Pequeña rebelde

~13~

El último vistazo que se dio en el espejo no le ayudó a quitarse los nervios de encima, quería verse perfecta porque después de años aparecería frente a la sociedad junto a su esposo.

Sabía que al día siguiente criticarían algo, quizás su apariencia o quizás dirían que se notaba a leguas que ese matrimonio no era por amor.

Tal vez hablarían pestes de su cabello o de un mal paso que pudiera dar bailando.

No lo sabía, pero no era lo único por lo que estar nerviosa. La verdad salir con Garret la inquietaba porque no sabía si era una cita o una simple gentileza.

¿Estaba él dispuesto a cortejarla para conocerla y así llegar a algo más que una amistad?

Después de la confesión sobre su esposa, lo dudaba.

No hacía falta ser un genio para notar que Garret Harrison amaba a la difunta lady Clifford.

Ella lo había herido, sí, pero el corazón de él seguía perteneciéndole y Addison nunca podría competir con una muerta.

A ver, no era doloroso, no estaba agonizando por no ser objeto de deseo de Garret, pero, así como ella lo consideraba un hombre apuesto e interesante, quería ser vista de la misma forma.

Quería que fuera recíproco el asunto de querer formar un lazo más allá de una boda por conveniencia.

Un par de golpes en la puerta la hicieron salir de sus pensamientos, que ese día no eran pocos y entonces se encontró con Garret cuando le permitió pasar.

Él la miró de arriba abajo y dijo:

—Buenas noches.

—Tiene mejor cara —comentó Addison con alegría.

—Ese té que me diste en la tarde me ayudó a dormir tal y como prometiste.

—Mi cocinera me lo preparó por primera vez cuando mi prometido me abandonó —explicó—. Esos días necesité descansar para no enloquecer y afortunadamente me dio la receta antes de mudarme aquí.

Garret se acercó, le tomó la mano y se la besó.

—Estás muy hermosa.

—¿Le parece? —preguntó viéndose otra vez al espejo—. Hay algo que no me convence.

—No me parece, estoy seguro —respondió tranquilamente—. ¿Puedo pedirte algo, Addison?

Addison se volteó a verlo y asintió.

—¿Puedes dejar la formalidad?

—¿Y eso por qué? —arrugó el ceño.

—Porque yo ya lo he hecho y no creo que pueda volver a usarla luego de lo que pasó en la mañana.

Con dulzura, le sonrió.

—Cierto, en ese caso puedo hablarle… Perdón, hablarte, con informalidad.

—Gracias.

—¿Me quieres ayudar con algo?

Garret asintió.

—No sé si llevar el chal blanco —se lo pasó por los hombros y se movió de un lado a otro para lucirlo—. O el azul —repitió la acción.

—El azul.

—Ni lo pensaste.

—El blanco solo debería ser para las debutantes, tú ya eres una mujer casada.

—Puede ser —meditó.

—¿Puedo sentarme?

—Sí, claro, prometo no tardar.

—Es temprano —dijo tomando asiento en el pequeño sillón de un cuerpo—. ¿Por qué hacen cosas tan pequeñas? —se quejó.

Addison se rio.

—No es pequeño, usted… No, perdón, tú —se corrigió—, eres un hombre grande.

—No tanto.

Addison se echó perfume y luego lo miró.

—Claro que sí, eres alto, tienes espalda ancha y… Creo que ya no hace falta que diga más.

—Pero yo quiero escuchar más.

—Ay por favor, no voy a deshacerme en halagos para inflar tu ego —se cruzó de brazos—. Dudo mucho que no sepas que eres un hombre atractivo.

—Es que hace mucho que no me lo dicen —admitió.

—¿Y la criada? Porque ya he notado como se desvive por ir a llevarte cualquier tontera que solicites al despacho.

—No cuenta, no estoy interesado en ella y sé que lo único que busca obtener es privilegios, pensé que ya habíamos tenido esta charla.

—Sí, pero mientras más atención presto, más servicial la encuentro.

—Da igual, no le doy ninguna clase de esperanzas.

Addison entornó los ojos.

—¿No me crees?

—No es eso, es que mientras más miro tus ojos, menos creo en la posibilidad de que Celestine sea… Ya sabes.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—Sé que es un tema delicado y no quiero provocarte ningún malestar, pero te juro que ella tiene tus ojos.

—No lo creo —negó sin ánimos.

—Claro que sí, son del mismo color verde y esas miraditas altivas… Dios, si me exasperan ambos —se colocó las manos en la cintura—. Cuando algo les disgusta también arrugan la nariz de forma idéntica.

—¿Y solo por eso crees que estoy equivocado?




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