Capítulo cincuenta y tres: ¿Qué esconde Nicole Jones?
Tenía un mal sabor de boca, una espina clavada en el pecho, una herida ardiendo.
Me hundía en lo que yo había hecho, en lo que yo sentía y en lo que no deseaba sentir.
Todo era confuso, contradictorio, irracional.
Todo se sentía mal.
Al despertar la mañana siguiente, el golpe de realidad que sentí al comprender todo lo sucedido la noche anterior me hizo sentir enferma, el nudo en el estomago se apretó y la sensación de que había hecho una estupidez no dejó de arremeter contra todos y cada uno de los pensamientos que habitaban en mi mente con la intención de hacerme sentirme menos idiota.
Sin embargo, no estaba funcionando, la resolución de lo acontecido era abrumadora y no saldría de mi cabeza tan fácilmente.
Había caído cuando dije no hacerlo.
Emma se había molestado conmigo por ello.
Y merecía cada gesto de desprecio e indiferencia por su parte.
Me sentía desfallecer y el llanto comenzó a nublarme la vista.
Volví a ese pozo oscuro de burlas y malos tratos, descubriéndome otra vez allí, sin salida, dejando que las personas se rieran de mí y jugaran con lo que era, la tonta Nicole Marie Jones que se encontraba de nuevo en las manos de Oliver White.
¿Qué pasó por mi cabeza?
¿Por qué hice tal idiotez?
Me recriminaba una y otra vez sin cesar.
—Soy tan estúpida. —murmuré para mí.
Aun estaba en mi cama, escondiéndome del exterior, de la mirada de Sophie, de la mirada de mamá y la de papá.
Tratando de desaparecer, cosa que no era posible.
Fui débil, me mostré vulnerable y no podía perdonarme eso a mí misma.
Juré demostrarle al mundo que era valiosa y no lo conseguí, ni siquiera lo intenté.
Juré demostrarle a Oliver que era mucho más de lo que él podía ver.
Nova se removió a mi lado, sentándose sobre mi estómago y observándome con la curiosidad que lo caracterizaba.
Me sentí peor al ser analizaba por sus ojos de diferente color.
El pequeño no tenía la culpa, pero, aun así, no dejaba de imaginar que, si no lo hubiera aceptado, no me sentiría tan poca cosa como ahora.
—No es justo que estés en medio de esto. —le susurré, acariciándole las orejitas.
Estaba siendo cruel conmigo, pero era momento de enfrentar la realidad que estaba a mi alrededor.
No podía permitir que cualquier persona me manipulara de esa manera.
—Nicky, tienes visitas —informó mamá, desde el otro lado de la puerta, revisé el reloj sobre la mesita, viendo que ya faltaban pocos minutos para que fueran las doce del mediodía—. ¿Te encuentras bien? No te has levantado y tampoco desayunaste, hija.
Mi apetito había desaparecido y en su lugar se encontraba la sensación clara y palpable de la vergüenza.
En ese momento, yo, Nicole Marie Jones, era el caos hecho persona, hecho adolescente.
—Estoy bien, mamá —dije, para tranquilizarla—. Pero no quiero ver a nadie.
Ella no respondió, en su lugar la puerta de mi habitación se abrió, regalándome la vista del rostro de Dylan y su ceño fruncido.
Lo que me faltaba.
—Gracias, señora Jones —le habló a mi madre de manera amable, quien me miraba preocupada—. Hablaré con Nicole, tendrá que ver a su mejor amigo.
Le regalé la más franca y expresiva mirada de odio al chico que se encontraba en mi habitación.
Mamá asintió y, antes de cerrar la puerta para dejarnos solos, dijo:
—Les traeré algo de comer.
Luego de algunos segundos en los que Dylan se dedicó a mirarme como si tratara de analizarme, notó a la pequeña bola peluda que jugueteaba como uno de mis pinceles.
Nova había saltado de la cama al sentir la puerta abrirse, desearía ignorar la realidad como él lo hacía.
—Así que —comenzó a decir, muy pausadamente—. Por esta bola de pelos te dejaste comprar por Oliver. —enfatizó, al tiempo que se agachó para quitarle el pincel a Nova y arrojárselo al lado contrario de la habitación.
Su comentario sólo acentuó el hecho de lo tonta que era y lo patética que había sido al aceptar a Nova.
No respondí, me incorporé un poco y no me preocupé por el aspecto desarreglado que obviamente me acompañaba, los mechones despeinados de mi cabello cubrieron mi cara y la carencia de emociones fue más que evidente.
Dylan soltó un suspiro.
—¿Me puedes decir qué te pasa? —cuestionó, levantándose y mirándome a escasos centímetros de la cama—. Te he estado escribiendo toda la noche y la mañana, Emma me dijo que habían peleado. —dijo, sin dejar de observarme.
Cerré los ojos al escucharlo, había ignorado sus mensajes para evitar tener esta conversación, Dylan siempre aparecía cuando Emma y yo peleábamos. Debí suponer que ella le contaría y él, por consecuencia de ello, se preocuparía y vendría a buscarme.
Dylan Moore al rescate.
—No pasa nada, fue una pelea tonta —aseguré, abriendo los ojos en busca de los suyos, apartándome el cabello de la cara y ubicándolo detrás de mis orejas—. Todo está bien, Dylan.
Claramente él no creyó ni una sola palabra y no lo culpaba, se dejó caer en cama y espetó:
—Te ves horrible.
Sin poder evitarlo, me reí y él se mantuvo inexpresivo.
—Vaya, qué amable. —refuté, sin borrar la pequeña curva que se encontraba en mis labios.
Su frente un par de líneas aparecieron.
—No intento ser amable, intento ser un idiota —comentó, observando en muro de mi habitación, sabía lo que estaba mirando cuando dijo—: A Oliver le funciona porque tú fácilmente cedes ante él.
De acuerdo, ese era un golpe bajo y directo, sin empatía o compasión y, ciertamente, necesitaba eso.
Me lo merecía.
Dylan era sincero, no se andaban con rodeos, era una de sus mayores características.
—No tengo nada que decir al respecto, sólo que tienes razón —admití, para sorpresa suya—. Me siento como una completa estúpida, pero no pude evitarlo.