Capítulo treinta y cinco: Matteo, el demente, Wood
Oliver
Estábamos en mi auto y Matteo no paraba de reír enloquecido, eso estaba poniéndome nervioso y me alteró aún más los nervios saber el porqué de su risa frenética.
— ¿Estás seguro? —pregunté, estacionando el coche, Matt abandonó el asiento del copiloto y cerró la puerta, salí rápidamente, caminando atrás de él. No respondió, así que tomé su silencio como una afirmación.
No sabía por qué Matt necesitaba mi ayuda con urgencia para eso que deseaba hacer, pero no me podía negar y más cuando dijo las palabras que él bautizó como mágicas:
—Nicole va a estar allí.
Y, literalmente, corrí hacia mi auto.
El castaño movía sus ojos con velocidad, iba bastante concentrado en busca de un almacén de disfraces. No estaba totalmente convencido de esto, pero mientras yo no me viera involucrado en algo extremadamente vergonzoso, por mí él podría disfrazarse hasta de monja.
—Es aquí. —musitó entrando al establecimiento.
Al abrir la puerta el sonido de una campana alertó a la persona que atendía, Matt fue directo hacia la chica de cabellos rizados que se encontraba detrás del mostrador de madera. La emoción envolvía a Matteo en cada segundo se evidenciaba con cada paso que él daba. Mis ojos divagaron por el lugar viendo disfraces de superhéroes, cavernícolas, guerreros romanos y, llevándome una gran sorpresa, el disfraz de un bebé gigante; sólo un pañal de tela, un par de flechas junto con un arco.
¿Era acaso lo que estaba pensando?
Se trataba del disfraz de mismísimo cupido frente a mí.
— ¿Qué clase de tonto se disfrazaría de cupido? —murmuré, divertido, pensando que nadie estaba escuchándome. Mis dedos sintieron la delgadez de la tela del pañal e hice una mueca de desagrado.
Sin verlo venir unas pequeñas manos tomaron el horrible disfraz o, mejor, el pedazo de tela blanca puesta como pañal, que estaba viendo, luego una risita femenina llegó a mis oídos haciéndome girar para encontrarme con la chica del mostrador. Sus ojos marrones se veían divertidos cuando abrió la boca para responder a la pregunta que antes había hecho.
—Parece que él —señaló a Matt, él parecía ansioso por tener el espantoso atuendo—. Tu amigo es esa clase de tonto. —se rio, luego giró sobre sí volviendo al lugar donde se encontraba el idiota que usaría el disfraz del cupido.
De acuerdo, Matteo no me había especificado que utilizaría ese disfraz, simplemente había revelado:
—Me iré acorde a la ocasión —contaba—. ¡Y sé dónde podré conseguir lo que necesito!
Pensaba que, tal vez, se compraría ropa nueva, no un terrible disfraz de un bebé gigante. Ahora sentía vergüenza ajena, ¿Qué pensaba hacer con ese atuendo? Matt definitivamente estaba loco.
Negué divertido cruzando mis brazos y con las inmensas ganas de verlo así vestido; me la debía y no iba a desaprovechar esa oportunidad.
Matt fue directo al vestidor para, supongo yo, ponerse el horrible disfraz.
Caminé hasta una de las pocas sillas que se encontraban en el lugar, sentía los ojos de la chica siguiéndome por el sitio así que levanté la vista y, como lo había pensado, estaba observándome, me sonrió con timidez y le devolví el gesto al ver que no lo hacía de forma coqueta, al contrario, parecía tener curiosidad de algo o, más bien, de alguien.
La chica de rizos oscuros tomó valentía y habló.
— ¿Por qué tu amigo se disfrazará de cupido? —Preguntó por fin, sus ojos ya no me veían, fingía estar interesada en la revista que ojeaba—. No es el disfraz más cotizado de aquí. —agregó sin dejar de sonreír.
Por supuesto que Matteo Wood era la única persona que compraría un disfraz de cupido en pleno inicio de septiembre cuando los vientos helados se acercaban a Los Ángeles.
—No tengo la menor idea, pero será un grandioso espectáculo. —contesté haciendo que riera.
—No lo dudo. —contestó ella, sin embargo, la conversación finalizó en ese momento, pues su atención cayó en dos chicas que ingresaron al lugar.
Mis ojos otra vez recorrieron el local y se detuvieron al encontrar un disfraz de unicornio; era de dos piezas, una falda del color arcoíris con una camisa blanca y una diadema con un cuerno dorado. Era mucho más bonito que el disfraz que Matt se estaba probando.
Y en menos de un segundo Nicole apareció en mi cabeza.
El día de ayer se repitió como si lo estuviera viviendo de nuevo y una sonrisa se dibujó al instante en mis labios recordando cuán hermosa fue su risa al ver mi ridículo aspecto. Y ahora me daba cuenta que no me importaba hacer lo que sea con tal de verla sonreír. Valía la pena con tal de tener el auténtico placer de originar su risa, su felicidad.
«Amaba que sonriera.»
El ruido de una puerta corrediza abriéndose me hizo salir de mis pensamientos y girar para buscar el vestidor en donde mi amigo entró.
Me arrepentí al instante de haberme girado.
— ¡Mis ojos, demonios! —me quejé, los cerré de golpe para luego cubrirlos con las palmas de mis manos.
Eso había sido perturbador, más que perturbador: ¡Muy inesperado!
Una risa femenina llegó a mis oídos y llenó el espacio del negocio. Sí, la chica que atendía este lugar estaba teniendo el mejor día de su vida y todo gracias a las ideas locas de Matteo.
— ¿Cómo me veo? —preguntó él y algo me decía que estaba frente al gran espejo del lugar.
Me atreví a abrir mis ojos para encontrarme con su espalda y un par de alas bastante y ridículamente pequeñas para él, además del arco blanco con flechas rojas en sus manos y, por último, un pañal cubriéndole trasero. Quise no haber pensado en eso, pero entonces noté algo.
¡En serio deseé no haberlo notado!
— ¡¿Dónde está tu ropa interior?! —exclamé horrorizado, espantado.