Pequeña rebelde

~2~

—¡Celestine! —la llamó con alegría—. ¡Celestine! —canturreó—. Vamos, despierta.

Addison dejó la bandeja con el desayuno en la mesita de noche de Celestine y con fuerzas corrió las cortinas para dejar entrar la tenue luz del sol.

Con el ceño fruncido se sentó en la cama y tras frotarse los ojos dijo:

—¿Qué haces aquí?

—Tengo la sensación de que tú y yo no hemos empezado muy bien que digamos —soltó una risita—. Te he traído el desayuno y una gran variedad de propuestas para comenzar el día.

—Hoy duermo hasta tarde, es mi día sin lecciones —masculló.

—No, claro que no —negó sonriéndole—. Una dama no se queda en la cama una vez que el sol está sobre su cabeza.

—Qué suerte que tenga un techo que separe al sol de mi cabeza —dijo sin humor.

Addison suspiró y se sentó en la cama.

—Celestine, escúchame —dijo pacientemente—. Sé que no debe ser sencillo recibir a una extraña en casa…

—No, no lo es —la interrumpió.

—Cómo te decía, sé que no lo es, pero ahora soy parte de la familia y comprenderás que no me iré de aquí, por lo tanto, ¿no sería mejor intentar ser amigas?

—Supongo que no tengo más remedio —se cruzó de brazos.

—Mira, te he traído pastel de melaza —dijo con complicidad—. Sé que no es demasiado adecuado para un desayuno, pero no podía pedirte una tregua con algo tan soso con un panecillo con mermelada arriba.

Celestine observó la bandeja con interés y su expresión se suavizó.

—Bueno, supongo que puedo escuchar cuáles son esas propuestas que traes.

Addison sonrió ampliamente y le colocó la bandeja sobre las piernas para que pudiera comenzar a desayunar.

—Mira, sé que no te entusiasmó lo de hacer arreglos florales, pero podemos sentarnos a bordar, ¿sabes bordar?

—No, no sé bordar.

—¿Y qué sabes hacer? Podría planear algo en base a tus gustos.

—Me gusta trepar árboles, cazar ranas, ir al lago de la propiedad.

Addison se obligó a sonreír, estaba claro que su hijastra no tenía los comportamientos esperados de una señorita.

¿Y quién podía culparla? No tenía una figura femenina que la pudiera guiar.

—Hay algo que te guste hacer que sea más… ¿tranquilo?

—¿A qué te refieres?

—Tejer, tocar un instrumento, perfeccionarte en algún idioma.

—Tejer es como bordar y por lo tanto no sé sobre eso, tampoco toco instrumentos y con respecto a los idiomas, ¿acaso tú hablas alguno?

—De hecho, hablo francés.

—Claro, toda una dama refinada.

Addison sonrió interpretándolo como un halago, hasta que la escuchó susurrar:

—O una boba.

—¡Celestine! —la regañó—. Te escuché perfectamente, no soy una boba.

—¿Cómo es que puedes pasar todos los días de tu vida solo bordando? Sentada en un sofá, viendo la vida pasar mientras piensas en estúpidos arreglos florales.

—Ese no es lenguaje propio de una dama —le hizo saber.

—No quiero ser una dama.

—Pero debes, porque tendrás que encontrar un esposo cuando menos te lo esperes.

—No, yo no voy a casarme —presumió—. Ni pienses que vas a deshacerte de mí.

—Pero yo no quiero deshacerme de ti —arrugó el ceño—. Mira, ya que no has elegido ninguna de mis opciones, yo lo haré —dijo con optimismo—. Termina el desayuno, te estaré esperando en la sala de música.

—¿Sala de música? Aquí no hay sala de música.

Addison arrugó el ceño.

—¿Cómo que no hay sala de música?

Celestine se encogió de hombros.

—Bien, desayuna y llama a tu doncella para alistarte, yo te esperaré entonces en la salita azul.

Addison salió de allí con una clara misión, pero primero tendría que hablar con su esposo, solo para saber en qué situación económica estaban.

Cuando golpeó la puerta no tardó en recibir una respuesta del barón.

—¡Adelante!

Su esposo pareció sorprendido por la repentina visita.

—Me gustaría hablar con usted —dijo con apenas la cabeza dentro del despacho.

Él hizo una señal para que entrara, entonces con cautela dio unos pasos hasta ingresar.

—Milord, no quisiera robarle mucho tiempo ni tampoco pecar de metiche en cuanto a la contabilidad del hogar, pero me encantaría saber si cuento con fondos para remodelar la casa.

—¿Remodelar la casa? —preguntó confundido.

—Bueno, es que he estado charlando con su hija y ella me ha comentado que aquí no hay sala de música —explicó—. Imagino que debe saber lo necesario que es para una dama aprender a tocar al menos un instrumento.

—¿Y eso por qué es útil?




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