Capítulo sesenta y dos: ¿En qué estabas pensando?
—Devuélveme eso ahora mismo. —refunfuñé.
Ella movió la hoja de lado a lado frente a mí, sonriendo socarronamente, entrecerré los ojos, estirando mi mano para alcanzar el trozo de papel. Kim fue más rápida y lo alejó de mí, negando con la cabeza.
—¿Tienes un admirador secreto? —curioseó—. No es la primera carta que te da, ¿verdad?
Abrí la boca, sin saber qué responder, pero al instante pensé que no tenía por qué contestarle nada a ella referente a mi vida personal. Me enojé mucho más por eso, a ella no debía importante aquello, solo lo hacía para molestarme y lo estaba consiguiendo.
Mis manos se hicieron puños contra mi pecho y apretando el libro que sostenía.
La sola presencia de esta chica lograba ponerme de malhumor.
—No es de tu incumbencia. —zanjé con brusquedad.
Kim tenía un gesto divertido en su rostro y se llevó las manos a la espalda, escondiendo la nota de mi vista.
—No hay necesidad de ser grosera, pequeña Nicky. —se burló de manera sutil.
Apreté los dientes, ya sentía la mandíbula tensa, estaba luchando contra el impulso de usar todos los, pocos o muchos, insultos que sabía. Sin embargo, no dejaría que ella consiguiera alterarme o afectarme. Ladeé la cabeza, fingiendo una sonrisa.
—No hay necesidad de ser una bruja venenosa, pero aun así lo eres, Kim. —dije, curvando mis labios de forma burlesca.
Pasó la lengua entre sus labios gruesos, soltando una respiración tranquila y pausada. Vi como su cuerpo entero se tensaba y mantuvo la mirada fija en mis ojos. Levanté la barbilla, desafiándola.
—Eres muy divertida, Nicky.
—No puedo decirte lo mismo. —fingí pesar.
Ella dio un paso hacia mí, frunciendo las cejas. No me dejé intimidar por su mirada dura y sombría.
Llegaría tardísimo a la clase de la señora Mitman y a su interesante examen que valía el cuarenta por ciento de la calificación final. Debía entrar, debía largarme de allí e ir a hacer mi maldito examen, pero no dejaría que Kim conservara algo tan privado como lo eran las notas que Oliver me escribía.
—Es de él, ¿o me equivoco? —inquirió, sin expresión o emoción alguna.
Tragué saliva, observándola con severidad.
—Devuélveme la carta, no te pertenece.
Su sonrisa se ensanchó, no se apartó ni un solo centímetro y yo quería que lo hiciera, quería estar lo más lejos posible de ella, el ambiente se volvió pesado e inquietante.
Si un maestro nos venía fuera de clase estaríamos en problemas y yo me había encargado de mantenerme muy distante de la oficina del director Miller y su sabroso café.
Eso parecía enorgullecerlo y lo dejaba muy claro cada vez que me veía en la salita del anuario.
—Pobre, Nicky, cayendo una vez más en la boca del lobo —farfulló, irónica—. ¿Qué tan tonta tienes que ser para volver con alguien que solo te tuvo como un pasatiempo?
Me mordí el interior de la mejilla con fuerza, su comentario logró desestabilizarme y me regañé mentalmente porque, algo dentro de mí, creía que era cierto, que ella tenía razón. Algo dentro de mí gritaba que era una completa estúpida por seguir aceptando las cartas de Oliver. Algo, muy dentro de mí, sabía que estaba caminando directamente a un callejón que podría no tener salida.
—Entrégame la nota, Kim. —espeté, ignorando sus comentarios frívolos.
Dio un paso atrás, retándome, esperando encontrar en mi rostro algún dije de molestia o enfado, no lo encontró. Supe disimular muy bien la ira que comenzaba a correr por cada una de mis venas.
Sus ojos evaluaron sin vergüenza mi cuerpo por completo e hizo un gesto de desagrado contemplándome.
«Nicole, respira, los homicidios son ilegales. Recuerda eso.»
—Yo hice lo que hice para protegerte. —soltó, pareciendo afligida.
«Está demente, ha enloquecido. Aléjate ya mismo.»
Eso logró sacarme de balance, fruncí el ceño en señal de desconcierto y ella elevó sus cejas, hasta que una carcajada abandonó su garganta, cuando ya no pudo contener su actuación.
—Eres tan ilusa, Nicole. —chasqueó la lengua, jovial.
Estreché con más fuerza el libro que envolvían entre mis brazos y estos empezaron a doler ante la tensión repentina que ejercía en los músculos.
Peleaba contra el impulso de lanzarle el ejemplar de ciencias naturales y biológicas a la cara.
Y era completamente seguro que ya había perdido mi estúpido examen y había estudiado toda la estúpida noche.
Agg, estúpida Kim.
No respondí, me quedé en silencio y ella tomó aquello como una victoria, acomodó sus rizos y, pasando por mi lado, empezó a caminar por el corredor, haciendo resonar sus zapatos altos y contoneando sus caderas. Apreté los labios y sentí mis ojos arder, tuve que soportar a chicos como ella salirse con la suya y esto me hizo recordar todo lo que había vivido por años
Fui la niña que consideraron rara.
Fui la niña que siempre estuvo sola.
Fui la niña que recibió todas las bromas e insultos.
Fui yo la que tuvo que lidiar cada día con aquel castigo y cada día deseaba con todas mis fuerzas que mamá no me obligara a ir, pero eso no sucedió, ella no supo de los acosos constantes hasta que mi primer ataque de ansiedad se hizo presente en la escuela a mitad de la clase de lectura.
Me paralicé cuando la maestra me ordenó leer en voz alta y la atención de todos cayó sobre mí, podía revivir la presión emergiendo por todo mi cuerpo, alterando cada nervio y endureciendo cada musculo de mi cuerpo.
Personas como Kim buscaban pisotear a quién sea solo por no ser como ellos, por no ser sociable o no poseer la seguridad en sí mismos que a ellos parecía sobrarles.
Personas como yo éramos atacadas y menospreciadas por ser diferentes, por no cumplir con los estándares que regían en la humanidad por más de mil años.