Con un maldito y predecible llanto ahogó sus recientes penas mientras que una triste penumbra lo cubrió para después despertar. El casi sordo y familiar sonido estaba, de nuevo, ahí:
Toc, toc, toc.
Su madre estaba en la puerta, aún tenía la cara blanquecida, casi como la de un fantasma. La noche seguía ahí y había hundido el aposento en total oscuridad, una tenue luz lunar entraba por la ventana abierta de la recámara. Supo que no había pasado mucho tiempo. Hugo se incorporó con sudorosa rapidez y con acelerada respiración encima de la pequeña cama, sintió que sus ojos ardían, tocándolos pudo darse cuenta cuan hinchados estaban mientras sentía todo su cuerpo en creciente calor.
–Hola, cariño, ¿Cómo estás? – pronunció su madre, extraña y familiarmente se encontraba entre la puerta, mientras sostenía está con una mano.
Extrañamente recordaba con exactitud las palabras que su madre pronunció. Un ardor apareció en sus brazos, espalda, piernas y después de un instante en todo el cuerpo, sabía lo que eso significaba.
–¡Mamá, tenemos que salir de aquí! – gritó él.
Lucía miró con confusión a su hijo y antes de que su cerebro pudiera formular una pregunta, antes de que siquiera sus labios se abrieran intentando lanzar una respuesta, un estremecedor sonido perturbó sus sentidos, los agudizó además de llenarlo de completo terror. Era aquel lóbrego aullido.
Editado: 09.08.2021