Pequeña promesa [#1]

Capítulo 51

Capítulo cincuenta y uno: Esto es un juego para dos

Nicole

Después del terrible y desastroso fin de semana, las cosas con Oliver estaban de la siguiente manera:

Yo huía con mucha agilidad de Oliver y él con mucha insistencia seguía tratando de hablar conmigo.

Pero yo no estaba lista o considerando hablar con él y escuchar esa explicación de la que Matteo comentó. No estaba interesada en escuchar mentiras de su parte, había sido una caía libre la que había vivido. La burbuja había explotado y ya no se podía reparar.

Y entonces, el resumen que podía hacer de los últimos cinco días era que yo, Nicole Marie Jones, ignoraba de manera increíble —porque ni yo misma sabía cómo había aguantado tanto— a Oliver y sus intentos fallidos de hablar conmigo.

El chico me esperaba en la entrada cada mañana, mis ojos lo evitaban, siempre enfocaba a alguien más o fingía hablar por teléfono cuando él se me acercaba a paso decidido.

—Hola, Emma —decía, aunque no estaba en ninguna llamada—. No, espérame justo ahí, ya casi llego.

—Nicole, por favor, háblame o escúchame. —pedía él, a pasos de mí.

Sin embargo, yo me mostraba necia a ceder.

—Sí, Emma, no hablaré con él, aunque actúe como un desquiciado. —respondía, Oliver entendía lo que trataba de decirle y paraba su andar.

—De acuerdo, comprendo —alzaba la voz, para que yo escuchara—. Cambiaré de táctica.

Y se perdía por un par de horas para luego buscarme en los cambios de clase, no se rendía o desperdiciaba algún momento para intentar hablarme, me escapaba en las horas del almuerzo para no verlo y lo evitaba a toda costa cuando terminaba la jornada académica.

Oliver White era persistente y un idiota.

Y no podía olvidar que me enviaba pequeñas notas con desconocidos pidiéndome disculpas e invitándome a comer helado.

Repito, Oliver White era persistente y muy, muy idiota.

Si bien sabía por Matt que había una razón lógica y creíble para lo sucedido también sonó bastante tentador hacerlo sufrir, hacerlo luchar por algo que no le daría.

No caería, no hablaría con él.

Esta vez sería diferente.

—¿Qué dices? ¿Hacemos el trabajo hoy en mi casa? —pregunté a Emma, mientras caminábamos por los pasillos.

Teníamos que hacer un trabajo para química y con lo aplicada que era mi amiga, sabía que no lo dejaría para lo último como yo lo haría normalmente, así que como hoy era el día, técnicamente, más relajado de la semana podríamos desvelarnos un poco.

Ya era viernes, era hora de un merecido descanso, además también podía oler el fin de semana y sería bueno pasar tiempo con Emma.

Llegamos a mi casillero y ubiqué mis útiles dentro de él.

—Sí, salimos directo a tu casa —dijo—. Tal vez pueda quedarme esta noche contigo, ¿Estás de acuerdo? —preguntó, sus labios formaron una mueca a la espera de mi respuesta.

—Por supuesto que sí —asentí, emocionada—. Mamá estará feliz y yo también.

Ella me sonrió.

—Gracias, Nicky —suspiró—. No sabes cuánto necesito un respiro.

Le sonreí de vuelta y acaricié un mechón de su cabello antes de cerrar mi casillero y acomodar mi maleta en el hombro, nos dirigimos a la salida y, como era de esperarse, Oliver estaba junto a la puerta con su espalda pegada a la pared y los brazos cruzados sobre su pecho.

Parecía estar impaciente y, como si hubiera sentido que lo observaba, giró se rostro haciendo que nuestras miradas se encontraran, tan sólo bastaron tres segundos de conexión para ver tantos sentimientos en sus ojos que me agobiaron y me hicieron dudar de seguir firme ante él y el abismo que yo estaba creando entre ambos.

Sin embargo, Emma me tomó por el codo, evitando que me lanzara sobre él, agaché la cabeza y luego miré al frente, ignorándolo. La rubia soltó un quejido de cansancio, sabía lo que ese sonido significaba.

Oliver nos seguía.

Mi mejor amiga quería darle un buen golpe por ser un imbécil, retrograda, neandertal y muchos otros insultos que jamás había escuchado. Emma estuvo totalmente de acuerdo con lo que Matt me dijo y puso a trabajar su cabecita malévola diciéndome que, por ahora, lo mejor que podía hacer era tratarlo como si no existiera y demostrarle que no me importaba en lo absoluto.

«Eso era tan fácil de decir y tan malditamente difícil de hacer.»

Sentí su presencia a mi lado izquierdo y mirando de reojo comprobé que estaba junto a mí.

—Nicole —dijo, quizás por cuarta vez en el día—. ¿Podemos hablar? —preguntó, nervioso.

Seguí caminando, sin observarlo.

Él gruñó en forma de queja, pero no se atrevía a tocarme porque sabía que podría irle muy mal.

—No, tengo cosas que hacer. —respondí, tajante.

Descubrí que, si no lo miraba a los ojos, podía hablar con normalidad sin sentir que me iba a desmayar. Suspiró pesadamente, era la enésima vez que me preguntaba y, por ende, también era la enésima vez que yo le respondía lo mismo.

Un rotundo no.

—Sólo serán cinco minutos —insistió—. Por favor, Nicole.

Reuniendo mi poca fuerza de voluntad, dije:

—Lo siento, lo que quise decir en realidad es que no tengo tiempo ahora y no quiero hablar contigo. —solté, deteniéndome y él también lo hizo.

Emma no me soltó ni se alejó de mi lado. Oliver me miró suplicante, sus ojitos expresaban ternura, era como estar frente a un perrito mientras comía. Giré buscando la mirada de mi mejor amiga, mientras dudaba sobre qué hacer.

Ella negó con sutileza.

«Sabía que caerías con tan sólo verlo a los ojos.»

Con un pequeño gesto que dejaba en claro la situación en la que me encontraba, Oliver se tensó, tomé un poco de aire y me arriesgué a ver sus ojos una vez más.

—No podrás ignorarme siempre, Nicole. —musitó, con voz neutra al tiempo que sus hombros decaían.




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