Capítulo cuarenta y cuatro: Oliver hizo algo que no tenía que hacer.
Oliver White había sido un niño amigable, muy carismático y demasiado listo para su edad.
Pero eso no era lo que había llamado mi atención cuando lo vi por primera vez.
Lo que realmente me había interesado de Oliver era su capacidad de no ver lo que él podía hacer en mi vida, en la vida de todo aquel que lo conocía.
Oliver era muy pequeño para darse cuenta en aquel tiempo, al igual que yo, mi pequeña mente infantil creía que él era de otro mundo, un extraterrestre que había sido enviado a mi vida para hacerme ver que no todo era malo.
Sin embargo, Oliver no era un ser de otro mundo, él era de este planeta, sentía como yo sentía, soñaba como yo soñaba, se equivocaba como yo me equivocaba.
A su corta edad él era mi superhéroe, el niño que me había protegido siempre, que me había hecho sentir valiosa.
A mí corta edad me hice dependiente de él, de sus buenos tratos, de su cariño, de sus palabras, de su amistad.
Y luego me sentí completamente destruida, totalmente vacía, cuando él se fue de aquí, de mi vida.
Entonces, ¿Qué estaba pasando ahora? ¿Qué era lo que yo sentía en ese momento?
Volví a sentirlo como cuando éramos niños, lo volví a sentir muy dentro de mí, sentía aquel lazo invisible que siempre nos había mantenido unidos aun sin vernos, sin tocarnos.
Me volví a sentir completa.
Sí, esa era la mejor forma de describir lo que sentía en aquel momento.
Había imaginado tantos escenarios hipotéticos —porque jamás, en el universo, creí que esto podría pasar— para esta situación, había imaginado el sabor de sus labios por tanto tiempo que ahora, al sentirlo así; tan real e inigualable, se sentía como volar tan alto que, con tus manos, podrías tocar la infinidad del cielo y no era una exageración pues así se debía sentir un beso, mágico e irreal.
Debía sentirse con alma, con el corazón, acariciándolo, adorándolo.
Debía sentirse como si fuera de otro planeta.
Y era exactamente cómo lo sentía.
Ambos habíamos viajado muy lejos de la realidad cuando sus labios comenzaron a moverse con extrema lentitud, cómo si al hacer presión sobre mi boca fuera a romperme, sus delicados movimientos hacían que poco a poco perdiera la razón y los latidos de mi corazón se aceleraran, peligrando con salirse de mi pecho y correr junto al suyo. Mis piernas se debilitaron y estaba segura que si mis manos no se sujetaban fuerza alrededor de su cuello, me caería, me desplomaría entre sus manos.
Porque, en realidad, estaba pasando.
Porque Oliver me estaba besando y de la mejor manera que alguien lo podría hacer o experimentar. Sus manos subieron a mi rostro tomando mis mejillas con ternura, formando círculos con sus pulgares. Sin embargo, la suavidad de sus labios sobre los míos no tenía comparación con sus delicadas caricias. Estaba por desmayarme y Oliver lo sabía.
El calor del beso era regulado por la frialdad de cada gota que caía del cielo oscurecido por la lluvia.
Gotas y gotas se filtraban entre nuestros labios haciendo cada vez más real aquel momento.
Su lengua pasó por mi labio inferior, pidiéndome permiso para conocer más de mí, mucho más de lo que ya lo hacía y fue lo único que necesité para entregar todo de mí en aquel gesto. Él tenía razón, no siempre se necesitaba de música para tener el baile perfecto, porque en ese momento Oliver y yo estábamos bailando sin siquiera movernos, estábamos bailando con tan sólo darnos un beso.
Creábamos nuestro propio compás.
Pero pronto sentí que necesitaba respirar y no era la única. Oliver comenzó a alejarse de mí terminando así nuestro beso.
Nuestro.
Unió nuestras frentes sin detener sus caricias en mis mejillas calientes. Ni siquiera sabía que estaba sonrojada.
Muy, muy sonrojada.
Lo sentí sonreír.
Y sin poner evitarlo, yo también lo hice.
—Te quiero tanto, Nicole —murmuró haciendo que nuestros labios se rozaran entre sí—. Dios, mi corazón te pertenece, es todo tuyo, absolutamente tuyo. —confesó, con sus ojos cerrados y en apenas un susurro.
Sentí caer poco a poco en sus palabras.
Sentí creer poco a poco que esto pasaba.
Sí, estaba pasando.
—Por favor, Oliver, no juegues así conmigo —pedí casi desesperada, si esto era un sueño, el mundo estaría siendo tan cruel conmigo—. Dime que en realidad has dicho que me quieres y que ese beso no es sólo un producto de mi imaginación. —rogué con los ojos cerrados.
La lluvia seguía cayendo y parecía que sería así durante el resto de la noche, sentí la negativa hecha con su cabeza.
—Es tan real como lo somos tú y yo, Nicole —su nariz rozó la mía—. Es tan real que podría besarte de nuevo sólo para asegurarte de que, en realidad, te quiero como lo hago. —susurró tan malditamente cerca de mis labios que anhelé un beso más.
La necesidad de sentir de nuevo aquel roce era más fuerte que yo, que nosotros, y terminaría por unir nuestros labios nuevamente.
Con el sonido de la lluvia cayendo cada vez con más fuerza, hizo que la unión de nuestros labios pareciera mágica, una verdadera escena sacada de la película más romántica que podría existir, subí mis manos a su cabello sintiendo la humedad de este entre mis dedos, él llevó una de sus manos a mi nuca haciendo más presión en el beso que ambos compartíamos, profundizándolo rápidamente. Este beso fue diferente, sí, había dulzura y calidez, pero también había algo más, había necesidad de confirmar que no era un sueño, necesidad de comprobar que ambos lo deseábamos.
Dándole leves tirones en mi labio inferior, se separó de mí, llevando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, ante el contacto de la yema de su dedo con mi piel, cada poro de mi cuerpo reaccionó.