Pequeña promesa [#1]

Capítulo 31

Capítulo treinta y uno: No te quiero, ya no.

Tenía que ser un sueño, un bendito sueño.

Uno muy bueno e irreal.

Uno en el que yo me estaba volviendo demente.

Sin embargo, sabía que no era así; en mis sueños siempre despertaba en la mejor parte y entonces supe, con tan sólo ese pensamiento, que esto en serio estaba pasando.

Era real.

Maldita sea, ¡Era real!

No era producto de mi imaginación, realmente Oliver corrió hasta a mí después de anotar, emocionado como todos los estudiantes presentes de nuestra escuela y me tomó entre sus brazos para luego elevarme del suelo, abrazándome por la cintura con fuerza en forma de celebración.

Por inercia lo abracé por los hombros y él nos giró algunas veces teniendo los gritos victoriosos de fondo.

Su cabeza se apoyó en mi cuello, en donde sentí su respiración agitada haciéndome estremecer, mis manos pasaron de sus hombros a su pecho, el cual subía y bajaba con frenesí, no temí en caer, sabía que él nunca dejaría que eso pasara, pero recordando el evento en el baño no estaba demás sujetarme firmemente de él.

Hubo una época en donde mi vida se resumía a estar besando el suelo.

¡Esto tenía que ser un mundo paralelo!

Sí, eso era lo más lógico pues ¿De qué otra manera esto me estaría pasando?

Estaba tan nerviosa por su cercanía y espontánea sorpresa al ser la primera a la que buscó cuando el balón impactó con la malla de la portería contraria. Sus ojos chispeaban, Oliver deprendía alegría en ese momento y yo le sonreí tratando de disimular mi pobre corazón alterado por su arrebato.

Pero no, Oliver White era un experto en hacer bombear a velocidad alarmante mi corazón, por lo cual su rostro comenzó a acercarse tentativa y peligrosamente al mío y, cuando mi cerebro comprendió lo que estaba por suceder, los gritos del entrenador Dave nos trajeron a la realidad.

— ¡White! ¡¿Qué haces?! ¡El juego aún no ha terminado! —le recordó y le ordenó volver al campo donde el balón estaba por rodar de nuevo, la voz del entrenador era demandante y con su grito rompió nuestra burbuja, por ello Oliver bufó un poco molesto.

Yo me limité a esconder una mueca de disgusto, estaba bastante cómoda entre sus brazos, pero entendía que él debía volver al juego. Él comenzó a bajarme con delicadeza.

—Parece que a alguien, a parte de mí, le gusta dañar momentos. —dije cuando mis pies tocaron el suelo otra vez.

Soltó una carcajada y confirmó levemente con la cabeza.

—Creo que eso está más que claro —dijo, burlonamente—. Y también está claro que esa anotación te pertenece a ti, ¿verdad?

Asentí, mirando directamente sus ojos y tragué saliva cuando me volvió a regalar esa coqueta sonrisa que le quedaba tan bien. Mis mejillas, en ese momento, se encendieron como un horno microondas y en segundos estaban rojas como cerezas.

Sin dejar de sonreír, dejó un beso en mi frente y yo, instintivamente, cerré los ojos al sentir sus labios en mi rostro.

Y se sintió bien, se sintió correcto lo que estaba sucediéndonos.

Lo vi girar, regresando al juego que apenas iba en el minuto diez, tiempo suficiente para que ya fuéramos ganando. Los chicos eran realmente buenos.

Volví a mi lugar tratando de tranquilizar mi alterado corazón e ignorando todas las miradas que había sobre mí.

No sabía que esto podía pasar porque, sin siquiera cerciorarse que el balón entró, corrió hasta mi lugar, en ese momento mi respiración se cortó; podría haberme desmayado al tenerlo tan cerca.

Emma y Sophie Rosie me miraron con picardía, pude imaginar lo que pasaba por sus retorcidas cabezas.

—Se casarán —dijo Emma—, comprarán una casa, tendrán tres hijos y un perro. Lo obligarás a que te compre todos los peluches que quieras, y en parte eso es mejor para mí, ¡No tendré que darte nada! —Bromeó—. Sus hijos crecerán y sólo quedarán ustedes dos junto con el viejo perro, tristemente el perro morirá dejándolos solos hasta que se hagan viejitos. —relató Emma, contando, con dramatismo exagerado, lo que ella creía que sería mi historia con Oliver.

Bufé rodando los ojos, aunque no sonaba mal.

—Y no te olvides de la luna miel, ¿Crees que le guste hacerlo d...? —le siguió Sophie Rosie, la corté enseguida al ver el camino por el que se dirigía.

No quería imaginar eso, aunque, si lo pensaba mejor... ¡No! ¡No quería!

— ¡Por Dios! —Refuté, casi espantada—. ¡Qué cosas dicen! ¡Están locas! —las acusé, ellas sólo se burlaron de mis fallidos intentos de hacerlas callar—. Eso no pasará, dejen de imaginarse cosas —debatí, avergonzada y luego agregué—: Ambas dejen de crear historias de amor fantasiosas sobre mí.

«No te engañes, Nicole, ¡Tú también quieres que esas historias pasen! »

—Ajá...claaaaaro. —contestaron al unísono.

Sus ojos, más específicamente su mirada, me confirmaron que harían oídos sordos a mi petición.

Luego de eso, ignoré por completo todos los cometarios que, indirectamente, ambas decían con la clara intención de molestarme.

Volví a atención a lo que sucedía en la cancha.

La hinchada se llevó una sorpresa ante el gol de Los lobos que dio empate justo en el intermedio de quince minutos, los chicos de uniforme azul se acercaron a las gradas donde nos encontrábamos y desde la distancia, noté que Oliver me observaba, no parecía preocupado por lo que le decía el entrenador, sin embargo, el revoltijo de gusanos, abejas, mariposas y todo tipo de insectos que habidos y por haber, se dispararon cuando me guiñó uno de sus ojos.

Oh Dios mío.

¡Santa virgen de las piñas!

Sophie Rosie comenzó a reír, así que la observé con una ceja arqueada, luego abrió la boca para decir:

— ¡Mira, mira, qué rojita estás! —espetó en un tono cantarín, Emma se quedó en silencio mientras sonreía mirándome acusatoriamente.




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