Pequeña promesa [#1]

Capítulo 36

Capítulo treinta y seis: Maldito Oliver y su poder de poner nerviosa

Maldito Oliver y su poder de poner nerviosa

Estaba congelada, como una verdadera roca, inmóvil, incapaz de mover tan sólo un dedo del pie.

¡Pero al diablo con todo! Había escuchado perfectamente, sí, estaba mal de la cabeza, sin embargo, no me lo había imaginado.

No quería moverme porque sabía que ante el más suave y mínimo movimiento podría caer de trasero al suelo y no, gracias, no quería terminar así de avergonzada. A eso le podía sumar que su mirada me ponía aún más nerviosa, ansiosa, en resumen, estaba a punto de desmayarme de la emoción.

No me sentía molesta al ver que él no desmintió lo que la pequeña le acababa de decir. Y debía admitir que si lo hubiera hecho me hubiera echado a llorar justo en ese momento.

Estaba en una especie de limbo, un limbo entre sentirme bien porque él no lo negó y de que hubiera pasado si lo hubiera hecho.

«¡Vaya, caos emocional, Nicole!»

Sentía mis mejillas arder, de hecho, todo mi rostro ardía. Y sus ojos cafés se veían juguetones, casi traviesos al ver mi estado de conmoción, el muy listillo estaba esperando mi respuesta, pero simplemente las palabras no salían, más exactamente sentía que las palabras no existían y no eran suficientes en ese momento.

Oliver White acababa de dejarme a mí, Nicole Marie Jones, la que no cerraba el pico en clase de matemáticas sin nada que decir.

¿Ese era su poder? ¿Hacerme tambalear con tan sólo una palabra? ¿Hacer latir mi corazón de manera desbocada con tal sólo una de sus traviesas miradas?

Diablos, Oliver White era un peligro para mí bienestar emocional.

— ¡Adam, hijo! ¿Qué ha pasado? —exclamaron, quería agradecerle a la madre descuidada de pequeño por aparecer justo ahora. Ambas señoras se acercaron apuradas a sus hijos.

La madre de la niña —supe que era su madre porque compartían en mismo color de ojos— se acercó preocupada, la niña estaba muy concentrada en su helado y no en la pequeña herida de su rodilla. La mujer inspeccionó a la pequeña y luego a nosotros, casi con reproche. Le di una mala mirada.

— ¡Mami! —Se levantó Adam con prisa—. ¡Jane se cayó, pero un ángel nos ayudó! —le contó su hijo, la mujer lo miró confundida y luego sus ojos se posaron en nosotros. A diferencia de la otra señora, ella nos miró apenada, le sonreí cálidamente.

—Qué suerte. —sonrió agradecida a Oliver y entender por qué su hijo había usado la palabra «ángel» para la situación.

A mí tampoco se me pasó por alto la forma en la que se refirió a Oliver sabía que era por el par de ridículas alas que tenía puestas, pero no sólo se trataba de ello. Oliver en verdad era un ángel y, por más loco que pudiera parecer, así lo venía mis ojos en ese momento. Me llené de ternura cuando lo vi acercase a los pequeños en apuros cuando, incluso yo, los ignoraba por completo.

Oliver siempre había marcado la diferencia.

— ¡Sí, mami! —Le siguió Jane, la mujer que aún nos observaba de mala cara, enfocó sus ojos en la niña junto a ella—. ¡Ellos nos ayudaron, el ángel y su novia nos dieron helado!

La mujer la miró con un poco de molestia, ¿Era en serio?

—Jane, ¿Cuántas veces te he dicho que no aceptes cosas de desconocidos? —La reprendió, Oliver se tensó a mi lado—. Pudieron a verte hecho daño, Jane.

—Rebecca, son un par de chicos —dijo la rubia, madre de Adam—. Sólo ayudaron a nuestros hijos.

—Amanda, ¡Venían con ese sujeto del pañal! —acusó la madre de Jane. Oliver se notaba molesto e interrumpió su conversación.

—Ese sujeto del pañal no dejaría a un par de niños solos en un parque mientras toma café —espetó él, ambas mujeres lo observaron, la rubia estaba avergonzada y bajó la mirada mientras que la otra mujer lo miró con evidente enojo—. Ahora, si nos disculpan, señoras, este par de roba chicos debe ir a otro parque a buscar niños. —dijo sarcástico, sí que estaba enojado.

Nos giramos no sin antes despedirnos de la niña de cabello castaño y ojos verdes y su amigo de cabellos dorados y ojos miel. Ambos levantaron sus manitas diciendo «adiós» con una sonrisa.

—Muchas gracias. —agradeció la mujer de melea dorada, Oliver le regaló una sonrisa fingiendo tranquilidad, pero sabía que estaba tan indignado como yo al ver a un par de niños de menos de siete años solos en pleno parque central.

— ¡Amanda! —siguió indignada la mujer.

—Ya basta, Rebecca —dijo la rubia tomando a su hijo de la mano—. Vámonos.

La mujer llamada Rebecca nos miró una vez más de manera discriminatoria mientras que Jane, ajena a la situación, dijo:

— ¡Conocí a un ángel, mamá! —exclamó con emoción la pequeña—. ¡Papá se pondrá muy feliz!

—Sí, pero ya no grites más, Jane —le dijo la mujer—. A mami le duele la cabeza.

Sin más, madre e hija se alejaron, quedé con la boca abierta, cuando estuvo lo suficientemente lejos me oí decir:

—Esa mujer es una bruja.

Oliver se carcajeó, más relajado.

—Y no es Halloween todavía. —se burló.

Eventualmente una sonrisa se dibujó en mis labios y fui consciente de que estábamos solos.

—Fue muy dulce de tu parte. —comenté con timidez.

Él metió sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón. El par de alitas en su espalda le daban el aspecto de chico bueno aunque su pose y vestimenta fueran todo lo contrario.

Y haciendo un recuento de todo lo que había hecho pude llegar a la conclusión de que Oliver en realidad era justo así, la mejor combinación de chico dulce y perverso a la vez, podía ser travieso, pero su gentileza y ternura podían derretir a cualquiera. Era un chico malo y chico bueno en uno y eso me encantaba.

Sí, así como lo leían, estaba encantada con Oliver, pero siendo honesta, ¿Quién no? Hasta Matt lo estaba.




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