Capítulo cuarenta y seis: Alguien mentía y no era Logan.
Nicole
Abrí los ojos con dificultad, al tiempo que estiraba mi cuerpo borrando la sensación desorientada y abrumadora que sentí por los ligeros recuerdos de mis sueños. Observé el techo sin ningún interés, mis ojos buscaron por inercia por toda la habitación hasta que se encontraron la pared pintada de negro y el mensaje con tiza blanco en una esquina.
La respuesta que debí darte aquella noche fue esta. Tú, Nicole, tú eras mi más irreal e inalcanzable sueño.
Todavía podía sentir su presencia aquí, todavía podía percibir su olor, todavía podía verlo observando maravillado aquel mural, todavía podía escucharlo pedirme en voz baja:
— ¿Podría...? —dejó la pregunta en el aire, Ann a nuestra espalda se quejó entre sueños, Oliver miró a su prima sobre el hombro y volvió su atención a mí, esperando alguna palabra de mi parte.
Asentí, por miedo a despertar a Ann, después de la película de terror en la que ella sufrió muchísimo viendo las escenas sangrientas, nos pidió que pusiéramos alguna película animada de Disney, Oliver la complació reproduciendo El Rey León. Ann logró tranquilizarse y, posterior a eso, dormirse.
El chico junto a mí afianzó la tiza entre sus dedos, buscó un espacio para colocar aquella frase, mientras mi cerebro conectaba cada letra y creaba cada palabra, un nudo en el estómago se fue apretando más y más hasta que escribió la última vocal.
La fuerza del nudo fue liberada y todas mis terminaciones nerviosas reaccionaron.
— ¿De qué noche hablas? —inquirí, frunciendo el ceño.
Sonrió, Dios Santo me regaló una enorme sonrisa.
—La noche en la que toqué para ti, después de haber ayudado a Matt, ¿recuerdas? —Preguntó, acercándose un paso más a mí, afirmé con la cabeza—. Me preguntaste cuál era mi sueño frustrado, algo irreal, algo que, si pasaba, sería efímero, debí decírtelo y la verdad era esta —señaló el lugar donde estaba en mensaje—. Tú eras aquel lejano lugar que siempre quise conocer, aquel lugar escondido del que nunca saldría, eras tú.
Su mano se levantó para ubicarse en mi mejilla, mientras sus ojos examinaban cada centímetro de mi rostro, se acercó un poco y yo tragué saliva esperándolo, anhelándolo, deseándolo.
— Y ahora que conoces lo que tanto querías, ¿Qué piensas hacer? —cuestioné, en un susurro, sintiendo el roce delicado de sus labios contra los míos.
Su mano libre buscó mi mejilla derecha, acunándome el rostro, preparándome para la réplica que estaba por salir de su boca.
—Vivirlo —objetó—. Y cuidarlo cada maldito segundo para que jamás vuelva a escapar de mí.
Finalmente me besó, acabando con la delirante tortura que ambos había creado, sus labios saborearon, probaron y degustaron con alevosía, llevándome tan alto, tan lejos, haciéndome perder, olvidar y a la vez logrando hacerme recordar cada detalle.
Con mis ojos cerraron, mis dedos tocaron mis labios, memorizando la sensación de cada beso. Parpadeé, aún me encontraba en mi cama y era la mañana de domingo, ya había pasado un día, pero se sentía como si hubieran pasado apenas unos segundo.
Además, existían aquellos días en los que mis ganas de levantarme eran nulas y se iban a la basura, hoy, casualmente, era uno de esos días.
Ayer, la noche del sábado, Matt nos desveló, no fue suficiente con el viernes y su show de strippers, la noche anterior decidió que las sorpresas para mi hermana no habían terminado.
Se encargó de traer una serenata casi a la media noche, eran las once y cuarenta, para que tres minutos después saliera mi padre con una cubeta llena de agua totalmente helada.
Sólo bastaron dos minutos más para que mi padre viera el rostro enrojecido de Matteo y vaciara la cubeta de agua, luego de eso decidió gritarle a mi amigo lo siguiente:
— ¡Marcos, tienes tres segundos para largarte de mi jardín o llamaré a tu madre! —le advirtió mi padre.
Sophie Rosie estaba bastante enojada por su comportamiento, ella se encontraba en el jardín junto a su novio.
— ¡Que no se llama Marcos, papá! —Le reprochó mi hermana, sus mejillas se inflaron como las de una ardilla comiendo nueces—. ¡Su nombre es Matteo! ¡M-a-t-t-e-o! ¡¿Qué te pasa?! ¡No actúes como un loco!
Mi madre estaba cruzada de brazos, llevaba callada mucho tiempo y simplemente se dedicaba a ver a papá, yo sabía que era la primera vez que pasaba por esta situación, él nunca se había mostrado celoso hacia nosotras.
Tener a un chico cerca de sus hijas nunca había sido raro para él, ¿qué estaba sucediendo ahora?
Papá ignoró al pobre chico que titilaba del frío o quizás por ser acusado con su madre, no lo sabía con exactitud, sin embargo, nuestro progenitor se dirigió a Sophie Rosie.
—Está irrespetando mi hogar y mi hora de descanso —atajó él, muy tranquilo, luego giró su rostro para agregar hacia Matt—: Si no vas a pedir la mano de mi hija es mejor que te vayas, Marcos. —recalcó aquel nombre, enfatizando que estaba haciendo lo posible para molestar e incomodar a Matteo.
Al escucharlo entendí lo que hacía, papá no estaba actuando por celos, él estaba poniendo a prueba a Matt, él quería asegurarse de que su hija mayor estaba en buenas manos.
La respuesta de Matt se tardó un poco, pero llegó.
—No creo que sea necesario, ya tengo mis dos manos. —se burló el chico.
Gran error.
Papá lo miró con mala cara y con los dientes apretados le contestó:
—Es todo, llamaré a la policía.
Abrí la boca sorprendida, viendo como Matt palidecía y Sophie le reclamaba a papá con mi madre apoyándola.
— ¡Papá!
— ¡Charlie, es suficiente! —dictaminó mamá, eso era todo, Gea Jones había llegado a su límite—. ¡Si no dejas en paz al chico ya no habrá más tocino para ti! ¿Te ha quedado claro, James? —advirtió, papá abrió mucho sus ojos, el intenso color verde de ellos sobresalió notoriamente.