Al día siguiente, Hades no ha podido pegar el ojo en toda la noche. Su mente no hace más que recordar lo de anoche y no puede sacarse de la mente a esa mujer que dice ser Kayla León. Aun con la cabeza toda confundida. Regresó a la alcoba que comparte con su prometida.
Se cambió de ropa colocándose una camisa de color azul cielo y con un short del mismo tono. Para que Raquel no sospechara nada. Se sentó en el sofá de la esquina esperando a que despertara.
Mira cómo el cuerpo de su prometida empieza a moverse.
Raquel empieza a abrir los ojos. Acostumbrarse poco a poco a la luz. Con la mano busca a su prometido a su lado, pero no encuentra a nadie; solo siente la cama fría. Se levanta rápido, sentándose en la cama. Encontrándose con Hades sentado en la esquina.
—Buenos días, mi amor —saluda Raquel animada. —¿Cuánto llevas ahí?
—Solo un momento. Solo que no quise molestarte —habla Hades con amabilidad.
—¿Cuánto llevo dormida? —preguntó Raquel al intentar recordar algo.
—Diría que desde que comimos juntos quedaste completamente dormida y no despertaste hasta ahorita —le explica Hades.
—Qué raro, nunca antes había dormido tanto —menciona Raquel, confundida por lo que escucha.
—A lo mejor estabas cansada de ayer. Me dijiste que estuve excelente en la cama —sonríe Hades de manera coqueta.
—Puede ser que con el cansancio y la pastilla quedara muy relajada para poderme dormir. Pero me siento mal de que no pudimos ir al casino o a una de las funciones que nos ofrece el crucero.
—No te preocupes, amor. Tendremos muchos días para disfrutar eso —agregó Hades con amabilidad fingida.
Raquel se siente más que encantada por cada una de las bellas palabras que le dice su prometido. Se siente tan orgullosa de tenerlo a su lado.
—También he pedido el desayuno. —Hades se pone de pie, caminando hasta el carrito que está al lado de la puerta. Agarrando ambos platos y llevándolos hasta la cama.
—Gracias, cariño, estoy que muero de hambre.
—Entonces desayunemos —dijo Hades.
Hades ve cómo Raquel sostiene los cubiertos. Devorando el omelet que tiene en su plato. Mientras que él apenas logra probarlo. No tiene nada de hambre. Toda la comida le sabe mal, pero aun así come lo más que puede solo para que ella no se dé cuenta de su estado de humor.
Hades mira cómo Raquel ha acabado y ahora está tomándose el jugo de naranja. Usará este momento tan tranquilo. Para corroborar si lo que dijo esa mujer es verdad.
—Mi amor —la llama.
—Sí —responde Raquel, volviendo a verlo.
—Recuerdas que cuando estábamos en la escuela… Había una chica a la que nos encantaba molestar —preguntó Hades muy discretamente.
—Claro, cómo olvidarla. La ballena deforme —contesta Raquel con voz seria.
—Si ella… —Hace una pausa; buscando las palabras correctas. —Recuerdas cómo se llamaba…
Raquel lo mira de manera indiferente. A la vez se queda callada un momento, comprendiendo por qué Hades le pregunta por ella.
—Porque preguntas.
—Solo tengo curiosidad. —dijo Hades, esperando no ser descubierto.
Raquel lo sigue examinando, esperando encontrar alguna respuesta en su expresión. Pero nada, él está bastante serio. Además, comprende que esa chica no es una amenaza. Una gorda como ella nunca enamoraría a su prometido. Así que decide responder.
—Creo que se llamaba Kayla Leon —contesta Raquel.
Hades traga saliva, quedando helado por la respuesta. Intenta controlar cada emoción que pueda aparecer en su rostro o su cuerpo. Para que Raquel no se dé cuenta.
—Oh, no es un nombre para nada original. Le queda mejor hipopótama —menciona de manera burlesca.
—¡Ja, ja, ja! —Raquel suelta una carcajada por lo que ha dicho su prometido. —O ballena también le quedaría bien.
Hades finge reírse de lo que ha dicho Raquel. Se pone de pie.
—Ya, mi amor, apúrate, vayamos a disfrutar de este lindo crucero —mencionó Hades, sonriente.
—Está bien. Déjame, tomo un baño y nos vamos.
Hades asiente. Raquel se acerca a él dándole un beso en los labios de manera tierna. Mientras ella camina desnuda por la habitación. Al irse al baño, Hades vuelve a tomar asiento en la cama. Mirando fijamente a un punto inexistente.
Mientras su mente está fija en esa mujer. Sintiendo asco de él. No solo eso, defraudado y molesto. Pero no dejará que Kayla Leon la gorda arruine sus planes. No le dará la satisfacción de verlo así. Le demostrará que saber su identidad no le afecta en nada.
Kayla y Hugo han despertado muy acaramelados. Después de una noche apasionada y fogosa. Una mañana llena de caricias compartidas y una ducha que fue más que placentera. Han salido de su alcoba con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras sostienen sus manos caminando hacia el restaurante.
Al entrar por la puerta, se quedan fascinados por la belleza del lugar. El piso es de color azul. Con un bello techo de cristal. Las mesas redondas cubiertas con un mantel blanco. Las sillas de madera del mismo color del piso. Unas bellas lámparas que caen en cada mesa iluminando con una luz tenue.
Ambos se acercan a la mesa que está desocupada. Hugo, como todo un caballero, ayuda a su novia a sentarse. Kayla ve los bellos cubiertos de plata, los platos de porcelana blanca y las hermosas copas largas. Y en el centro, un hermoso arreglo floral.
—Qué bello. Nunca antes había estado en un restaurante tan lujoso —menciona Kayla.
—Ni en la escuela privada que estuviste había cosas así de lujosas —preguntó Hugo, intentando saber algo de esa época.
Esas palabras le resultan bastante extrañas a Kayla, pero decide responderle en ese momento que sepa un poco de su pasado.
—Era linda la escuela. Tenía sus cosas, pero sabes que nunca me he fijado en eso. Sabes que si estuve ahí fue porque mi padre le hacía favores al director y por eso me aceptaron. Aunque a veces pienso que me hubiera ido mejor si no hubiera estado en esa escuela —menciona Kayla con una voz triste que Hugo puede percibir.
Editado: 19.05.2025