Percepción

I.

En un principio Hugo pensó que estaba alucinando. Se talló rápidamente los ojos, no era un sucio truco que sus ojos le estuvieran jugando, veía lo que la fenomenal realidad le mostraba. Algo que nunca había visto, algo que nunca se habría imaginado, algo que nunca nadie le creería. La negra criatura posaba en el verde pasto de la planicie, y casi como un astuto y feroz gato se mostraba alerta a cualquier movimiento del chico. Hugo lo habría confundido con el vulgar animal de no ser por los amarillentos ojos, su gran y temible tamaño y la rara, larga y escurridiza cola que meneaba por detrás. El animal también lo veía, sus ojos estaban fijos en el chico y por unos instantes pensó que en cualquier momento iba a ser devorado por semejante bestia, era una de las terribles posibilidades que existirían para él. Entonces supo que lo mejor que podía hacer era quedarse ahí, inmóvil, mientras que inesperadamente apareció un leve pero cosquilludo ardor en los brazos, algo que al principio fue posible controlar.

Entonces algo ocurrió. Aun estando a unos metros de distancia, la fenomenal criatura intentó olfatear al chico y fue esto lo que produjo que el inquietante miedo se convirtiera poco a poco en una extraña curiosidad por parte de Hugo. Miraba con detalle el viejo y desgastado pelaje, el cual, mostraba una vasta experiencia ya que esté no cubría por completo la fruncida piel del animal. Hugo ahora veía en ella una majestuosa bestia, un singular ser vivo que, a ojo del muchacho, necesitaba de cuidados. Una criatura que tal vez no era tan temible como lo parecía. El recelo se convirtió en una instantánea obsesión por saber que era exactamente lo que sus ojos enfocaban, una obsesión de deseo por poseerla, por adorarla, algo que hasta a él mismo le sorprendió.

No podía evitar intentar acercarse, al mismo tiempo que ahora la irritada piel picaba y ardía de anormal manera, la leve comezón se convirtió en algo que era imposible de ignorar, pero se concentró en solo dar un breve y conciso paso hacia delante, el cual terminó por ahuyentar a la vieja bestia, la cual, con velocidad, recorría la amplia planicie para dirigirse al profundo y oscuro bosque el cual, parecía, era su hogar. Un lugar al que siempre tuvo un incontrolable miedo, los adultos siempre contaban aterradoras historias sobre aquel lóbrego soto, al mismo tiempo se preguntaba cómo era que podía vivir en ese solitario e inhóspito lugar.

Con un poco más de calma, viendo que el ambicioso peligro estaba lejos, su sentido común abordó la situación. La excitación se convirtió en un apresurado miedo que recorrió la piel del muchacho de pies a cabeza, mientras que rascaba con velocidad los molestos granos de sus brazos y espalda. En su mente volaba una idea, un temor al cual solo le bastaron unos segundos para que tomará control de todo su pensamiento.

“¿Qué era exactamente lo que hacía aquí?”

Rascarse solo provocaba que el ardor y la irritación empeorara, pero tenía que ponerse en acción, algo como eso era demasiado preocupante. Al mismo tiempo que una preocupación sobrevino cuando recordó lo que su padre podría decir porque tenía estrictamente prohibido cruzar aquella cerca, y esa noche había quebrantado esa regla. Temía también por la desconocida bestia, un temor que, sentía, terminaría por arrebatarle algo importante, pero sabía que debía hacer lo correcto aunque eso significará no saber más del curioso animal.

Así que con velocidad corrió a la recámara, la noche había arribado. Su padre se encontraba en la habitación cuando Hugo llegó con aceleración.

–Papá… ¿puedo hablar con usted un momento?

Rafael dirigió una rápida y precisa mirada hacia Hugo, y con algo de indiferencia asintió con la cabeza.

–Déjeme decirle que… es que sucedió algo muy raro, pero necesito que me escuche con cuidado antes de que me diga algo… – Hugo lo conocía perfectamente, sabía instintivamente que aquel hombre era inestable, un indomable descontrol emocional formaba parte de su conducta. Sentía miedo a la par que molesto porque el ardor seguía ahí, pero tenía que controlarse, su padre le había propinado buenas leñas días atrás por descubrirlo rascándose.

–Te estoy escuchando, ¿puedes apresurarte? Tengo cosas que hacer, ya lo sabes – respondió con algo de molestia.

–Es que… miré, estaba terminando de regar las plantas de mamá en el patio trasero cuando… vi que algo se movía detrás de la cerca. Entonces… entonces… – el chico quería decir exactamente lo que hizo después, pero la incertidumbre corrompió su valiente honestidad. La forma en la que lo miraba y respondía le daba mala espina, y solo ocasionaba que diera nerviosos pasos hacia atrás.

–Sí… y ¿qué hiciste después? – expresó con una mirada despectiva sobre Hugo. No dijo nada, había ya resuelto aquella incógnita en su cabeza, era un hombre astuto y ya suponía que era lo que había pasado mientras sentía como la sangre hervía sobre todo su cuerpo.

–Pues… tenía que asegurarme de que era, y…y… cuando crucé hacia el otro lado… – una insospechada bofetada obstaculizó la conversación. Rafael ardía de calurosa colera, mantenía los ojos sostenidos en la única persona en la habitación mientras mostraba una grave seña de inconformidad. Aquel ceño fruncido determinaba su enojo, ese mismo ceño que mantenía las otras noches que terminaron por tener ese mismo final para Hugo. Entonces se llevó las manos a la barbilla haciendo lentos movimientos, en cambio Hugo sostenía sus manos sobre su abofeteada mejilla mientras miraba directamente a su atacante con los ojos vidriosos.



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En el texto hay: cuento corto, terror, nuevo

Editado: 09.08.2021

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