Addison contempló su obra con gran orgullo, pues delante de ella había una dama hecha y derecha (por lo menos en apariencia).
Celestine había dejado esos harapientos vestidos y el enmarañado cabello atrás, para darle paso a la última moda con un delicado estampado floral en tonos azules, además de las trenzas que desde hacía una semana eran habituales en ella.
—Celestine Harrison, eres una belleza —la halagó con alegría—. ¿Cómo te sientes?
—Honestamente me siento bonita —se movió de un lado al otro viéndose al espejo—. No parezco boba —sonrió.
—Nunca permitiría que afrontaras tus días con cualquier vestido feo —dijo con orgullo.
Celestine se acercó y le dio un fuerte abrazo que Addison correspondió de inmediato.
—Perdón por ser tan mala contigo al principio, pensé que ibas a ser cruel y preferí atacarte primero por si acaso.
Addison sonrió observándola con ternura.
—No puedo culparte, me han dicho que me veo aterradora —bromeó.
—Sí y estirada.
Con gran indignación abrió la boca.
—No lo digo para ofenderte —dijo apresuradamente.
—Tendrás que aprender a no ser tan honesta.
—¿Estás diciéndome que puedo mentir?
—No, pero a veces una dama puede fingir un poco —intentó explicarle—. Mira, en los salones de baile a veces te encontrarás con personas que no sean de tu agrado, pero tendrás que sonreír con recato y simular que no te sientes enferma cuando te hablan.
—Suena difícil.
—No es para tanto.
—¿Cómo fueron tus temporadas?
Addison se sentó en la cama y suspiró.
—Para la sociedad fui un éxito, pero yo no la pasé tan bien como parecía —admitió—. Aunque los primeros años mi carnet de baile estaba lleno, me sentía sola, como si no encajara con ningún hombre —explicó—. Y era tan odiosa que ni siquiera tenía una amiga.
—Bueno, pero ya no eres odiosa.
Addison sonrió.
—Eso espero, sin embargo, ahora no puedo pretender que todas esas muchachas a las que menosprecié me abran los brazos y me reciban con una sonrisa.
Celestine la observó con expresión triste.
—Lo importante de esto es que quiero que tú no seas como yo, quiero que te llenes de amigas y que algún día logres enamorarte de un buen hombre.
—¿Acaso piensas que puedo casarme por amor? Porque no sé mucho de la sociedad, pero las criadas siempre tienen chismes y dicen que algunos caballeros engañan a sus esposas o al revés.
—¿Las criadas hablan de eso delante de ti? —arrugó el ceño.
—No.
—Así que las espías —dedujo.
—Quizás —dijo con aires de misterio.
Addison suspiró, no podía culparla por completo, porque ella misma había escuchado conversaciones inapropiadas a escondidas.
—No lo hagas más, es de mala educación, ¿sí?
—De acuerdo —resopló.
—Volviendo a la cuestión del amor, creo que encontrarás a alguien que te ame y al que puedas amar —sonrió—. No te conformes con menos.
—¿Y entonces por qué te casaste? —curioseó—. No creo que mi padre te ame ni que tú lo ames a él, aunque pienso que le agradas —dijo arrugando la nariz—. A veces sonríe y antes de ti eso no pasaba.
—Voy a ser completamente honesta contigo.
Celestine la miró con atención y se sentó junto a ella.
—A los veintiocho años una no puede darse el lujo de escoger marido, las propuestas ya no llegan y si hay una, hay que tomarla sin pensarlo —explicó—. Y en mi caso, no es que no hubiese podido rechazar al barón, es que no me convenía, mi padre arregló el matrimonio y yo solo tuve que obedecerlo.
—¿Tu padre te obligó a casarte?
Addison asintió lentamente.
—¡Qué horror! ¿Y si eso me pasa a mí?
—No, eso no te va a pasar a ti.
—¿Cómo lo sabes? Mi padre no me quiere y podría deshacerse de mí.
—Sobre mi cadáver te vas a casar con alguien por obligación —dijo con firmeza—. Y tu padre te quiere, solo le cuesta expresar sus sentimientos, algunas personas sencillamente son así.
—¿Y por qué tu madre no intervino?
—Porque mi madre está ocupada con sus asuntos.
Sus asuntos eran sus amantes, pero eso no era necesario decirlo en voz alta.
—Menos mal que llegaste a mi vida —largó el aire.
Addison sonrió.
—¿Te puedo preguntar algo? Acerca del amor —preguntó Celestine con cautela.
—Lo que quieras —dijo intrigada.
—Dos personas que fueron forzadas a casarse, ¿pueden encontrar amor?
Addison ladeó ligeramente la cabeza.
—¿Por qué lo preguntas?