Entre enero y abril se llenaba de mangos. Los muchachos del pueblo iban allí a bajarlos, unos a pedradas, otros lanzando palos, o a veces con unas varas largas, pues el árbol era bastante grande. Los más hábiles trepaban por sus ramas y se hacían con los frutos más altos, decían que eran los más sabrosos.
Pero un día llegaron hombres armados y encapuchados , se tomaron el pueblo. Reunieron a sus habitantes en la sombra hasta ese día hospitalaria de aquel árbol y con lista en mano iban separando a "los traidores" Hombres jóvenes y viejos, a mujeres y hasta al tonto del pueblo, pues según ellos no era tan tonto, la bobera no le impedía ser informante de "los otros".
Allí fueron ahorcados frente a las miradas de todos, para que supieran como era la mano con los que mandaban ahora, y que ay de quién se atreviera a bajar los cuerpos, no tenían derecho a enterrarlos.
Bañado por el sol del verano se vio por días el árbol de mango invadido por gallinazos, y con sus colgados como frutos podridos que se caían a pedazos al suelo.