Pequeña rebelde

~6~

Garret esperó pacientemente a la nueva lady Clifford sin entender bien por qué quería verla en el desayuno. Quizás, se dijo a sí mismo, solo quería probarse.

Simplemente quería ponerse a prueba y comprobar si era capaz de seguir la orden de esa mujer.

¿Se pondría de pie al verla entrar? No era que no supiera lo que dictaban las buenas costumbres, sino que había dejado de obedecer las reglas porque había perdido el respeto por su difunta esposa y, por consiguiente, con toda mujer.

Excepto con su madre, a quien respetaba porque sencillamente era una santa que había sufrido a manos de su padre.

Pero ella ya no estaba allí, ni siquiera sabía cuándo volvería.

Sin embargo, Addison quería que él tuviera modales, no solo por ella, sino por Celestine.

La cuestión era que aún seguía muy dolido con la anterior lady Clifford. Lara había hecho que el corazón se le enfriara, se le endureciera.

Había conseguido que dejara de respetarla, lo había decepcionado y le había roto el corazón, pero para su entera indignación y frustración, aún seguía amándola.

Lara había sido su primer amor, la mujer que le había quitado el aliento con una sonrisa, pero también era quien lo había dejado con el alma destruida cuando lo había engañado.

La odiaba porque no podía dejar de amarla y había quitado todos sus recuerdos de la casa porque no quería verla, no quería recordarla, no quería sentir el aroma que había quedado impregnado en sus vestidos, en su cama.

Ocho años de su pérdida y aún seguía presente en sus pensamientos, cuestión que no se merecía.

Lara no merecía nada de él, pero Addison sí.

No la conocía, prácticamente había aceptado casarse con ella porque la propuesta de su padre le había caído como del cielo, pero a pesar de ello, tenía que admitir que la mujer estaba poniendo lo mejor de ella incluso cuando él y Celestine (sobre todo Celestine) no estaban esforzándose por hacerle fácil la estadía.

Pero Addison lo intentaba, era gentil, paciente y aunque no fuera necesario, también tenía que reconocerle que era ingeniosa y poseía un interesante sentido del humor.

Muchas veces en la vida se había topado con mujeres carentes de cerebro, pero la nueva lady Clifford era lista.

Seguir las buenas costumbres definitivamente no lo mataría, pero sí la haría feliz a ella y eso estaría bien.

La pobre prácticamente había sido arrojada fuera de su hogar por su propio padre.

Golpe bastante duro.

En medio de sus pensamientos, no notó cuando Addison entró al comedor y apenas la vio cuando estaba próxima a sentarse, así que, pestañeando un par de veces para salir del ensimismamiento, se puso de pie.

Fue casi de forma inconsciente, como si algo dentro de él le dijera (o más bien le ordenara) que no fuera un bruto con la pobre mujer que intentaba adaptarse a la hostilidad de un nuevo hogar.

—Milady.

Ella sonrió con recato, sin enseñar los dientes, pero dejando en claro que estaba feliz con su obediencia.

—Garret —lo saludó entonces—. Creo recordar que iba a llamarme Addison.

—Creo recordar que quería respeto.

Addison se rio.

Touché, milord.

Cómo si buscara complacerla aún más, tomó una silla y la movió hacia atrás haciéndole una señal para que se sentara.

—Esto ya está siendo extrañísimo —dijo mientras se ubicaba y él la acercaba a la mesa—. Celestine ha despertado de buen humor y no hemos tenido ninguna batalla absurda —comentó—. Y ahora usted se comporta como caballero de novela romántica.

Garret se sentó y la observó con burla.

—Creo que estoy lejos de ser un caballero de novela.

—Bueno, tampoco se quite el mérito —le dio un amigable golpecito en la mano que descansaba sobre la mesa—. Le agradezco mucho que se comporte así, no pensé que me obedecería tan pronto.

—Intento que se sienta a gusto.

—Y por eso repito, gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Le sirvo té?

—Café, por favor.

—De acuerdo, ¿no le gusta el té?

—Digamos que no tengo nada en contra de él, pero desde que conocí el café lo he hecho a un lado.

—Yo honestamente no puedo iniciar el día sin una deliciosa taza de té humeante —explicó—. ¿Le agrego azúcar?

—Solo una cucharadita —respondió—. ¿Celestine no bajará a desayunar?

—Está desayunando en la cama, consentirla un poquito luego del cambio de actitud es lo adecuado.

—Sí usted lo cree —asintió ligeramente—. Gracias —dijo antes de llevarse la taza a la boca.

Garret suspiró, internamente por supuesto, pero suspiró. Y todo se debía a que había años que no le servían una deliciosa taza de café.

No era que le restara importancia a las atenciones de sus criadas, quienes le servían adecuadamente, pero había algo diferente en la atención de una esposa.




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