Pequeña promesa [#1]

Capítulo 4

Capítulo cuatro: Me gusta Emma

—Me mudaré, Nicky. —confesó luego de nuestra típica cena familiar de todos los sábados.

— ¿Por qué? —pregunté, estaba al borde las lágrimas y a punto de caer de la casa del árbol.

Claro que para una niña de siete años era demasiado dramatismo.

Él me tomó con fuerza del brazo, impidiendo que siguiera mi camino de espalda al vacío, agradecí en silencio su gesto, estaba tan angustiada por lo que acababa de confesarme que no era consciente de que caminaba hacia atrás.

Nicole distraída solía decirme mamá.

—Lisa se va a la universidad —dijo—. Mis padres piensan que es mejor seguir todos juntos e ir a New York.

Se dejó caer en el suelo de madera que estaba cubierto por una suave colcha, cruzó sus piernas al estilo indio mientras que apoyó su rostro en ambas manos, en una pose inocente, más de lo que ya era un niño de ocho años.

Me senté a su lado y sorbiéndome la nariz dije:

—Te voy a extrañar. —solté un quejido, estaba por llorar sin control.

Él sonrió aunque sus ojos se habían oscurecido y estaban llenos de lágrimas, aun así terminó por balbucear:

—Yo también —se acercó y me envolvió en un fuerte abrazo—. Tanto o más de lo que te quiero.

«Te quiero. »

Parpadeé, sintiendo como haber recordado aquello había hecho que nuevas tristezas se crearan en mis ojos.

Maldita sea, estaba llorando mirando la pared lila de mi habitación.

Estaba demente.

Enfoqué mi visión en la pared de color negro, en donde estaban algunos dibujos en tizas de colores.

No lo podía creer, simplemente nunca me imaginé que después de diez años lo tendría frente a mí.

Mi único amigo cuando era niña.

El niño que había marcado tanto de mí, volvía y, esta vez, para quedarse.

Pero si era tan importante para mí: ¿No se suponía que debía estar feliz?

Excelente pregunta.

—Por favor, Nicky, pensé que ya lo habías superado. —Sophie comenzó a jalar mi mantita.

Nadie. Toca. Mi. Santa. Manta.

— ¡Mi mantita! —exclamé cuando la quitó de mi cuerpo y el clima helado impactó contra mi piel.

— ¡Cumplirás diecisiete! ¡Al igual que esta cosa! —se burló.

¿Qué? Sí, crecí más no botaría mi mantita, era calentita y suavecita.

No me daba vergüenza decir que aun la tenía; eran mis recuerdos de la niñez y aunque mi madre dijera que ya parecía un colador de lo vieja y desgastada que estaba no la botaría a la basura nunca.

Primero vendía a mi hermana antes de botar mi manta.

— ¡Mamá! ¡Sophie me quitó mi manta! —le grité a mi madre, como niña pequeña.

— ¡Sophie, devuélvele su manta! —ordenó mamá desde alguna parte de la casa.

Mi hermana rodó los ojos para luego tirar la manta en la cabeza.

—Ahí tienes tu manta, pequeña bebé. —se cruzó de brazos.

— ¿Pequeña bebé? No soy yo la que duerme con la luz encendida y tiene una lámpara de noche en forma de Peppa. —le saqué la lengua. Ella extendió el dedo del corazón.

Le había dado en donde más le dolía.

—Púdrete, en mi defensa sólo habían de esa forma. —se justificó.

Volví a mi posición inicial, antes de comenzar a llorar en silencio, con la mantita cubriéndome por completo, Sophie gritó un «Agh» con frustración.

Sabía que estaba sensible.

Ayer, cuando me informó que cenaríamos con los White, comencé a idear formas para no ir, pero no estaba funcionando nada bien, en mi primer intento pensé en fingir estar enferma; todo iba bien, había engañado a mi madre con el termómetro, sin embargo, el plan se vino abajo cuando ella entró y me encontró comiendo gomitas y bailando.

En mi defensa pensé que se había ido al trabajo.

También me quitó mis gomitas.

El siguiente intento fue decir que toda mi ropa estaba sucia, pero Sophie apareció diciendo:

— Oye, el vestido nuevo no.

Luego de que mamá me mirará una vez más molesta, golpeé a Sophie Rosie con mi almohada hasta el cansancio.

Mi madurez cada vez era inconfundible.

Sin embargo, no merecía quedarme sin mi ración de dulces.

— ¡Muévete, Nicky! ¡Llegaran pronto! —se quejó una vez más.

Había intentado hacerme levantar de la cama desde hace media hora, pero estaba negada a hacerlo. Debía intentar algo mejor para que yo, Nicole Marie Jones, me levantara de esta suave cama.

Si existía aquella leyenda del hilo rojo juraría que terminaba en mi cama. O la nevera.

— ¿Los extraterrestres vienen por nosotras? —asomé mis ojos sobre la manta con el fin de molestarla.

—No seas idiota —se golpeó la frente —. Los chicos ¿recuerdas? Iremos al centro comercial.

No.

—No quiero ir. —protesté al instante.

Nada haría que me levantara hoy. De eso estaba más que segura.

—Te compraré helado. —dijo en un tono cantarín cerca de mi oído.

«No puedes decir que no al helado. Golpe bajo. »

— ¡Vamos! ¡Esperemos a fuera! —salté de la cama y...caí al suelo en un golpe sordo.

Miré hacia mis pies y, no lo podía creer, me sentí traicionada. Dios, estaba siendo tan irracional justo ahora.

— ¿Mantita? ¿Por qué? —pregunté ofendida.

Era un burrito de la cintura para bajo. Sacudí mis piernas para liberarlas del extraño enredo en el que se encontraban.

—Levántate. —rodó los ojos mientras me ofrecía su mano.

Sonó un claxon a fuera de nuestra casa avisando que habían llegaron por nosotras.

Pateé por última vez la manta haciendo que saliera volando directo al rostro de Soph, me levanté del suelo con agilidad —lo cual me sorprendió ya que era cero por ciento coordinada— y mientras corría grité:

— ¡Helado! ¡Helado! ¡Helado!

☮☮☮




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.