La luz entra por la enorme ventana de cristal que está cubierta por una fina tela blanca, prácticamente transparente como la niebla, pero lo suficiente para que la luz se filtre por ella.
Esos rayos son impactados sobre el rostro de un hombre de cabello oscuro como la noche, que al sentir esa calidez abre sus ojos verdes como una esmeralda.
Se pasa la mano por el rostro intentando despertar, siente un peso sobre su pecho desnudo y mira en esa zona, recordando la noche candente que tuvo con la chica que conoció en el antro, aunque no se acuerda de mucho debido a las copas de más que ingirió.
Olvida todo eso y, sin importarte si la despierta o no, se pone de pie completamente desnudo.
—¿A dónde vas, guapo? —habla la mujer medio adormilada.
—¿A dónde crees? Voy a trabajar. No todos tenemos la dicha de ser como tú, de despertar a mediodía, ya que a fin de cuentas tú no te mantienes porque solo buscas a hombres como yo que te faciliten la vida —le responde de mal humor y es que la resaca lo está matando.
—No tienes por qué insultarme y no soy una mujerzuela como tú insinúas.
—Segura —menciona el hombre, viéndola de arriba hacia abajo.
Ella siente esa mirada sobre ella; sabe que la está juzgando. Está por contestarle, pero las palabras le quedan en la garganta y es que en el fondo sabe que tiene razón. Ella se la pasa todas las noches buscando hombres en el antro con la esperanza de que alguno se fije en ella, pasar la noche y después, quizá con un poco de suerte, durar más de una semana, eso sí, gozando de buenos privilegios. Por eso no responde.
—Lo sabía —sonríe ladino el hombre de cabello negro azabache, satisfecho de ganarle a esa mujer.
Está por dirigirse al baño cuando el sonido de llamada entrante en su móvil capta su atención. Cambia de dirección y se aproxima hasta llegar a la mesa de cristal en el centro de la habitación, levanta su teléfono de última generación, viendo en la amplia pantalla el nombre de Raquel entre paréntesis (prometida).
Una pequeña corriente de preocupación recorre su cuerpo y es que ve de reojo a la mujer que está en la cama. Duda por un segundo si contestar.
Pero sabe que si no lo hace, Raquel se pondrá histérica y celosa pensando lo peor. La conoce perfectamente y sabe de lo que es capaz; tantos años de novios le han dado la experiencia necesaria para tener en cuenta lo que ella haría, pues ellos son novios prácticamente desde la secundaria.
—No vas a contestar o tienes miedo de que ella se dé cuenta qué pasaste la noche conmigo —agregó la mujer con cierta malicia en su voz y es que desde donde estaba pudo ver cómo todos sus músculos se tensaban al agarrar ese teléfono.
—¡Cállate!, y guarda silencio, o no te daré dinero para que regreses a tu casa —la amenaza con la esperanza de que no vaya a abrir la boca.
—No me importa tu dinero —protestó la mujer, molesta por lo que le dijo hace un instante, y busca la manera de vengarse.
La llamada se termina y él se molesta mucho más con esa mujer, volteándola a ver con una mirada llena de odio.
—Es mejor que cierres esa boca porque creo que sabes muy bien quién soy o no te habrían medido en mi cama, así que ten cuidado porque puedo meterte a prisión y nunca volverás a ver el sol —la amenaza porque él siempre le han enseñado que todo se puede conseguir por dinero o por amenaza, así se maneja el mundo—. ¿¡Entendiste!?
—Sí —responde la mujer.
—Así me gustan, obedientes como una yegua —sonríe satisfecho por haber ganado.
Justo en el momento en que el teléfono vuelve a sonar, contestando rápido esta vez.
—Hola, mi amor —responde, cambiando su tono de voz a uno más tierno.
—¿Dónde carajos estás, Hades? ¿Por qué no me contestas? De seguro estás con una de esas viejas chichonas que se te insinúan a cada rato —vocifera Raquel, llena de celos, y Hades voltea a ver a la mujer que está en la cama, comprobando lo que dice su prometida, y es que sí tiene unos enormes pechos.
—Amor, me estaba bañando; apenas voy saliendo del baño para contestarte —miente Hades con mucha facilidad y es que pasar más de siete años de relación con Raquel ha sabido muy bien cómo hacerlo.
—No me mientas, porque sé que anoche saliste tarde de la disquera acompañado del bueno para nada de Saúl.
—Amor, sabes bien que si salí tarde fue por negocios; sabes todos los contratos que hago y todos los artistas que tengo que manejar y, además, pregúntale a quien quieras, yo me vine directo hacia el departamento. —Vuelve a mentir Hades y es que sabe muy bien el comportamiento de su prometida.
—Pero, amor…
Hades la interrumpe antes de que pueda seguir hablando y llegue al punto de desesperarlo y no pueda controlar su ira y explote arruinando todo.
—Nada de peros, amor, sabes bien que mi corazón te pertenece y que no sería capaz de engañarte, ya que no hay mujer más hermosa que tú. —Al decir eso, voltea a ver a la dama que está en la cama, que le saca la lengua en señal de disgusto.
—Qué lindo eres, cariño —se escucha Raquel, muy gustosa de oír las bellas palabras que le ha dicho su prometido.
—Es la verdad, amor, eres hermosa. —Mientras continúa halagándola, se acerca hasta su pantalón que está tirado en el piso, saca su billetera de cuero negro del bolsillo, la abre y saca un par de billetes de su interior. Se acerca a la mujer arrojando esos billetes sobre la cama y con el dedo le hace una señal para que se vaya de ahí.
La mujer, un tanto disgustada, toma el dinero y es que lo necesita para poder regresar a casa. Es que el taxi es demasiado caro y no se rebajaría a irse en transporte público, ya que eso es para personas pobres.
Hades ve cómo la mujer se viste mientras aún sigue en el teléfono.
—¿Me estás escuchando, cariño? —habla Raquel en el fondo, captando la atención de Hades.
—Sí, amor, te estoy escuchando.
—Qué bueno, pensé que me habías dejado hablando sola; entonces, ¿pasas por mí para ir a la cena con mis padres? —declara Raquel, esperando la respuesta de Hades.
Editado: 19.05.2025