Pequeña rebelde

Prólogo

Addison suspiró con pesadez en el mismo instante en el que su padre la llamó al despacho, últimamente estaba insufrible y esa mañana extrañamente le había pedido que utilizara una buena vestimenta. No es que se vistiera horrorosamente, pero aparentemente su progenitor la quería elegante.

Así que obedeció, se colocó un vestido color violeta, unos guantes blancos de encaje y le pidió a su doncella que le recogiera el cabello para verse más formal. Desde que oficialmente se había convertido en una solterona, optaba por peinados donde pudiera llevar el cabello más suelto, así lo prefería, pero ese día fingiría que volvía a ser aquella muchacha jovial que esperaba pretendientes en la mañana.

Cuando finalmente se sentó frente a su padre, sonrió intentando crear un ambiente amigable, hacía tiempo que su familia era pura tensión. Sus padres se la pasaban peleando y su única hermana, con quien apenas tenía trato últimamente, estaba vacacionando. Según ella, necesitaba eso para realizar el luto correspondiente, pues su esposo había fallecido hacía cinco meses y ella había comenzado a disfrutar de su gran libertad como viuda.

Tal vez no se llevara a las mil maravillas con Sarah, pero era mejor que sus padres.

—Me alegra verte así, tan esplendida.

Addison agrandó ligeramente la sonrisa, aunque con cierta desconfianza. Un halago de su padre solo podía significar que algo extraño estaba pasando.

—Tú me has pedido que utilice algo bonito y más formal de lo que acostumbro, me gustaría saber si hay algún motivo para tu petición.

—¡Los hay de sobra! —exclamó felizmente—. He cerrado un trato muy bueno.

—¿Un trato? ¿Acaso tiene que ver con tus inversiones en el exterior? —preguntó alegremente.

Su padre había tenido épocas oscuras en las que había despilfarrado mucho dinero en apuestas, pero luego de que su difunto yerno, el duque de Northlam, le diera lo necesario para saldar sus deudas, había empezado a invertir dinero en distintos negocios para recuperar la fortuna que alguna vez había tenido.

De momento la familia se había estabilizado económicamente y su padre no parecía querer volver a tan horrible vicio como lo eran las apuestas. Aunque había remplazado los juegos de azar por mujeres y eso le había hecho sentir fatal por su madre. Claro, hasta que se enteró que ella tenía una aventura con el cochero, el mozo de cuadra y recientemente, también con el jardinero.

—No tiene que ver con inversiones, pero es muy bueno de todas formas —se sirvió una medida de wiski y se lo tomó de un trago—. ¡Te he conseguido esposo!

Addison arrugó el ceño.

¿Esposo?

En su juventud había deseado un esposo, pero uno que quisiera cortejarla, no uno que le consiguiera su padre quien sabe a cambio de qué.

—¡Pensé que te alegrarías!

—Papá, yo… Yo… Es una sorpresa.

—Claro que es una sorpresa, vengo planeándolo hace una semana.

—¿Y no te pareció que podrías consultármelo? —sonrió con los dientes apretados.

—¿Y dónde estaría la sorpresa? Tu madre ya lo sabe y lo aprueba.

—¿Y dónde está mi madre?

—En el jardín, ya sabes que ha desarrollado una gran pasión por la jardinería.

Y por el jardinero, pensó.

—¿Por qué quieres que me case ahora? Ya tengo veintiocho años, nadie podría quererme de esposa, a no ser que sea un viejo horrible y decrépito —dijo alarmada.

Su padre se rio.

—Ya, ya, no dramatices, no es un viejo —respondió muy tranquilo—. Y quiero que te cases por lo que tú misma lo has dicho, tienes veintiocho años, ¿acaso pensabas ser mantenida por mí el resto de tu vida?

—Soy tu hija, no creí que fuera una molestia mantenerme.

—¡Cambia esa cara, Addison! —le pidió como si no acabara de informarle que la casaría con un extraño—. Tu futuro esposo llegará pronto.

Addison había sido mala, lo sabía, pero pensaba que había pagado todas las crueldades hechas cuando su prometido la había abandonado a días de su boda. Siete años habían pasado desde entonces y aun no soportaba aparecerse en sociedad.

Era la burla, la solterona que había sido abandonada y que se lo merecía, pues a veces iba a la modista con su madre y escuchaba murmullos acerca de cómo ella se había buscado que el conde Hudson la abandonara casi en el altar.

—¿Y acaso puedo saber algo de mi prometido?

Los golpes en la puerta impidieron que su padre le respondiera, sin embargo, cuando el mayordomo anunció que tenían visitas, dijo:

—Él mismo responderá todas tus dudas, porque ya ha llegado.




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