En los días siguientes, Leo estuvo a punto de creer en las palabras de su jefe, aunque no estaba muy claro en qué estaba trabajando, parecía estar dando su mejor esfuerzo. Llegaba temprano, hacía muchas llamadas telefónicas hablando en idiomas que ella desconocía y tenía gran cantidad de carpetas de informes en su escritorio.
Y también le solicitaba mucha información, justamente buscando un artículo de un viejo periódico, dio con la identidad de la mujer que había estado en la oficina de Bastian.
Era una funcionaria pública relacionada al área de importación y exportación, una joven profesional destacada en temas financieros.
Aquello despertó las sospechas de Leonora, era obvio que una mujer así no tenía una aventura sexual con su jefe, y él había dicho que hablaban sobre trabajo.
Pero qué tipo de trabajo y qué estaba planeando su jefe, estaba preocupada. La relación que él tenía con su familia y su puesto en la empresa eran demasiado precarios como para que diera un paso en falso.
Iba a tener que estar alerta, no quería perder su trabajo y, tampoco, principalmente, no quería su jefe fuera humillado por el resto de la familia Cavendish.
Aquel hombre era un constante dolor de cabeza, aunque últimamente se le olvidaba cada vez que le sonreía.
Cuando fue a dejarle el recorte que él le había pedido, llevó también el recorte de diario donde aparecía la mujer.
-Muy interesante su amiga….¿tiene negocios con alguien así? – preguntó. Y él la miró sorprendido.
-Eres habilidosa, Leoncito.
-No se está metiendo en problemas, ¿verdad?
- No sería yo si no lo hiciera…- dijo divertido y ella lo miró furiosa.
-Sabe a lo que me refiero…
-Sólo estaba pidiendo algunos consejos, así que no te asustes. Y, por favor un poco de café…y si es posible con algo dulce. No puedes interrogar a alguien sin endulzarlo primero –la provocó.
-No lo estaba interrogando y tampoco pienso endulzarlo- le dijo enfadada.
-Es una lástima, me hubiera gustado- dijo él dando un doble sentido a sus palabras, lo que la hizo huir despavorida.
Aunque Leonora, apenas era capaz de creerlo, siguieron jornadas de trabajo intenso, aunque su jefe no perdía oportunidad de molestarla.
La preocupación de Leo iba en aumento, pero no sólo porque sentía que había algo raro, sino porque la asustaba lo que le pasaba con su jefe.
A veces se descubría a sí misma mirándolo, o se distraía recordando el beso. Estaba empezando a pensar que algo estaba mal con ella, tendría que encontrar un remedio pronto.
Una semana después, tuvo una idea, aunque distaba de ser algo brillante.
-¿Sales? – preguntó Bastian extrañado al verla acomodar sus cosas durante la hora del almuerzo.
-Sí, almorzaré afuera – dijo ella y él se vio totalmente contrariado.
-¿Sucede algo en tu casa?
-No, tengo una cita – respondió ella.
-¿Una cita?
-Sí, uno de los jóvenes que trabaja en las oficinas contiguas me invitó a almorzar.
-¿Y aceptaste? – preguntó elevando la voz.
-Sí – dijo ella y guardó para sí misma la razón. No tenía ganas de salir con nadie, pero necesitaba sacarse a Bastian de la cabeza y quien al había invitado era muy agradable, quizás era hora de darle un lugar a su vida amorosa.
-¿Qué pasó con lo de que no querías novio y todo eso?
-Solo voy a almorzar…- dijo colgándose el bolso en el hombro.
-Leonora - la llamó él.
-¿Sí?
-No vayas…
Leo se detuvo ante aquel pedido, había algo en la voz de él que la hizo estremecerse, lo miró por un instante.
Aquel era Bastian Cavendish, su jefe, un mujeriego e irresponsable, un hombre acostumbrado a los lujos y las mujeres despampanantes, alguien que vivía una vida sin complicaciones. No era para ella.
Suspiró y aferró con fuerza la correa de su bolso.
-Es mi hora del almuerzo , jefe, puedo hacer lo que quiera con ella.- dijo y se marchó.
De camino se encontró con el hombre que la había invitado y fueron a un restaurante cercano a la oficina.
Se habían conocido haciendo trámites y siempre mantenían una charla amena, él había intentado invitarla varias veces, pero Leonora lo había eludido. Sin embargo la confusión que llevaba dentro había hecho que aceptara aquella cita, aunque mientras el joven le hablaba , ella no pudiera quitarse de la mente la mirada que Cavendish le había dedicado cuando ignoró su pedido.
-Leonora, ¿te gusta esta mesa? – preguntó el muchacho y la sacó de su ensimismamiento.
-Sí, está bien – aceptó ella y se sentaron. Ordenaron unos minutos después y hablaron mientras esperaban la comida.