Pequeña rebelde

~15~

—Estoy realmente sorprendida por como manejaste la situación —dijo Addison entre risas cuando el carruaje se puso en marcha.

—¿A qué te refieres?

—A tu forma de moverte entre la gente y como hablaste con lady Rummage.

—Me sentí confiado porque estaba contigo y eso me permitió moverme sin ningún temor.

Addison sonrió.

—Por momentos me sentía aquel muchacho de veinte que pisaba salones de baile por primera vez y fue maravilloso —dijo con una sonrisa y los ojos brillándole.

—No sabes cuánto me alegra oírte decir eso, realmente quería que ambos la pasáramos bien.

—¿Y tú la pasaste bien? Lady Rummage fue un tanto hostil.

—Estuvo sutil, de ella esperaba más hostilidad —sonrió buscando complicidad—. O quizás tus comentarios sobre sus plumas fueron lo que le hicieron perder fuerza.

Garret soltó una carcajada.

—No quisiera decirte cómo debes vestirte, pero por favor nunca te pongas un pájaro muerto en la cabeza.

—¡Eres horrible! —se rio a más no poder—. Dios, hacía mucho que no me reía tanto, incluso me duele el estómago.

—No me considero tan gracioso, yo creo que tú estás un poquito ebria.

—Bueno, cuatro copas es muchísimo para alguien que no bebe con frecuencia, ¿verdad?

—¿Cuatro? Yo conté tres.

—Bebí una cuando fuiste al servicio.

A Garret se le dibujó una sonrisa traviesa en el rostro.

—Ya veo que es riesgoso perderte de vista cinco minutos.

Addison soltó una delicada risita y batió un poco las pestañas.

—Quizás no debas perderme de vista.

—¿Estás coqueteándome? —preguntó él.

—Depende.

—¿Y de qué depende?

—De si te gusta o no.

Garret soltó una carcajada.

—Ay Addison, eres una descarada.

Addison se sintió avergonzada y tonta.

¿Cómo pretendía coquetearle a un hombre que claramente sabía del tema? Era patético que una virgen intentara seducir a alguien con experiencia.

—Lo siento —murmuró—. Me dejé llevar por el momento.

—Yo no dije que no me gustara ese descaro.

—¿No? —preguntó con interés.

—No, de hecho, me agrada.

Addison sonrió.

—Eres una mujer hermosa, inteligente y divertida —enumeró—. Sí me dices algo bonito o algo atrevido, me sentiré halagado.

—¿En serio crees eso de mí? —preguntó con un nudo en la garganta.

—Sí, lo que le dije a lady Rummage sobre tu sonrisa… Yo no mentí —admitió—. Me gusta cuando sonríes, el mundo no es tan malo cuando lo haces.

—¿Y eso de que soy la mujer más hermosa de Londres? —recordó.

—Todo lo que dije, es cierto —dijo tranquilamente—. Hoy he comprobado que de haberte conocido antes de estar casado, yo hubiese girado la cabeza para verte.

Addison apretó los labios, miró hacia arriba implorando que las lágrimas no se le escaparan e intentó decir algo perspicaz, pero en vez de eso sólo consiguió emitir un sonido poco femenino y tuvo que cubrirse el rostro mientras comenzaba a llorar desconsoladamente.

—¿Addison? —dijo Garret visiblemente confundido—. ¡Addison, háblame! ¿Qué ocurre?

Sorbiendo por la nariz e intentando hablar con claridad dijo:

—Nunca nadie me había dicho algo tan bonito.

—No es cierto, no puede ser —negó él—. ¿Y lord Hudson?

—Él… él no era así —sorbió por la nariz—. Decía que le gustaban mis ojos, pero eso es poco cuando tú me dices que el mundo no es tan malo si sonrío.

—Ven aquí —palmeó el lugar a su lado.

Addison se sentó donde le indicó y cuando él se puso de lado para abrazarla, ella no dudó en recostarse en su pecho.

—No quiero que llores —le susurró.

—Lo siento, es que hoy tú has sido ese amigo que jamás tuve en un salón de baile y todo ha sido tan bonito que no me lo creo.

—Ya no hay demasiado que podamos hacer en lo que va del año, pero te prometo que asistiremos a fiestas la próxima temporada.

Addison sonrió llena de ilusión, se secó las lágrimas y se alejó para verlo.

—Es bochornoso llorar por esto, perdona.

—Es lo que cuatro copas pueden conseguir —se rio y le pasó la mano por la mejilla para quitarle las lágrimas.

—Deberías haberlo mencionado antes —le dio un golpecito en el hombro.

—No sabía que ibas a ponerte sensible, hay ebrios que solo se quedan dormidos.

Addison se echó hacia atrás en el carruaje y suspiró.

—No tengo una pizca de sueño.

—Entonces debo estar muy viejo porque yo muero por ir a la cama —sonrió.




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