Hades ve el cuerpo de esa rubia tirado sobre la cama, completamente dormida, cubierta solamente por la fina tela que cubría la cama. Él se levanta, sentándose en el borde de la cama, y los recuerdos de hace un instante invaden su mente.
Y es que cada beso, cada caricia que le daba a Raquel; en su mente solo estaba esa mujer de la piscina. Cuando la rubia gemía. Él fantaseaba que era la voz de ella, aunque no tenía ni la menor idea de cómo se escuchaba. Cuando ponía su mano en la parte íntima de la rubia, en su mente solo se le venía la imagen de esa parte que estaba oculta por ese diminuto traje de baño.
Todo lo que le hacía a Raquel era imaginándose a ella.
De tan solo pensar de nuevo en eso, siente como un cosquilleo en su entrepierna. Ve por la ventana dándose cuenta de que el sol se sumerge en el horizonte sin poder creer que duró tantas horas teniendo sexo con Raquel; ya no recuerda cuántas veces lo hizo, lo único que tiene en mente es a esa morena. Si la tuviera aquí, estaría seguro que no pararía; sin embargo, ese no es el caso, ya que ve a la mujer a su lado, quedando decepcionado.
Estando completamente frustrado. Se pone de pie. Caminando por el camarote en total desnudez. Sabe bien que, no importa que se quede acostado, no podrá dormir tranquilo hasta que tenga a esa mujer entre sus brazos.
Y es que no entiende qué le hizo esa mujer; esa mirada tan profunda está fija en su mente, esos labios y todo de ella es como si estuviera embrujado. Tal vez sienta esto porque, a pesar de todas las miradas seductoras que me dedicaba, ella solo lo despreciaba y a él ninguna mujer lo rechaza.
Tiene que buscar la manera de librarse de Raquel para ir a buscar a esa mujer.
—Amor —habla Raquel, trayendo a la realidad a Hades y no solo eso, causando que la leve erección que estaba teniendo desaparezca.
—Sí, mi cielo —voltea a verla que sigue tirada en la cama.
—Me puedes dar mis pastillas —menciona Raquel, un tanto adormilada, y es que después de las múltiples veces que tuvo relaciones con Hades, siente su cuerpo cansado y con muchas ganas de dormir.
—Claro que sí —aceptó Hades, caminando hacia la mesa del rincón donde está una pequeña maleta blanca con flores.
La abre por la mitad, viendo mucho maquillaje en un lado y al otro varias cajas de pastillas y un gotero, quedando sorprendido porque no sabía que Raquel ya le había dado más medicina.
—Mi cielo, ¿de qué es tanta medicina que traes en tu bolsa? —preguntó Hades con mucha curiosidad.
—Las cajas pequeñas blancas son mis pastillas para la migraña y analgésicos para el dolor que me da en la espalda —responde Raquel desde la cama.
—¿Y el bote pequeño?
—Oh, esas son mis gotas para dormir; ya ves que padezco de insomnio —declaró la rubia y Hades agarra ese bote pequeño en su palma, sonriendo con malicia ante la idea que se le ha ocurrido.
—¿Cuál pastilla es la que quieres? —preguntó con calma.
—Dame para el dolor de espalda, y es que después de nuestros múltiples momentos me has dejado adolorida. Es la caja con la franja verde —aclaró la rubia. Hades saca una pastilla blanca de esa caja mientras que en su otra mano guarda ese gotero.
Se acerca hacia Raquel dándole la pastilla en la palma de su mano. Ella se levanta un poco, metiendo esa pastilla a su boca y agarrando la botella de agua que está en el buró al lado de la cama.
Hades, mientras su prometida se toma esa pastilla, se ha puesto la misma ropa que traía, guardando el gotero en su bolsillo.
—¿A dónde vas, amor? —preguntó Raquel, que sigue aún acostada en la cama.
—Tengo hambre, iré por algo de comer y beber —miente Hades.
—Ahí está el teléfono, habla para que traigan algo de comer —propone Raquel señalando a la mesa.
—Sí lo sé, pero prefiero ir a ver la comida con mis propios ojos para ver si está a nuestro nivel y que no le vayan a poner nada de lo que no nos gusta —inventó Hades con mucha agilidad.
—Tienes razón, no vaya a ser que nos quieran dar nuestra comida en cualquier vajilla.
—Sí, mi cielo, me encargaré de que no hagan eso; ahora regreso —mencionó Hades acercándose hacia la puerta.
—Me traes una limonada sin alcohol y sin agua mineral; sabes que tengo que cuidar mi figura para entrar en el vestido —agregó Raquel mientras observaba cómo su prometido se acercaba a la puerta.
—Claro que sí —aceptó Hades gustoso, saliendo con calma para no llamar la atención.
Al estar fuera, se apresura a toda velocidad hasta llegar al bar donde pide la bebida que ella le ha pedido. El hombre encargado de la barra le deja esa bebida sobre la mesa. Pero Hades necesita que ese hombre se vaya para poder verte las gotas en la bebida.
—¿Puedo pedir comida desde aquí o tengo que ir a otro lugar? —preguntó Hades mientras que ese hombre alto vestido de blanco lo ve con atención.
—Claro que sí lo puede hacer desde aquí —respondió el hombre de servicio con mucha amabilidad.
—¿Me lo podría traer o supone que ordenaré sin saber qué tienen? —dijo Hades con cierta arrogancia.
—Si me disculpo, en un momento se lo traigo.
Ese hombre se va dejándolo a solas. Hades gira su cabeza en todas direcciones para ver que nadie lo esté observando. En un ágil movimiento, saca el frasco de su bolsillo. Sin embargo, no sabe cuántas gotas se necesitan para que ella se duerma. Así que vierte todo lo que el tubo puede agarrar.
Con una de las pajillas, mezcla todo para que no tenga ningún sabor. Justo en ese instante llega de nuevo ese hombre con una carta de color rojo.
—Aquí está, señor —habló el hombre, dejando el menú sobre la barra.
Hades observa cada uno de los platillos. Que va desde desayunos a base de huevo, ensaladas, menú para niños y, entre otras cosas, para él todo es tan sencillo, nada le llama la atención, pero debe de ordenar algo porque no puede llegar al cuarto sin nada y levantar sospechas.
Al final se decide por lo que ve que es más conveniente y que sabe que le gustará a Raquel.
Editado: 19.05.2025