Capítulo sesenta y tres: Esta noche, las estrellas brillarán
Final | Parte 1
—Y luego de invitarme a salir dijo que nuestra última cita podría ser en cualquier momento, ¿Puedes creerlo? —pregunté, comiendo una galleta—. ¿Quién hace eso? ¿Invitar a una chica y después irte con aire misterioso? —bufé—. ¿Eso funciona? ¿Realmente es su manera de flirteo?
Recordar ese momento me robaba una sonrisa y me hacía pensar en que él, en un muy mal intento, quise meterse en el papel de chico malo de aquellas películas que Emma me obligaba a ver con ella.
Supongo que la base principal para eso, era la conversación que había tenido en la habitación de Sophie sobre motocicletas, chaquetas de cuero y chicos rudos.
Lo conocía muy bien, para mi mala suerte, o la suya, no lo sabía.
Oliver tenía una motocicleta y una chaqueta de cuero —que también decidió usar para invitarme a salir—, pero estaba muy lejos de categorizarse como el chico malo de las historias románticas y juveniles de Emma.
Estaba interpretando el papel del idiota que le mintió a una ingenia chica enamorada de él.
Ese personaje le quedaba a la perfección.
Aunque, debía darle crédito, plantó la semilla de la intriga en mi mente y estaba segura de que no dejaría de pensar en el asunto.
Una maldita cita sorpresa.
Pero, lo no sabía, era lo qué estaba buscando de mí, no parecía tratarse de una cita o, como él había nombrado, la última de ellas.
Suspiré, frustrada, mirando al can que ladeaba su cabeza, atento a mis palabras o las galletas que me llevaba a la boca. Sus galletas. Le sonreí, extendiéndole una.
Nova acercó su hocico, tomando la galleta entre sus pequeños y filosos dientes, tragándosela.
Sus ojos, de diferente color, siguieron fijos en la bolsa de galletas.
—Y tú solo estás aquí por estas —sacudí la bolsa. Emitió un chillido—. Está bien, una más y a dormir. —le dije, en tono de advertencia.
Masticó rápidamente la golosina y yo me levanté de la cama, dirigiéndome al closet para guardar el paquete de galletas de leche, no sin antes robarme una más. Dios santo, eran deliciosas.
¿Por qué los perros podían comerlas y los humanos no? Era muy injusto, mamá me había prohibido seguir comiéndolas, pero me encargué de conseguir una bolsita por mi cuenta. No tenían nada de malo, excepto que las vendían en los centros para mascotas.
¡Las malditas galletas estaban hechas a base de leche!
Solté una pesada respiración, agotada, el tema del anuario estaba acaparando todo mi tiempo, Loyce estaba más neurótica que nunca con terminarlo antes de la graduación. Me sorprendía que no hubiera descubierto que tuve una hora libre antes de que la jordana académica acabara.
Ella parecía estar en todas partes.
Mi mirada quedó fija en el lienzo que decoraba la pared cerca de mi escritorio, todavía no estaba terminado, pero la pintura grisácea y verdosa ya estaba seca. Sonreí, orgullosa de haber avanzado este proyecto. Divagué por todo el lugar y arrastré los pies por la alfombra suave de la habitación, calentándolos, mientras caminaba perezosamente a mi mural.
Tomé la tiza blanca y observé a Nova, que estaba acostado mirándome, adormilado.
Y empecé a retratarlo, tenía dibujos de la mayoría de personas que eran importantes para mí. Había dibujado a mis padres en Navidad, a Sophie para su cumpleaños, a Emma en las gradas de la escuela, sin contar los gráficos en las paginas del anuario para Matteo, Caleb, Loyce y...Oliver, aunque él ya estaba plasmado en mi libreta.
Me senté en el suelo al estilo indio y puse un poco de música, evitando el silencio tirante de casa.
Ya era cerca de media noche y mis padres aun no regresaban de su salida con los White a un bar reconocido de la ciudad. En ese momento entendí que ellos tenían más vida social que yo.
Era viernes en la noche y salieron con sus amigos, mientras que yo comía galletas para perro hablando con un cachorro y ahora me apetecía dibujarlo.
«Es extraño, totalmente a juego con tu personalidad.»
Tampoco había rastros de Sophie y, como seguíamos respetado la ley del hielo, luché internamente para no enviarle un mensaje, sabía la respuesta, estaría con Matteo, como solía hacer todos los viernes.
Sin más remedio, tracé primera su cabeza y sus orejitas puntiagudas, observándolo de reojo para no perder la idea, seguí concentrada por algunos minutos y, muy seguramente, una hora, hasta que una de mis piernas empezaba a hormiguear.
Me detuve y, con dificultad, me puse de pie, apretando los labios para jadear ante la sensación de agujas clavándose en mi piel. Me quedé quieta, esperando que la pesadez se fuera y que las agujas invisibles dejaran de atacar mi extremidad inferior. Hice movimientos lentos, volviendo a sentir mi pierna, aliviada.
Estiré mis brazos sobre la cabeza, apreciando desde esa altura el dibujo del cuadrúpedo. Sus patitas se veían pequeñas y esponjosas, hacer el efecto del pelo para su cabeza había sido muy complicado, solo estaba la mitad el dibujo, miré al Nova de carne y hueso una vez más, estaba dormido, con el cuello curvado, encogiéndose en una bolita pomposa.
Le bajé un poco a la música y tomé la tiza azul, con la intención de colorear sus ojos heterocromáticos.
Pero me detuve en seco y un nudo se apretó en mi estomago al escuchar algo rompiéndose en la primera planta. El cachorro que me acompañaba se puso alerta, despertándose de un salto y mirando en dirección a la puerta de mi recamara.
Dejé la tiza en su sitio, sintiendo los músculos tiesos y, realizando movimientos cautelosos, me hinqué sobre mis rodillas y forcé mis ojos a ver en la oscuridad, buscando el bate de beisbol bajo mi cama.
No sabía qué estaba haciendo y tragué saliva con fuerza, comenzando a asustarme.