Perderse Contigo

EL NÚMERO

HARPER

No recuerdo cuando empezó, tal vez siempre fue así.

Recuerdo ser demasiado pequeño para comprender porque me dejaban bajo la lluvia, porque no me daban de comer y porque me encerraban en esa caja.

Mis padres eran un montón de cosas malas pero no eran idiotas. Ambos se aseguraron de jamás lastimarme físicamente para no dejar ninguna prueba en mi cuerpo. Ellos no me golpeaban sin parar, una patada bastaba para soltar su ira contra mí.

Mi padre era quien hacia todo, mamá me miraba cansada y sin ninguna intención de defenderme. Ambos me gritaban y me insultaban, me decían tantas cosas que no las entendía todas.

Recuerdo una vez como me obligaron a comerme una rodaja de pan con moho. Sé que muchas veces me enfermaba pero nunca les importó. Si vomitaba, yo tenía que limpiar.

Creía que era normal hasta que fui a la escuela a los seis años y nadie hablaba sobre esas cosas. Una vez pregunté cuántas veces los castigaban en la caja a ellos y no comprendieron lo que dije. Yo fui quien entendió que eso no era normal y que no debía hablar sobre eso.

Mamá solía decirme que si hablaba todos iban a sentir asco por mí, que jamás tendría amigos y que se burlarían de mí. Papá me llamaba un montón de cosas ofensivas y amenazaba con matarme tantas veces.

Mis hermanos me llevan muchos años de diferencia, ya no vivían ahí, era solo yo, el juguete de ellos. En ocasiones se aparecía Roger o James pero eran tan pocas que podría contarlas con mis dedos.

Solía creer que las cosas podían mejorar pues algunas veces pasaban dos o tres semanas sin gritos o sin la caja. Yo creía que finalmente mis padres me iban a querer y seriamos una familia como la de televisión o al menos, como las que veía pasar fuera de la calle.

Pero luego, la caja volvía.

Recuerdo mi infancia llena de oscuridad. Llena de miedos, de lágrimas y de mucho dolor. No era únicamente dolor físico, era un dolor dentro de mí que no podía detener. Quería que alguien llegara y me salvara.

Eso jamás ocurrió.

Hasta que una noche, ellos dos murieron en un accidente de auto.

Roger se hizo cargo de mí. Por un tiempo James quien en ese momento aún lo llamaban Jasmin y se referían a él como “mi hermana” se alejó, estaba en medio de su transición y según me enteré después, los demás miembros de mi familia siempre lo hicieron sentir menos así que se alejó.

Otto… no recuerdo verlo ni siquiera en el funeral.

Roger y yo no éramos cercanos pero al menos, no me encerraba en ninguna caja. Me daba de comer y no me insultaba de esa forma. Roger no me hablaba mucho, solo lo necesario y nunca llegamos a ser como hermanos de verdad.

Entonces me prometí jamás hablar de eso. Me recordaba a mí mismo que ya había terminado y que no tenía importancia, que daba igual si lo decía pues ellos ya estaban muertos.

James me volvió a contactar, ya no era Jasmin. James siempre fue amable y con él me sentía mucho mejor que con Roger. Siempre me pregunté porque él no se hizo cargo de mí pero nunca tuve el valor para preguntar. En parte porque no quería sentirme rechazado.

Yo fui un hijo totalmente no planeado. Mis padres ya estaban en sus cuarentas cuando me tuvieron y supongo que desde ahí me tenían rencor. A veces me preguntaba si le hicieron lo mismo a James, Roger o a Otto pero nunca me han dicho nada sobre eso, en especial James quien es con quien más hablo.

Así que quizás solo fui yo.

 

Termino de hablar con la mirada hacia la alfombra. El silencio abarca la habitación pero Raziel sostiene mi mano y eso me ayuda a no querer salir corriendo de aquí, arrepentido de haber contado todo a estas personas que apenas conozco.

La madre de Raziel está llorando y se limpia las mejillas con el cuello de su blusa. Su padre me mira con compasión. La señora Melinda se acerca a mí y se sienta a mi lado.

—Harper —coloca su mano en mi hombro—. Dios mío, eras un bebé, ¿Cómo pudieron hacerte algo así?

No lo sé.

El papá de Raziel aclara su garganta. —Harper, vamos a hablar con tu hermano, tienes que hacerlo.

Niego con miedo, no quiero que Roger se burle de mí. No quiero volver a ser ese niño débil. No quiero que me regañe. No quiero que me vuelvan a insultar de esa forma.

Ahora es su madre quien habla. —Te vamos a ayudar, ¿bien? Confía en nosotros —sorbe por su nariz—. No sé si Razzy te lo ha dicho pero mi hermana es terapeuta infantil y ella nos dirá como ayudarte y tranquilo, no estás solo.

La señora Melinda acaricia mi espalda. —No cariño, no estás solo.

Miro a Raziel y ella me da una sonrisa triste, luego veo a sus padres y a su abuela. No puedo creer que por primera vez en toda mi vida, lo siento de verdad. Que no estoy solo. Que no soy yo contra todo el peso de mi pasado.

—Papá —Raziel habla—. ¿Puede quedarse en mi habitación? Yo dormiré aquí o em…

Su padre asiente. —Sí, por ahora sí pero después voy a llamar a tu hermano, Harper. No tienes de qué preocuparte, no dejaremos que intenten lastimarte de nuevo.

Y vuelvo a llorar. Odio hacerlo pero no puedo evitarlo. Pienso en ese pequeño niño que necesitaba amor, necesitaba escuchar palabras dulces y alegres, que solo quería que sus padres lo amaran y jamás lo logró.

Me veo pequeño, cuatro años. Le pido perdón por no protegerlo, por no saber cómo sacarlo de todo eso. Por no haber hablado antes. Por repetirle esas palabras que usaban para insultarlo una y otra vez. Por creerse lo que le decían. Por pensar que si lo ignoraba, iba a mejorar.

—Ve con él —pide su madre—. Harper te haré un té, ¿bien? Te lo llevaré y, ¿tienes hambre? Te haré algo rápido, vamos a…

El señor Halven toma su mano y le da una pequeña sonrisa. —Vayan a descansar un rato —pide él—. Luego hablaré con tu hermano.

Raziel se levanta y me toma de la mano. Subimos las escaleras y escucho que los tres hablan en voz baja, yo me siento un poco más ligero. Tan solo un poco.




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