Addison miró con fastidio el lugar vacío en la mesa, donde se suponía que debería estar su «queridísimo» esposo.
Casi le daban ganas de reír al recordar que su padre les había dado toda una tarde para conocerse y apenas si había conseguido saber cinco cosas de él.
¿Acaso sabía cinco cosas de él?
A ver, sabía que era el barón de Clifford y también sabía que se llamaba Garret, de hecho, se apellidaba Harrison, como Gregory, quien había intentado cortejarla antes de descubrir que era una odiosa con su mejor amiga Elsie Williams o más bien, Elsie Holland, vizcondesa de Bolingbroke.
En fin, suponía que conocer a los parientes de Garret no contaba, pues ni siquiera era algo que él le hubiese comentado.
Pero si lo pensaba bien, la mayoría de las cosas que sabía de su esposo, eran cuestiones que había averiguado por sí misma, como el hecho de que tenía una hija, información que el barón había evitado decirle hasta el día de la boda.
Cualquiera diría que era imposible ocultar algo así, pero teniendo en cuenta que se habían casado apenas tres días después de conocerse en una ceremonia excesivamente íntima y apresurada, era fácil no saber que tenía una rebelde a la que moldear.
Todo lo que le había pasado en la vida (como el abandono de su prometido) no era castigo comparado como ser la madrastra de Celestine Harrison, quien podría ser la mismísima encarnación de Satanás.
¿Qué era lo que le había dicho el día de la boda?
Ah, sí.
«Que feo te queda ese vestido» y luego no contenta con ello, al verla comer pastel, agregó: «A mi padre no le gustarás si te pones gorda»
Addison había observado confundida alrededor, esperando que lord Clifford la regañara, pero este ya estaba ordenando a los criados buscar el carruaje.
No hubo gran ceremonia, no hubo una despampanante fiesta, no hubo una romántica luna de miel, ni una mágica noche de bodas.
Nada de nada.
Había pasado de ser una solterona virgen y aburrida a una esposa virgen y rezongona que perseguía a su hijastra por toda la casa intentando educarla.
—Buenas noches.
Addison levantó la vista y observó a su esposo sin expresión alguna, no tenía muchas ganas de hablar ni de esforzarse por parecer alegre por tu presencia.
—Hola —respondió—. Creí que no cenaría aquí.
—¿Por qué creyó eso?
—Porque hace tres días estamos casados y no le he visto el rostro más que veinte minutos, en lo que va de nuestro matrimonio.
Garret se acercó y tomó asiento.
—¿Dónde está el demonio?
La había ignorado.
Como marido promedio, era excelente.
—¿Quién? —preguntó confundida.
—Celestine.
—¿Llama demonio a su hija?
—Habrá notado, milady, que Celestine no es ningún ángel.
—Sí, hubiese sido bueno saberlo previo a la boda —murmuró.
—¿Para oponerse a la boda?
—No, no hubiese podido evitar la boda, pero al menos podría haber pensado en formas de lidiar con alguien que tiene una personalidad caótica.
—Se ve exhausta.
—Su hija me hizo envejecer diez años en tres días, tal vez esté muerta al final de la semana.
Sorprendentemente en el rostro de Garret se dibujó una sonrisa, era la primera que le veía esbozar.
—¡Padre!
Addison se obligó a sonreír, Celestine era insoportable, pero en ese momento la veía como una intrusa y no podía culparla, hasta ella misma se sentía así.
—Llegas tarde, Celestine —le dijo Garret.
—Sí, porque estaba haciendo mi tarea —sonrió.
A juzgar por su sonrisa aterradoramente malvada, Addison supuso que no estaba haciendo tarea.
—Buenas noches, Celestine —la saludó con una sonrisa.
Ella la miró de arriba abajo con la misma mirada despectiva que tenía Garret para mirar al mundo.
De tal palo, tal astilla.
—Hola, Allison.
—Addison —la corrigió dulcemente.
—Como sea.
Addison observó a Garret esperando que dijera algo acerca de la actitud de su hija, pero este se limitó a beber vino.
—¿Cómo vas con la tarea?
—Bien.
—Si en algún momento necesitas ayuda, puedes pedírmela.
—No necesito nada de ti, Madison.
—Addison —volvió a corregirla con una sonrisa—. Estuve pensando que mañana podríamos levantarnos temprano y hacer arreglos florales para decorar y perfumar toda la casa —pronunció emocionada.
Celestine la miró horrorizada y luego observó a Garret.
—Tu esposa es boba.
Addison abrió la boca, sorprendida.