Garret tuvo una sensación maravillosa al posar la mano en la estrecha cintura de Addison y entrelazar la otra con la de ella.
Y más emocionado se sintió cuando la vio sonreír mientras se movía al ritmo del vals.
¿Hacía cuánto que no disfrutaba de un baile?
Diez años como mínimo.
Nunca había imaginado que volvería a pasarla bien en un salón de baile repleto de gente, pero ahí estaba, sintiendo un enorme alivio al darse cuenta que quizás Lara no era la única mujer capaz de dar alegría a su vida.
Quizás había llegado el momento de olvidarla, de reconciliarse con los fantasmas del pasado y mirar al futuro.
Addison había llegado por algo o de lo contrario no sería tan maravillosa.
Era comprensiva, dulce, graciosa y muy bella. Seguro hubiese girado a verla si se la hubiese encontrado en un salón de baile antes de casarse.
—¿Tengo algo en el rostro? —preguntó ella después de que la hizo girar.
—No, ¿por qué?
—Por la forma en la que me estabas viendo.
—Solo pensaba.
—¿No estás divirtiéndote?
—De hecho, estoy sorprendido por lo mucho que estoy disfrutando esto.
Addison lo miró y notó como poco a poco una sonrisa se le dibujaba en el rostro.
Entonces él también sonrió.
—Y yo que temía que mi rodilla magullada no me permitiera moverme con gracia.
—No creo que alguien en su sano juicio se atreviera a decir que no tienes gracia.
Ella soltó una risita encantadora.
—Empiezo a pensar que los hombres de Londres están mal de la cabeza por no intentar desposarte.
—¡Qué dices! —soltó entre risas—. ¿Qué parte de que era odiosa no entiendes?
—Eso es porque no se dieron el tiempo de sacar lo mejor de ti.
—Quizás, pero no se puede culpar a todos los hombres por eso.
—Cierto, no supieron ver el tesoro que eres, pero yo sí.
Addison abrió los ojos ligeramente y al hacerla girar y encontrarse con su rostro nuevamente, comprobó que tenía la misma expresión.
—¿Por qué me dices eso? —preguntó al fin.
—Porque es lo que pienso.
—Es que es extraño, ¿sabes? —dijo con cautela—. Hace muchísimo que alguien no me halaga.
—Entonces, ¿ahora puedo afirmar que los ingleses son todos idiotas?
Addison se rio.
—Ya basta, me harás ruborizar.
Garret acercó un poco el rostro al de ella y con una sonrisa maliciosa le susurró:
—Ya lo estás.
—No me lo puedo creer, hombre descarado —se hizo la ofendida.
Seguro que Addison pretendía mantenerse seria un poco más, pero en cuestión de segundos empezaron a reírse ambos.
—Ni me quiero imaginar lo que van a decir de nosotros mañana en la mañana.
—Te aseguro que no van a decir que fue un matrimonio arreglado.
—¿Tú crees?
—¿A cuántas parejas ves riendo en este momento?
Addison aprovechó un giro para dar un rápido vistazo al salón.
—Es un buen punto —admitió, aunque vi una pareja muy risueña en mi breve recorrido.
—¿Quiénes?
—Lord y lady Gavello —dijo dando un largo suspiro—. La mujer debe odiarme, me avergüenza mucho recordar lo mala que fui con ella.
—Ya no te mortifiques por el pasado.
—Es que es imposible, Joanne era un corderito indefenso y yo me aprovechaba de sus inseguridades para hacerla sentir inferior.
—Pero aparentemente lady Joanne ha hecho su vida, no creo que guarde rencor.
—Sí, hasta donde sé tiene una vida preciosa en Italia, pero intenta venir a ver a sus seres queridos en Inglaterra, es hermana del barón Seaford.
—¿Oliver Seaford?
—¿Lo conoces?
—Lo recuerdo de cruzármelo en algunos eventos y digamos que su matrimonio con una doncella dio de qué hablar.
—Tienes razón, hubo muchos comentarios al respecto.
—Es lo normal, cuando algo se sale de la regla, la sociedad encuentra la excusa perfecta para soltar el veneno.
Los instrumentos se detuvieron y Garret besó la mano de Addison emitiendo una cortés reverencia.
Ella sonrió y sus mejillas se sonrosaron un poco.
—¿Podríamos buscar algo para beber? —preguntó tomándolo del brazo.
—Claro, ¿qué dices de un poco de champaña?
—¿Me creerías si te digo que nunca la probé?
—¿Y que bebías es las fiestas?
—Limonada.
Garret se rio.
—Yo jamás conseguía lidiar con eventos sin un trago.