Pequeña Gran Competencia

Capítulo 17: Ciudad, caos y cosas no dichas

Narrado por: Rachel

Volver a la ciudad después del campamento fue como pasar de una película de aventuras a un capítulo aburrido de “Vida Real™”.

Todo se sentía más plano, más lento, más... sin lodo.

Excepto por los mellizos.

Porque, sorpresa: la Sra. Harrison nos ofreció seguir cuidando a Merly y Miles durante el resto del verano. Según ella, “los niños se encariñaron”. Según nosotros… era una trampa con pago decente.

—¿Te imaginas sobrevivir dos semanas más con ellos? —le pregunté a Roscoe el primer día de regreso.

—Después de que casi morir en las pruebas del campamento, todo me parece liviano.

—No todo. Hoy rompieron una piñata sin dulce adentro… solo para ver qué pasaba.

—Estaban probando la hipótesis de la decepción anticipada. Lo dijeron en voz alta.

...

Casa de los Harrison – día 2 post campamento

Miles corría en calzones con una capa de toalla y gritaba “¡Soy el superomegaquantumdelespacio!” mientras Merly pegaba stickers en todos los electrodomésticos para “decorarlos emocionalmente”.

Yo trataba de ayudar a Roscoe a poner orden.
Él intentaba meter a Miles en una camiseta.

—¿Por qué no se deja vestir?

—Dice que la tela interfiere con sus poderes.

—¿Qué poderes?

—Los que inventó ayer.

Mientras él forcejeaba con Miles, yo vi cómo Merly intentaba atarle una cuerda al microondas.

—¿Qué haces?

—Lo estoy entrenando para que no explote cuando haga palomitas.

Suspiré. Fuerte.

Y luego, sin querer, lo miré a él.

A Roscoe. Sonriendo, todo despeinado. Riéndose mientras corría detrás del niño volador.

Y fue en ese segundo exacto que pensé:
Me gusta este idiota.

Y no era el “me gusta” tipo “eres gracioso y divertido”.

Era el que duele. El que te hace tragar saliva.

Ups.

...

Más tarde, cuando por fin los mellizos se durmieron (gracias a una historia inventada sobre ranas telepáticas y un acertijo que solo Miles entendió), Roscoe y yo salimos al jardín trasero.

—Están locos —dije, dejándome caer en una silla.

—Sí, pero me caen bien.

—A mí también. Es raro, ¿no?

Silencio.

Hasta que él dijo:

—También me caes bien tú.

Lo miré.

Y él agregó, rápido:

—O sea… me gustas. Me gustas, Rachel. Desde que entraste a la entrevista con cara de “quiero sabotear esto” y luego me ganaste en sarcasmo nivel experto.

Yo me congelé.

—Vaya… —dije.

—Vaya qué. ¿Vaya “tú también me gustas”? ¿O “vaya, qué espanto”?

—Vaya… que no sé por qué te tomó tanto darte cuenta.

Se quedó callado.

Y entonces, con toda la torpeza posible, me dio una galleta.

—No tengo flores. Pero tengo esto. Es de avena.

—Acepto. Con avena y todo.

Nos reímos. De ese tipo de risa que te da cuando todo está por empezar… y ya no quieres huir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.