Un olor se instala dentro de mi ser dejándome una marca permanente e inolvidable. No es desagradable, al contrario, es en demasía relajante.
Sentir este aroma en una madrugada fría, acurrucándose en conjunto a tu amante es el exquisito placer de la vida, pero, el amante no es alguien efímero de carne y hueso, esos son placeres vanos. Hablo de lo que te apasiona, eso que tanto te gusta hacer, ese es tu verdadero amante.
El roció cristalino, parecido a pequeños diamantes luminosos, adherido a los ventanales y el sonido del agua fluyendo desde el cielo parece el canto que profieren los querubines antes de dormir, llenando de gloria y bendiciones a nosotros los desgraciados humanos cegados por las cosas materiales. Sobretodo carnales.
El frio revolotea insistentemente en el lugar entrando en mí ser sin pedir permiso dejándome el cuerpo tibio, ya que, mi corazón está ardiendo de dicha y felicidad.
Me imagino estar al lado de una cascada garrafal que me moja con su agua bendita y virgen. Todo miedo se va, todo recuerdo o situación mortíferamente deprimente y en contra de la autoestima se retira al abismo de las profundidades de la cascada. Sin retorno.
Todo es lavado con estas aguas virginales, estos sonidos gloriosos y este aroma contundente que rememoraré por toda la eternidad. Mi alma está de júbilo por esta acción piadosa de la Madre Naturaleza que con alianza de Dios nos manda alegría líquida a los pocos que respetamos a nuestra señora indomable e indómita.
Lluvia, lluvia… Magnifica lluvia proveniente del cielo puro y falta de perversión.
¡Mándame de tu aroma para dormir plácidamente esta noche! ¡Báñame con el roció cristalino que posees para purificarme de toda maldad, pero sobretodo, cántame una hermosa sonata que denote tu amor infinito por tus hijos y acurrúcame en tu pecho materno hasta llegar a los brazos de Morfeo!
¡Oh Madre Naturaleza! Gracias por tu lluvia que actúa como manantial para refrescar a este mi corazón desierto y estéril.