Pequeña promesa [#1]

Pequeña promesa | Epílogo

Epílogo

Lo que fue de su pequeña promesa 

—¡No! —exclamó—. ¡Así no puede terminar la historia! —espetó, levantándose de la cama, enfadada.

La miré con pesar, haciendo una mueca triste.

—Lamento decepcionarte, Alice —musité—. Pero ese es el final de la historia.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y me observó molesta, su labio inferior temblaba mientras apretaba su peluche con fuerza.

Oh, oh.

—¡Es un final horrible! —gimoteó—. ¡No quiero ese final! ¡Te odio!

Sollozó y pataleó, mandando las mantas al suelo y, sorprendiéndome, me arrojó a su amigo Monky, el mono, a la cara.

Se dejó caer con sus cobijas al piso, dramatizando su malhumor y berrinche.

Abrí la boca, impactado por la situación y escuché una risa burlona a mi espalda, la vi sobre mi hombro, gozando el momento, a sabiendas de que tenía razón, pues ella misma me advirtió no jugarle una broma como esa a Alice.

Era una niña con carácter.

—Te lo dije. —masculló, sin dejar de sonreír.

Estaba cruzada de brazos, apoyada en el umbral de la puerta, la pequeña niña seguía llorando y repitiendo que era muy malo contando historias.

—Lo hiciste, sí. —admití.

Los gritos de Alice subieron de volumen, dejándome en claro que había sido una pésima idea jugar con los sentimientos de una niña de ocho años.

La miré una vez más, pidiéndole ayuda en silencio. Ella rodó los ojos, bufando, sin embargo, se acercó a la cama, cerca de donde Alice lloriqueaba y se sentó, acariciándole la espalda con suavidad, intentando calmarla.

—No le hagas caso a tu padre, Alice —dijo, ofendiéndome—. Ese no fue el final de la historia, quizás fue una pausa necesaria, pero no final.

La niña hipó, restregándose los ojos e incorporándose para mirar a su mamá, tenía las mejillas sonrojadas y sus ojos color miel empezaban a hincharse.

—¿De ver-rdad-d? —balbuceó, con la voz entrecortada.

Me sentí muy mal por haberla hecho llorar.

Era un padre terrible.

Un ser humano despreciable.

Nah, en realidad, sí me divertí un poco.

—Tu madre tiene razón —le sonreí, extendiéndole su peluche—. No te he contado la mejor parte, preciosa.

Alice tomó el mono de felpa, viéndome con desconfianza y la pelinegra mayor, giró la cara hacia mí, con una mirada asesina.

Eran muy parecidas y me estaban acusando por el peor de los delitos con sus excepcionales y hermosos ojos.

Aunque sus expresiones decían otra cosa, me sentí feliz, totalmente a gusto con ellas en mi vida.

Soportaría muchos berrinches y burlas con tal de tenerlas a mi lado.

Y sí que había sido sufrido muchas pataletas y bromas a causa suya.

—Se la contaré yo. —espetó, seria.

Subí mis brazos en señal de rendición y Alice soltó una risita, sorbiéndose la nariz.

—De acuerdo. —accedí.

Curvó sus labios hacia arriba y se concentró en limpiar el rostro de la pequeña.

—Te contaré el verdadero final de la historia, Alice.

☮☮☮

Un año después.

Las manecillas del reloj marcaban las tres y treinta de la tarde, estaba hipnotizada en su movimiento y el tic tac que emitía, parpadeé, sin perderlas de vista y respiré hondo, hasta que la persona frente a mí preguntó:

—¿Qué tal estuvo la graduación? —curioseó la doctora Jen, amable.

Mis ojos la enfocaron y le sonreí.

—Estuvo bien, tan bien como puede estar un grupo de jóvenes próximos a ir a la universidad. —bromeé.

Me miró divertida, asintiendo con su cabeza, como si lo comprendiera a la perfección. Su cabello tinturado de rubio platinado llamó mi atención, se veía brillante y sedoso. Estaba muy segura que la semana pasada era un tono más oscuro.

—¿Cómo estás tú al imaginarte yendo a la universidad? —cambió la pregunta, muy lista.

Torcí los labios, cruzando mis piernas, esa era una pregunta capciosa. ¿Por qué no podíamos hablar de su cabello? Ah, sí, porque ella era profesional.

«Y te pidió que no lo hicieras más.»

—No iré a la universidad. —mascullé, serena, ella abrió los ojos de par en par.

Se removió en su sitio, arrugando su frente con algo de confusión reflejada en el rostro.

—No te estoy entendiendo, Nicole. —musitó, perpleja.

Me reí sin poder evitarlo, hoy estaba de buen humor.

—No iré a la universidad, iré a una escuela de arte. —sonreí ampliamente y ella se relajó al escucharme.

Arqueó una de sus cejas, reprochándome en silencio las bromas que, particularmente, me fluían con naturalidad.

Sabía que, en secreto, le parecían divertidas.

—Me has asustado —se relajó—. Si no vas a la universidad, estoy muy segura de que tus padres me culparían a mí.

Solté una risita, eso era cierto, después de la graduación de Sophie Rosie, se enteraron sobre los ataques de ansiedad y, como consecuencia de ello, mi madre se convirtió en mamá osa y empeoró cuando Sophie empezó la universidad, pues toda su atención recaía en mí y solo en mí.

Papá estuvo celoso al no recibir mimos de parte de su esposa y terminó por llevarse bien, a la fuerza, con Nova.

Oh, ese cachorro lo adoraba y Charlie James Jones correspondía a sus ojitos tiernos que le pedían sus sabrosas galletas de leche.

—¿Te sientes preparada? —inquirió, segundos después.

Ya no eran preguntas capciosas, sino difíciles de responder.

Tragué el nudo que se formó en mi garganta, recordando todo lo que pasó el último año. Si había logrado sobrevivir al caos que surgió al minuto siguiente de que el asteroide acabó con todo, podría enfrentar a lo que fuera. Además, pasé noches enteras pintando los bocetos, no dejaría que todo mi esfuerzo fuera en vano y disfrutaría al máximo haber conseguido entrar al Instituto de las Artes de California.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.