Capítulo tres: Globos y chicos tímidos
—Entonces... —dudó él, luego de escuchar todo nuestro relato—. ¿No irán a la fiesta? —preguntó Dylan finalmente.
Su frente se arrugó al tiempo que sus brazos se cruzaron en su pecho.
—Yo sí, Nicky no. —respondió con un alto nivel frustración Emma.
No entendía por qué Emma estaba molesta, al principio ella no quería ir a la dichosa fiesta que era siempre una de las más esperadas cada año por los estudiantes del Lincoln.
Sin embargo, aunque ella no lo dijera, yo lo sabía, la razón para que ella estuviera tan interesada de ir tenía nombre, apellido, ojos un tanto azules, cabello castaño claro y una sonrisa tímida.
Sophie no había conseguido que mis padres nos dejaran ir a la fiesta, aunque eso no iba a impedir que ella fuera y no era que yo quisiera ir, pero tampoco me apetecía estar en la dichosa cena con personas que no conocía o recordaba.
¿Fiesta con ebrios o cena con desconocidos?
Había llegado a la conclusión —después de intentar sacarles información a mi madre y a mi padre sobre los amigos con los cuales cenaríamos— de que no debía conocer o recordar a aquellas personas si ellos no me decían nada sobre los anfitriones.
Mi hermana tampoco sabía —o eso era lo que ella decía— para luego sonreír como el gato de Alicia, ya no estaba molesta, pero aun así seguía intentando convencerlos.
Sabía que ella lograría lo que quería, nunca se había dado por vencida y no lo haría justo ahora. Conocía a Sophie Rosie como la palma de mi mano.
—Aun no estés tan segura de ello —cerré mi casillero y abracé mi libro de economía contra el pecho—. Sophie es muy persuasiva con lo que quiere y cuando se lo propone también puede ser un auténtico grano en el trasero.
Emma me miró orgullosa al escucharme decir trasero en vez de algo inadecuado.
—Eso es verdad. —concordó Dylan.
Oh, mi pequeño —que no lo era— Dylan.
Dylan era nuestro amigo idiota, es decir, era aquel amigo con el que te reías por todo y por nada a la vez, estaba en el equipo de futbol con Matt y, aunque él no lo reconociera, también estaba enamorado de Loyce ¿Quién rayos se enamoraría de ella? Bueno sí, debía admitir que era linda, su cabello castaño —el cual era natural— le daba hasta los hombros contrastando con su piel blanca y el color verde, casi azul, de sus ojos.
Una completa Barbie, pero con cabello castaño.
Y un tanto ruda.
«Muy ruda. »
Sin decir que cada vez que veía a Dylan soltaba un quejido y balbuceaba:
—Piérdete, ya te he dicho que no eres mi tipo.
A lo que Dylan, para irritarla, respondía:
—Me encanta que se hagan las difíciles.
Y guiñaba uno de sus ojos.
Siempre era la misma pelea, las mismas miradas de fastidio de Loyce, los mismos besos al aire de Dylan para al final terminar en el armario del conserje prácticamente comiéndose y no me pregunten cómo sabía eso porque cada vez que lo recordaba no podía dormir en las noches. Y desde ahí supe que Dylan era un ser perverso con rostro de ángel.
Sin embargo, ¿Quién podía resistirse a los ojos azules, músculos, abdomen y encanto de Dylan?
Sólo Emma y yo.
Todas, contando a Sophie Rosie, habían caído.
Mi amigo no era muy fiel que digamos, pero era encantador, era aquel hombre que sabías que jugaba con todas, pero aun así te respetaba a ti como amiga y sería capaz de golpear a quien jugará contigo.
Sophie cayó en sus trucos estando ebria —la peor de sus facetas y su primera borrachera—, literalmente, gritó a los cuatro vientos lo guapo y atractivo que estaba y las ganas que le tenía. Algo que —según ella— ya no podía callar.
Muy vergonzosos para ella los días siguientes a la ridícula escena de la que fue protagonista. Además de que Matteo estaba que explotaba de celos ante eso.
Y más por el video que el propio Dylan había grabado.
—Sí, tú más que nadie eres testigo de eso. —sonreí con malicia.
—Nicky, deja de recordarme eso. —se quejó, pude ver como sus mejillas se tiñeron de un leve color carmesí.
—No te sonrojes, rosita fresita. —apreté sus mejillas causando que él se quejara aún más.
Sonó el timbre de la última clase, me despedí de Emma y Dylan ya que ninguno compartía conmigo la clase de economía.
Mañana era viernes, por ende, era la cena y cada vez sentía más curiosidad y, extrañamente, nervios de saber con quién me encontraría aquella noche.
Soltando un suspiro y sin darle más vueltas al asunto, me puse en marcha para ir a mi clase.
☮☮☮
— ¿Cuál es mejor? —preguntó Soph, refiriéndose a la montaña de ropa en la que había convertido su cama y gran parte de su habitación.
Al llegar del instituto decidió que sería fantástico obligarme a verla con un montón de vestidos entre rosa, morado, azul y verde hasta vino tinto, negro, gris y blanco.
¿Dónde podría conseguir unos lentes que la hicieran pensar que la veía mientras en realidad dormía? Matt me podría ayudar con eso.
— ¿Por qué no te pones el que compraste? —entrecerré los ojos exasperada.
¿Qué tan difícil le resultaba ponerse aquel vestido? Era lindo e iba perfectamente con su estilo. Y yo podría huir de esta tortura.
—Porque era para la fiesta. —respondió en tono obvio como si fuera clara la respuesta a mi pregunta.
No lo era, por supuesto que no entendía su forma de pensar.
Y ella lo sabía.
— ¿Y cuál es el problema? Es bonito. —dije sin comprender su punto.
A veces creía que no era la suficientemente femenina para entender la mente de mi hermana.
— ¿Qué cuál es el problema? —repitió al tiempo que giró sobre sus talones —. ¡Ja! Como se nota que no sabes nada de moda, el problema es que es un vestido de fiesta no para ir a cenar. —explicó cruzándose de brazos.