Pequeña rebelde

~8~

Garret se colocó las manos en la cintura y observó a Celestine y Addison con diversión. Le había hecho buscar libros en la biblioteca y aunque él había dicho que un criado podía hacerlo, su esposa le dejó en claro que tenía dos manos muy saludables como para acarrear algunos libros.

Vaya mujer.

Y no solo le había hecho buscar libros, sino que le había obligado a quedarse con ellas. No de forma explícita, pero sus miradas eran demasiado claras, al menos para él que las interpretaba casi de inmediato.

Por suerte se estaba divirtiendo y eso era mucho decir porque hacía mucho que no usaba esa palabra. Su vida se había vuelto tan aburrida que se había adaptado a la monotonía, moviéndose de la alcoba al despacho y viceversa, pero al fin estaba pasándosela bien y de la forma más extraña, pues muchos hombres dirían que la diversión se encontraba con mujeres de cuestionable reputación, en algún club para caballeros, pero él se la estaba pasando de maravillas viendo como una dama intentaba guiar a otra en el camino de la feminidad.

—¡Maldición! —gruñó Celestine cuando los libros cayeron al suelo con fuerzas.

—¡Celestine! —se horrorizó Addison—. A ver, esto no va a ser fácil, pero no es como para maldecir a los cuatro vientos.

—Prefiero beber el té, esto es absurdo —se cruzó de brazos.

—Te aseguro que me llevó al menos un año dominar mi postura y que los libros no se cayeran —le explicó dulcemente—. No te desanimes.

Addison lo miró y dejó en claro que quería que interviniera. Así que suspiró y dijo:

—Es tu primera lección, Celestine, nadie es bueno en nada la primera vez.

—¿Y tú en qué eras malo?

Garret se recostó en la pared aún con los brazos cruzados y recordó inmediatamente los constantes gritos de su padre cuando fallaba en la esgrima o cuando no era capaz de controlar a su caballo mientras aprendía a montar.

«Inútil» era la palabra favorita del difunto barón para gritarle en la cara cuando él estaba en el suelo porque el animal lo había tirado.

—En esgrima, de hecho, jamás pude aprender como para considerarme decente —admitió—. Luego fallé mucho cuando me enseñaban a montar, pero hoy en día soy buen jinete, es más, lo dominé más rápido de lo que esperaba.

—¿Y si esto es como esgrima? Entonces nunca lo dominaré —le hizo ver Celestine.

Garret negó.

—No, porque esto es algo que debes aprender, no es un deporte que puedas elegir hacer o no, se trata de modales básicos —le explicó—. Como las clases de baile, las detestaba y tuve que tomarlas igual.

—¿Voy a tener que aprender a bailar? —resopló.

—Puede ser divertido —la animó Addison—. Cuando al fin vayas a un baile verás que algunos caballeros son agradables y divertidos.

—Y algunos desagradables —murmuró Garret.

Addison lo observó, ceñuda, al parecer no había sido tan discreto porque ambas lo habían escuchado y Celestine parecía horrorizada.

—Pero si alguien desagradable se te acerca, yo misma me encargaré de que se aleje —dijo entonces Addison—. Y si eso no funciona, seguro que tú lo harás —lo señaló con una sonrisa poco tranquilizadora.

—¿Eso significa que voy a tener que andar por los salones de baile?

—Sí, no querrás dejar a dos damas solas e indefensas.

Garret entrecerró los ojos.

¿Indefensas?

Addison no era indefensa, parecía serlo, pero no lo era y estaba seguro de que era capaz de defenderse sola.

Por otra parte, Celestine podría hacer que cualquier pretendiente saliera huyendo.

Sin embargo, no sintió que fuera sensato discutir.

—Cierto, no había pensado en eso, pero las acompañaré.

Celestine se rio, visiblemente contenta.

—Eso sí va a ser divertido —corrió y lo abrazó.

Garret quedó pasmado por el gesto y observó a Addison como en búsqueda de ayuda. Claro que esta le hizo señas obligándolo a devolverle el abrazo.

—De todas formas, falta un tiempo para eso —dijo rodeándola con los brazos.

—Da igual, me anima saber que vas a estar ahí, quizás hasta puedas pensar en invitarle un baile a Addison —dijo separándose para verlo—. Le debes uno.

Addison la miró confundida, tanto como él.

—¿Le debo un baile?

—Sí, no bailaron en la boda y a ella le gusta bailar —aseguró—. Aunque claro que como mencionaste, aún no asistiré a una fiesta, pero supongo que podrías invitarla a algún evento.

—No es necesario —negó Addison.

—Como sea, pueden hablar del asunto mientras voy a preguntarle a la cocinera si sobraron panecillos —dijo Celestine—. Cargar libros en la cabeza me ha dejado exhausta.

—Seguiremos mañana —le advirtió Addison.

Celestine asintió obedientemente e hizo una rara reverencia antes de salir corriendo.

—¿Quería bailar en la boda? —preguntó entonces.




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