Aquella noche Addison optó por no esperar a su esposo en la alcoba, él no iría, ya se había resignado, sobre todo ahora que sabía que disfrutaba de acostarse con la criada. Así que, tras intentar dormir, decidió que no lo lograría.
Un poco de leche caliente podría ayudarla, así que marchó a la cocina envuelta en una manta, intentando no llevarse nada por encima, aun no se acostumbraba a la casa y mucho menos cuando estaba apenas iluminada con una vela que había logrado encender con el tenue fuego de la chimenea.
Calentarse un poco de leche no fue trabajo difícil, había aprendido para no fastidiar a su cocinera cuando ya estaba descansando y ahora podía decirse que al menos era independiente en ese aspecto.
Satisfactoriamente salió de la cocina con una taza humeante, pero en vez de subir a la alcoba se encaminó a la sala de música. Sentía que ese podría ser su lugar en el hogar, porque necesitaba un lugar.
Un sitio cómodo donde pasar la mayor parte del tiempo y sentir un mínimo de calidez del que le ofrecía su vieja alcoba en casa de sus padres.
Se sorprendió al ver la puerta entreabierta del despacho del barón y una tenue luz asomándose, pero siguió de largo con la mayor cautela posible.
Quizás estuviera trabajando o con su amante.
Lo que fuera, no era de su incumbencia.
Cuando entró en la sala, dejó la vela en una mesita que también sostenía un jarrón y se sentó en el sillón de un cuerpo a contemplar la llama mientras bebía la leche. Las noches empezaban a ser más frías y agradeció haberse llevado una manta en la cual acurrucarse.
En un momento cerró los ojos y suspiró, no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba esa paz hasta que estuvo allí sola y en silencio. Sin embargo, no le duró mucho porque la puerta se abrió y asustada enfocó la vista hacia el lugar.
Pero el susto se le pasó cuando vio al barón entrando.
—¿Milord? —preguntó con incredulidad.
—Ya me parecía que alguien había cruzado por mi despacho.
—Siento si lo molesté, bajé por un poco de leche —le enseñó la taza—, y me resultó más cómodo venir aquí que ir a mi alcoba.
—Está bien, puede caminar libremente por la casa.
Addison sonrió ligeramente.
—¿Seguía trabajando? —indagó.
—No, solo bebía, últimamente me cuesta dormir y pensé que sería mejor quedarme en el despacho y no dando vueltas en la cama.
—En eso estamos iguales, aunque en mi caso pienso que se debe al cambio repentino de hogar.
—¿No se siente cómoda?
—¿Quiere que me comporte como una esposa promedio o que sea honesta?
—Sea honesta, no soy un hombre que tolere las mentiras.
—Fantástico —asintió—. Estoy en un lugar nuevo, lo cual ya es un gran cambio, pero además de eso intento ganarme a los criados porque Celestine le dijo a la cocinera que durante la boda la amenacé con enviarla lejos y el rumor se esparció por toda la casa.
El barón suspiró o más bien gruñó mientras echaba la cabeza hacia atrás.
—No se agobie tanto, diría que eso ya está solucionado, Celestine y yo tenemos una tregua y debo admitir que pensé que sería cosa difícil, pero nos estamos llevando mejor.
—Los criados no la quieren.
—Ya les dije que yo no amenacé a nadie y Celestine me dijo que ella se encargaría de admitir que había mentido.
—¿Y usted le cree?
—Sí, le creo —dijo con total seguridad—. En fin, siguiendo con el tema de mi incomodidad en esta casa, diría que es complicado vivir con un hombre que apenas me dirige la palabra y cuando lo hace me trata con una distancia que podría crear témpanos de hielo.
Él la observó de forma arrogante, esa miradita era fastidiosa y la había visto demasiado en poco tiempo, pues Celestine también sabía hacerla.
—No me mire así, lord Clifford —dijo sin acobardarse—. Pidió honestidad.
—¿Y cómo quiere que la trate?
—Sería agradable si me llamara Addison.
—Addison —repitió él lentamente.
—¡Por Dios! No le estoy pidiendo que me llame de forma melosa, solo por mi nombre —refunfuñó.
Para su sorpresa, al barón se le curvaron los labios hacia arriba.
—Podría ser un sargento.
—¿Le parezco mandona?
—¿Acaso no se considera así?
—Tengo una hermana mayor, en casa jamás fui la que mandaba.
—Y parece que aquí será la que da las órdenes.
—Como si usted me fuera a obedecer —bufó.
—Addison, ¿por qué le importa que la llame por su nombre?
—Porque quiero construir una amistad —le hizo ver con impaciencia—. No tenemos que amarnos, ni siquiera querernos, pero sería bueno que si en algún momento uno de los dos se sintiera agobiado pudiera recurrir al otro y para eso hay que ser mínimamente cercanos.
—¿Se siente agobiada?