Narrado por: Rachel
La idea fue de Miles.
—Quiero ir al museo —dijo con su mejor cara de “si no vamos, denunciaré esta casa al comité internacional del aburrimiento”.
—¿Estás seguro? —preguntó Merly, rodando los ojos—. ¿Museo tipo “cosas viejas bajo vidrio”? ¿O museo tipo “tienen toboganes y pizza”?
—El primero —respondió Miles con emoción—. Quiero ver los fósiles, los minerales y las réplicas exactas del Tyrannosaurus rex. ¿Sabías que tenía visión binocular y podía oler presas a kilómetros?
Merly levantó la mano.
—Yo voto por el tipo de museo donde hay trampolines y no hay placas con letras chiquitas.
Pero la democracia perdió ese día.
Y ahí estábamos: yo, Roscoe, Miles y Merly frente al Museo de Ciencias Naturales, con mochilas pequeñas, snacks de emergencia y una promesa de no gritar en la sala de los dinosaurios.
Spoiler: fallamos rotundamente.
...
Sala de Paleontología
Miles se quedó pegado al primer esqueleto que vio.
—¡Este es un stegosaurus! ¿Sabías que sus placas dorsales estaban conectadas a su sistema circulatorio? ¡Posiblemente cambiaban de color!
—Increíble —dijo Roscoe, fingiendo interés mientras bostezaba detrás de él.
—¡Miren este! ¡Este cráneo pertenece a un albertosaurio! ¡Era más ágil que el T-rex! —gritó Miles, saltando en su lugar.
—Voy a desmayarme en tres… dos… uno… —murmuró Merly, tirándose sobre una banca.
Yo me senté junto a ella.
—¿Estás bien?
—Estoy en coma visual. Hay demasiadas letras chiquitas. Y cero pelotas.
...
Sala de geología
Miles tocaba las pantallas interactivas con devoción religiosa.
—¿Puedo vivir aquí? ¿Creen que me dejen dormir en la sala de los meteoritos?
—¿Y si te escondes dentro de una vitrina? —propuso Roscoe.
—¡Acepto el reto!
Yo los miré a ambos y luego a Merly… que claramente estaba planeando una fuga.
—¿Y tú qué haces? —le pregunté.
—Estoy tratando de usar telepatía para que aparezca un parque aquí cerca. O por lo menos una ardilla con patines.
—
Después de dos horas y media, la decisión fue unánime (incluso por parte del obsesionado Miles):
Íbamos al parque.
No porque el museo fuera malo.
Sino porque Merly amenazó con fingir un desmayo dramático… y Roscoe dijo que no podía cargarla si eso pasaba porque “tengo la espalda emocionalmente sensible”.
...
Parque Central – 3:17 p.m.
Merly corrió directo a los columpios como si le hubieran recargado las pilas.
Miles se sentó con un libro de ciencia que había comprado en la tienda del museo.
Roscoe y yo… nos sentamos en una banca bajo la sombra.
—Bueno, eso fue… agotador —dije, estirándome.
—Y educativo —añadió él, comiéndose la mitad de mi galleta.
—¿Sabías que el T-rex podía correr a 27 km/h? —preguntó Miles desde el césped.
—¿Sabías que yo me quedé sin galleta por culpa de Roscoe? —grité de vuelta.
Él me lanzó media sonrisa.
—Es mi forma de pagarte por hacerme aguantar datos de dinosaurios durante tres salas seguidas.
—Entonces prepárate —le advertí—. Porque mañana toca día de arte y manualidades. Y adivina quién trajo brillantina.
—No… —susurró, horrorizado.
—Sí —respondí, malvada.
Y en ese momento, entre risas, sol y columpios chillando a lo lejos, sentí algo que no se siente todos los días:
Paz. De la buena.
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Editado: 29.09.2025