Addison entró en su alcoba luego de que Celestine se quedara dormida. La idea era pasar brevemente para conversar un poco de su día y sus lecciones, pero había terminado cepillándole y trenzándole el cabello, extendiendo así la charla.
Cerró la puerta detrás de sí y guiándose por la tenue luz que emanaba la chimenea, caminó hacia el tocador. Encendería unas velas y se trenzaría el cabello para ir a dormir. Sin embargo, sus planes cambiaron cuando aterrizó de bruces al tropezar con un pliegue de la alfombra.
—Mierda, mierda, mierda —chilló agarrándose la rodilla.
La voz de Garret llegó desde el otro lado de la puerta.
—¡¿Addison?!
—¡¿Sí?!
—¡Voy a pasar! —anunció.
Addison abrió los ojos como platos y como pudo se agarró de la silla frente al tocador para levantarse.
¿Por qué su esposo iba a entrar en la alcoba por primera vez cuando ella estaba desaliñada y sin la erótica lencería que había comprado?
Garret entró y la encontró a cuatro patas intentando levantarse.
Que poco digno.
Y que poco sensual.
El cabello que llevaba semirecogido se le había ido al rostro y seguro tenía expresión perturbada.
—Así que ese sonido fue usted contra el suelo —comentó él.
—¿Vino por el ruido? —preguntó confundida.
—¿Y por qué más?
¿Para consumar el matrimonio?
La respuesta parecía evidente, pero decidió callarse.
Cuando Garret le ofreció la mano para levantarse, la tomó.
—¿Se hizo daño?
—Creo que mi rodilla se llevó la peor parte —masculló mientras cojeaba hacia la cama.
—¿Qué estaba haciendo?
—Intentaba encender unas velas, pero un pliegue de la alfombra me hizo tropezar —explicó—. Podría jurar que no estaba allí.
—¿Celestine estuvo aquí?
—No, ¿por qué?
—Quizás quiso hacerle una broma y movió la alfombra.
—No fue Celestine, ya superamos el momento de las bromitas pesadas —gruñó con fastidio—. Seguro una de las criadas le dejó mal cuando entró a hacer la limpieza, solo fue un descuido y ya.
—¿Entonces por qué está tan molesta?
—Porque me duele la rodilla.
Y porque mi esposo no tiene el mínimo interés en tocarme.
A ver, no se amaban, ni se querían, pero se agradaban y aunque eso no había sido así desde el primer día, Addison había planeado una buena noche de bodas porque tenía que admitir que no se había casado con un hombre feo.
Garret tenía un atractivo interesante, le resultaba enigmático y excitante, pero aparentemente no provocaba nada en él.
—Déjeme ver.
—¿Mi rodilla?
—Sí.
Addison sintió un ligero pudor, pero también quería ver la reacción de él al verle la pierna.
¡Qué tonta!
¿Qué iba a producirle una pierna?
Seguro que había visto más que una pierna de un montón de mujeres.
—¿Addison?
—¿Qué? —respondió volviendo a la realidad.
—¿Puedo verle la rodilla?
—Sí, claro —murmuró.
Con cierta vergüenza se levantó la bata, arrastrando el camisón en el proceso hasta que dejó la rodilla a la vista.
Mientras tanto, Garret divisó una vela en el suelo y la encendió con la llama de la chimenea.
Cuando volvió a su lado la dejó en la mesa de noche y con delicadeza tocó la zona dolorida.
Addison se estremeció al sentir el contacto.
—Se pondrá morado —dijo él.
—Dígame algo que no sepa —respondió malhumorada.
—A ver, ¿puede decirme que le fastidia tanto?
Addison suspiró e intentó serenarse.
No tenía caso enojarse por algo de lo que no podía hablar, era demasiado prudente como para preguntarle a su esposo por qué no quería nada con ella.
Una dama no mencionaba esas cosas.
Tenía que estar contenta con haber conseguido que Garret sonriera.
—Perdón, solo ha sido un día largo.
Garret le acarició con dulzura la rodilla y Addison no se opuso al contacto, él parecía hacerlo más por inercia.
—Entonces descanse, ya es tarde.
—Lo sé, solo me distraje en la alcoba de Celestine, la ayudé con su cabello y luego nos quedamos conversando hasta que se durmió.
—¿Y su doncella?
—Le dije que se fuera a la cama, la pobre está trabajando el doble, además no me molesta pasar el rato con Celestine.
—Esta semana conseguiremos sin falta una doncella, puedo ayudarla si quiere, para que no cargue con todo.