tono seco.

—Qué conveniente que justo tú sabías cómo era nuestro candado original —respondí, con una ceja en alto.

Nico se alejó de ella lentamente. Sospechosamente.

La directora se acercó.

—Beverly, no vi nada… pero si ocurre algo extraño en la próxima prueba, quedarán descalificados.

Beverly sonrió con los dientes apretados.

—No habrá nada extraño. Solo justicia.

...

Esa tarde, mientras Rachel caminaba rumbo a las cabañas, Roscoe la alcanzó.

—Buen trabajo, genio.

—¿Así me vas a llamar ahora? ¿Genio?

—Es eso o “asesina de egos ajenos”. Tú eliges.

Rachel se cruzó de brazos.

—¿No ibas a burlarte porque fui toda nerd con Miles?

Roscoe la miró.

—Te veías... segura. Concentrada. Inteligente. Fue... atractivo, la verdad.

Ella se congeló. Literalmente. Como si alguien hubiera pulsado “pausa”.

—¿Qué?

—Nada. Olvídalo. Lo dije con... sentido competitivo.

—Ajá...

Rachel se fue, pero con una sonrisa que no pudo borrar.

Y Roscoe... la miró alejarse.

Y esa fue la primera vez que no quiso que se callara.




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