Capítulo cincuenta: Esta es la estúpida versión de Oliver White
Oliver
— ¡Te lo dije, pedazo de mequetrefe! —Sentenció Annabeth, los mechones de su cabello se movían por el viento—. ¡Te lo dije muchas veces, Oliver! ¡Te dije que abrieras esa estúpida boca tuya y dijeras la verdad! —siguió diciendo, Ann estaba muy molesta y sus mejillas coloradas me lo dejaban muy claro.
Todo estaba por explotarme justo en la cara y no sabía cómo evitar la avalancha que se aproximaba.
Miré a Ryley atrás de la multitud, se veía muy feliz de estar aquí y me sentí como la mierda por no sentirme de la misma manera.
Elevó sus brazos y los movió de un lado otro, saludándome.
No me moví.
—Decidiste ignorar mis consejos y ahora mira —dijo y observó sobre su hombro, viendo en dirección a Nicole, evité a toda costa verla—. Ya no tienes salida.
No respondí, en realidad comenzaba a desear no respirar.
Ann enfureció.
— ¡Maldita sea! ¡Dime algo, Andrew! —demandó ella.
Me sentía muy abrumado, sabía que tenía que decirle cualquier cosa, pero no me encontraba en la capacidad para hacerlo.
¡Carajo, Ryley estaba aquí!
—Necesito que la lleves a otro lugar, ella no puede estar aquí —pedí, ella me miró incrédula—. Por favor, Ann, hazlo por mí.
Abrió la boca, dispuesta a contraatacar negando repetidas veces con la cabeza.
—Eres un idiota —zanjó—. Lo haré, pero no por ti, lo haré por Ryley, ¿Y sabes por qué? —negué—. Porque en este momento deseo golpearte muy fuerte y el hecho de que seamos familia me lo impide —la vi apretar sus manos, convirtiéndolas en puños—. La llevaré al centro comercial y te estaremos esperando ahí —aceptó y solté la respiración, eso me tranquilizaba ya que tendría un poco de tiempo para arreglar todo lo que yo había causado—. Pero le dirás absolutamente todo, Oliver o te juro que te daré una buena paliza y te recuerdo que entreno karate, ¿de acuerdo? —advirtió, con una mirada aterradora en sus ojos.
Esa era la verdadera Annabeth Johnson, la podría patearme el trasero si así lo quería y volvería a decir de pobre aquel que se enamorará de ella.
Respiré profundo, volviendo a mi drama personal.
—De acuerdo.
Sonrió vencedora, antes de girarse y caminar directo a las gradas.
El partido continuó y gracias al cielo logré concentrarme para no perjudicar al equipo y darle una victoria fácil para los estúpidos Halcones.
En todo el tiempo que duró el juego evité mirar a Nicole y a todos en realidad, solo veía a mis compañeros con el único objetivo de estar atento a sus movimientos. Con gran esfuerzo logramos ganar con un rotundo dos a uno.
Cuando el árbitro hizo sonar su silbato dar dando por terminado el encuentro con los Halcones, no tuve tiempo para celebrar con los demás, me escabullí por el pasillo hacia los vestidores, me quité rápidamente el uniforme sucio, busqué una toalla y entré a la ducha.
Todo se encontraba en silencio hasta que cerré el grifo y se escuchó el chirrido de la puerta siendo abierta.
Caminé hasta mi casillero y saqué mi ropa limpia, los vestidores seguían vacíos o eso creía hasta que un golpe sordo fue propinado a un par de casillero de donde se encontraba el mío.
Mi mirada viajó velozmente a ese lugar notando la presencia de Kim, pero, a diferencia de la última vez que ella había estado aquí, tenía puesta una camisa de franela blanca y una falda de intenso color rojo con zapatos altos.
Fue un gran alivio que no estuviera desnuda.
La toalla seguía cubriéndome alrededor de mis caderas, Kim observó unos segundos de más mi torso al descubierto, después sus ojos marrones buscaron los míos y sonrió:
— ¿Cómo va tu día? —preguntó, irónicamente.
Apreté la mandíbula, mientras ella, al ver mi reacción, se cruzó de brazos sin borrar la curva formada en sus labios pintados de carmesí.
—No estoy de humor para soportarte —solté, tomando mi camisa y poniéndomela—. Ahora, te pido que salgas de aquí en este mismo instante, Kim.
Ella se carcajeó, no respondió comenzando a dar la vuelta para marcharse tal cual se lo pedí.
Pero, cuando estaba por salir, miró por encima de su hombro y dijo:
—Date prisa, White, el tiempo corre.
Sin más, dio el par de pasos que le faltaban para abandonar los vestidores. Cerré con fuerza mi casillero.
Sentí rabia, sentí impotencia, sentí que había caído en su juego y ella había obtenido su triunfo, su premio.
Kim Byrne me había vencido, había jugado con todos sin que nadie lo supiera.
Jugó en silencio y se llevó la victoria inminente.
☮☮☮
Después de buscar a Ann y Ryley en el centro comercial, los tres pasamos tiempo con sabrosas malteadas y en busca de la zona de juegos.
—Voy a comprar las fichas para las maquinas —avisó Ann, llevándose su malteada de vainilla—. Los espero en la taquilla.
Sabía lo que hacía, Annabeth nos dejaba solos apropósito, no espero nuestra respuesta y se dirigió a las escaleras eléctricas.
Frente a mí los ojos azules de Ryley parecieron ser más claros, más cristalinos, más inocentes.
Me odié al ver la representación del amor en sus ojos cuando me observaba.
—Estuviste increíble hoy —me felicitó, sus labios rosas se curvaron hacia arriba—. No has dejado de ser un gran jugador.
Tragué saliva y sonreí sin parecer afectado por lo que haría minutos después.
—Y tú no has dejado de darme sorpresas —respondí—. ¿Cómo sabías donde estaba?
Su gesto desapareció y la vi tensarse.
—Sobre eso —hizo una pequeña pausa—. He estado hablando con alguien.
Fruncí el ceño, ¿Qué significaba eso? ¿Ella se refería a Kim? ¿O a Logan?
— ¿De qué hablas?
Ryley soltó un suspiro, levantó su mirada y, con sus ojos en los míos, pronunció lo que tanto temía.