Pequeñas Casualidades de Diciembre

una melodia, una sonrisa y....

Trataba de calentar las manos, que seguían congeladas pese a que estabas estaban protegidas por los guantes de lana, eso provocaba una risa nada disimulada en mí, pero no me podía quejar, apresure el paso para no llegar demasiado tarde – por quedarme viendo películas – a lo lejos podía observar como un grupo de personas se reunía alrededor de alguien, este parecía tocar la guitarra e interpretaba una serie de canciones.

De repente me transporto al primer día de este mes, apenas si salía de la universidad cuando en el pequeño parque que se situaba al frente de la misma un conjunto de chicas chillaba como locas, que incluso dejarían sin poder oír a un sordo, trate de caminar ignorando aquello, pero todo era en vano – maldita curiosidad femenina – mis pies me llevaron a esa dirección y lo único que alcance a ver un cabello rubio platinado con uno que otro toque rosado, pero leve, no negué que la música era sublime, más al ver la hora corrí a alcanzar el ultimo bus que me llevaba a casa.

Al lunes siguiente las cosas fueron de lo mejor, las exposiciones salieron como lo planeamos y al momento de tomar desayuno, muchos fueron al comedor y otros a los puestos que quedaban en el parque, yo era una de ellos; entre platicas y sonrisas llegamos y cada quien pidió lo que deseaba, en el momento en que recibía lo mío aquella cabellera llamo mi atención, al parecer también estaba tomando su desayuno, esboce una sonrisa de labios y seguí con lo mío, estaba segura que a la salida el estaría tocando en la salida.

El día 4 paso sin pena ni gloria, no hubo nada interesante, a excepción quizás que los docentes empezaban con los exámenes dando inicio así el día viernes, fuera de eso, quizás lo único interesante o que llamaba la atención fue que el mismo chico seguía en la entrada tocando su guitarra; multitudes de chicas y porque no decirlo chicos quedaban embobados por él; me detuve un rato a mirarlo de lejos y cerré los ojos, a los segundos ya seguía mi caminar hacia la parada de autobús.

Los días siguientes a ese, me la pase estudiando, preparando exposiciones, finalizando los proyectos y enseñando a algunos niños, lo demás transcurría con total tranquilidad – todo incluido al chico de la guitarra –.

El viernes llego y con este el primer parcial, los nervios hacían que el estómago se me revolviera, y no pensara bien, suerte que este era a la última hora, así que aprovechando las primeras horas salí del salón y con paso raudo llegue donde se encontraban los puestos, pedí un vaso de café con leche y camine hacia la banca más cercana, me senté y espere, aun sentía nervios, más cuando de nuevo volví a probar mi bebida aquel chico extraño se había sentado a mi lado y rasgaba la guitarra con suavidad y delicadeza, aquello me calmo, así que más animada termine el contenido de mi vaso, no sin antes girarme y decir un gracias, ese día di un buen examen.

El fin de semana llego, pero no fue motivo para haraganear, los últimos parciales y sustentaciones estaban a la vuelta de la esquina; ya casi siendo alrededor de las 6 de la tarde a modo de descanso decidí salir a caminar y así ver si podía distraerme, con lo que no contaba es que al entrar en la tiendo de mis tíos, encontraría a aquel peculiar chico que en aquel instante compraba una bolsa de huevos, nuestras miradas se cruzaron y… Sali corriendo de la tienda como alma que lleva el diablo, bonita forma de acabar el fin de semana.

Sin mucha emoción recibí el lunes y es que con vergüenza y timidez – no propia – corrí con el carnet en mano llamando la atención – que no quería – ingresé, llegue con la misma velocidad a mi salón donde deje la mochila en el pupitre y con mucha, pero mucha vergüenza hundí mi rostro en ella, no baje ni a desayunar o comer algo, pedí a uno de mis amigos que me trajera la comida porque aún no tenía cara para enfrentar la situación; lo que no contaba es que a la salida, el chico de la guitarra y ojos carmesí – si aquella vez me fije en el color de sus ojos – se encontraba en una de los banquillos cerca la entrada – tierra trágame.

El martes fue una penuria y es todo debido al pequeñisisimo incidente de ayer, pero es que en serio quien se pone a gritar a voz en cuello: ¡HEY! ¡LA CHICA DE MOCHILA MORADA!, y esa fue mi tumba, las chicas y chicos se giraron en todas las direcciones buscando en todas direcciones quien podría ser esa persona, y es realmente cómico, porque en este chico que había llegado hace no más de dos semanas atrás ya tenía – al parecer – una legión de seguidoras (es), agarre mi bolso contra mi pecho y sin que nadie lo notara – o eso esperaba – corrí llegando a las justas cuando el bus salía, en definitiva llegar a mi casa era lo único de paz que pedía.

El miércoles y jueves, casi fue la misma charada, el buscando a una chica con una mochila, gorra bufanda o chaleco de un color, lo que no contaba es que la mayoría de mujeres venia vestidas así, por el momento estuve salvada, de no ser porque el día jueves en la tarda, mis tíos llegaron y me enviaron a la tienda por unas botellas de cerveza, resignada fui a la tienda de la plaza, compré y ya estaba a punto de irme, pero da la pequeña casualidad que al chico de ojos carmesí ingresaba al establecimiento, nos miramos de nuevo por unos segundos en los que trate de esconder las botellas, así rompiendo el contacto visual salí de la tienda o más bien volví a correr, mi vida ahora se resumía en exposiciones, trabajos, exámenes y correr.




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