Capítulo veintiuno: ¡Dylan, confiésate!
Nicole
Era loco que todos nosotros nos encontráramos sentados, quietos y en silencio esperando, esperando sin saber qué era lo que había que esperar.
Creo que todos esperábamos a Loyce siendo Loyce.
—Loy, baja ese bate —dijo sonriendo con calma y lentitud mi mejor amiga—. Un árbol no fue talado para ser convertido en un bate que podría golpear personas, piensa en ese árbol que ya no está.
Rodé los ojos al escuchar a Emma, eso fue muy inteligente, pero Loyce no lo hizo, mantuvo el bate en lo alto.
— ¿Amigo o enemigo? —preguntó y podría jurar que la voz de Buzz Lightyear con acento español se reproducía en mi cabeza.
La castaña de intensos ojos color azul estaba muy enojada, triste y defraudada, cuando nos encontró en la cocina temí lo peor y no era para menos, ella gritó y gritó pidiendo que nos fuéramos, que no quería vernos, pero tanto Dylan como yo nos negamos, no nos iríamos de su casa sin que las cosas estuvieran solucionadas. Por eso estábamos allí; Loyce se enojó aún más y se encerró en su habitación hasta que bajó corriendo diciendo que había un auto frente a su casa y se llevó mi bate con ella para después volver con Oliver y Matt.
Me sorprendí al verlos entrar siendo amenazados por una muñeca casi histérica además no creí que Matt quisiera estar cerca de Loyce sabiendo lo que sucedió la última vez que ella estuvo molesta.
Matt se llevó la peor parte.
—Amigo, claro que somos tus amigos. —dijo en tono comprensivo Emma.
—O enemigos, podríamos serlo también, ¿Quién sabe? —balbuceó Caleb, si el rubio trataba de ayudarnos no estaba funcionando.
Emma lo codeó con disimulo.
—Loyce, escúchame a mí, Caleb no sabe lo que dice —aseguró la rubia—. Por favor, deja ese bate y hablemos como personas civilizadas, como amigos.
Loyce entrecerró los ojos demostrando cierta desconfianza luego comenzó a bajar el bate con lentitud.
Fue muy mala idea traerlo.
Cruelmente fui víctima de mi propio invento.
—Está bien. —respondió Loyce, las palabras salieron de su boca con cierta cautela.
—Ya traje la pala. —avisó mi hermana entrando a la sala mostrando el objeto.
Caleb pareció sorprendido.
— ¿Era cierto lo de pala? —preguntó dando un paso atrás—. ¡Sophie Rosie! ¿Qué es lo que te pasa?
Ambas chicas ignoraron al rubio temeroso.
—Ya no la necesitamos. —le dijo Loyce a Sophie quien la miró molesta.
—Debiste decirme antes —se quejó—.Tuve que ir a casa de tu vecino el cual es un viejo gruñón que insinuó que utilizaría la pala para cavar alguna tumba. Anciano loco. —se cruzó de brazos.
—No está tan loco —se encogió de hombros la chica de ojos claros—. Quizás podrías hacer un hoyo del tamaño de Dylan por pura coincidencia.
Dylan levantó su mirada azulada observando directamente a Loyce, luego tragó saliva demostrando nerviosismo. Loyce era firme, dura.
— ¡Yeah! A mí no. —comenté con emoción.
—Y luego otro para cierta persona. —dijo, observándome con fijeza.
Yo y mi bocota que nunca se callaba.
Ya, esto no podía seguir, era todo.
El momento había llegado. No seríamos comida de gusanos, no esta noche.
— ¡Loyce Daphne Allen! ¡Ya basta! —ordené pidiéndome de pie, ella en respuesta me dio una mirada asesina, Daphne, dije Daphne. Ay, mi madre—. Loy, por favor, escúchanos, ¿sí? —pedí, ella dudó—. Danos la oportunidad de explicarte lo que viste y escuchaste.
Tomé la valentía para sostener la mirada asesina de Loy, comencé a asustarme al ver que se quedó callada sólo observándome.
Dato curioso: Loyce molesta y callada no era algo bueno. Significaba peligro.
En la sala se hizo un gran silencio, quizás a todos les sorprendió la actitud de Loyce, pues todos la mirábamos expectantes.
Ya estábamos acostumbrados a esperar sus gritos psicópatas, pero en vez de eso la escuchamos decir con extrema lentitud y serenidad:
—Está bien —aceptó para sorpresa de todos—. Tienen diez minutos, sólo diez, los espero arriba. —giró sobre sus talones dejándonos boquiabiertos.
Nos dio diez minutos, ¡Diez minutos!
Se perdió escaleras arriba, en la segunda planta, mientras todo siguió en silencio.
— ¡Nueve minutos! —gritó desde arriba —. ¡Tic, tac!
Me acerqué a la escalera y la subí con rapidez, escuchaba los pasos de Dylan tras de mí, caminamos por el pasillo y nos detuvimos frente a la puerta blanca en la que había una «L» en azul rey.
—Debes estar alerta —le advertí a mi amigo—. Aún tiene el bate.
Fui muy difícil que ella me quitara el bate, pero aun así lo había conseguido.
—Eres un asco escondiendo cosas. —se quejó él y negó con la cabeza.
— ¡Oye! —exclamé—. El refrigerador siempre ha sido un gran escondite. —me defendí.
Sí, lo escondí en el refrigerador, más exactamente en el congelador y ella bajó, abrió la puerta del frigorífico llevándose consigo el bate helado.
—Sí, pero tú estabas comiendo. —siseó con molestia.
De acuerdo, no lo puse ahí para esconderlo, sino que se me olvidó que estaba allí y lo dejé abandonado, Dylan no debería saberlo.
—No es mi culpa. —me crucé de brazos.
«Sí, lo es. »
Dylan puso los ojos en blanco mientras yo sonreía, él giró la manija de la puerta y la abrió con lentitud y cautela.
—Aquí vamos. —sonó nervioso, aun así dio el primer paso e ingresó.
—Adiós mundo cruel. —dramaticé a su espalda.
Entré mirando los movimientos lentos de Dylan, encontramos a Loy sentada frente al espejo de su cuarto, ella nos observó por el reflejo. Sus ojos estaban irritados, efectivamente había llorado antes y durante nuestra llegada. Sin embargo, sus ojos no dejaban de ser intensos, de azul profundo.