Hugo desde muy temprano se levantó de la cama. Se vistió con la primera ropa que encontró, aunque debido a la remojada que se dio anoche, su garganta le molesta un poco. Sin embargo, eso no será impedimento para ir a hablar con el capitán, esperando que ya tenga noticias de su novia.
Y es que el clima hoy es bastante bueno. La tormenta se ha ido y tiene la esperanza de que eso le dé alguna respuesta del paradero de su novia.
Hugo no ha querido informarles a sus suegros de lo ocurrido. No quiere preocuparlos; primero intentará por sus propios medios encontrarla antes de decirles.
Después de caminar por unos minutos debido a que su habitación está bastante alejada de la cabina del capitán, por fin ha llegado; toca dos veces, esperando que alguien le abra.
Uno de los de servicio le abre.
—Buscó al capitán —habla Hugo tan directo, sin siquiera saludar. El hombre está por responder cuando una voz habla desde el interior.
—Déjalo pasar —se escucha la voz del capitán.
El hombre lo deja pasar sin decir nada. Hugo entra acercándose al hombre mayor que está de pie viendo hacia el horizonte con las manos en la espalda.
—Buenos días, señor Gonzales. Espero que haya pasado bien la noche, aunque sé que me va a decir que no —dijo el capitán con mucha serenidad. Esas palabras que para Hugo son solo vacías y sin importancia. Que le da una cierta molestia es como si él estuviera burlándose de él.
—Usted lo acaba de decir. Pero no creo que sea necesario decir a qué he venido si usted ya lo sabe —mencionó Hugo con arrogancia y es que no le ha gustado la manera en la que le ha hablado.
—Pues déjeme decirle que no le tengo buenas noticias. Por más que hemos intentado contactarnos con el bote, no hemos tenido respuesta y su rastreador tampoco funciona —le informa el capitán con su voz inexpresiva.
Para Hugo eso no es más que un trago amargo. La rabia vuelve a crecer dándole unas enormes ganas de patear la silla a su lado, pero no lo hace; procura controlar su rabia.
—Dígame que por lo menos ya ha informado a los servicios de rescate de su desaparición.
—Sí, ya les dije. En estos momentos ya mandaron botes y un helicóptero de búsqueda.
—Bueno, por lo menos eso es algo bueno —dijo Hugo con tranquilidad.
—Pero… —interviene el capitán.
—Pero qué —preguntó Hugo con el mal presentimiento de que no será nada bueno.
—Que otra tormenta se acerca y tendrán que regresar antes. Y témenos que los pueda llevar mucho más lejos de lo esperado —le informa el capitán usando una voz un poco preocupada.
—¿Y hasta cuándo regresarán? —preguntó Hugo, conteniendo la rabia.
—Por lo menos en 24 horas no podrán hacerlo.
Escuchar eso no le causó nada de gusto a Hugo, que empieza a moverse, tensando todos los músculos de los brazos. De la quijada. Y es que todo lo que escucha es como si el destino estuviera en su contra. Como si una fuerza invisible quisiera alejarlo de su novia.
—Eso es algo lamentable, ¡lo sabe!. —Levantó la voz, Hugo.
—Lo sé, señor Gonzales, pero no tengo control sobre la tormenta —se defiende el capitán. —Le recomiendo que se calme; la ira no nos llevará a nada.
—¿Cómo quiere que me calme? Sí, mi novia está allá afuera, perdida en el mar. En un bote que probablemente no esté funcionando. Seguramente con pocos suministros y con una nueva tormenta que se aproxima. —Voseo, Hugo, con fuerza.
—Entiendo su enojo, señor Gonzales.
—¡Usted no entiende nada! Anoche le dije que fuéramos por ellos cuando no estábamos tan lejos y usted no lo quiso. Eso solo me dio a entender. ¡Que a usted le importa poco lo que le pueda pasar a mi novia! ¡Y ahora me pide que me calme! Usted no entiende nada porque no es su novia la que está perdida —explotó Hugo, diciéndole todo lo que pensaba.
—Lo sé, pero usted entienda que no podía regresar y poner en riesgo la vida de los cientos de personas que están a bordo —se vuelve a defender el capitán. —Así que, señor Gonzales, le pido nuevamente que se calme y salga de aquí. Cuando tenga una novedad, le informaré.
Hugo aprieta nuevamente la quijada por rabia al ver cómo el capitán lo está corriendo. Así que sin decir nada se da media vuelta, caminando directo hacia la salida. De reojo ve que alguien está parado a pocos centímetros de él. Pero no le pone ni la más mínima atención y sale a toda velocidad antes de que sus impulsos hagan que le dé un golpe al inepto del capitán.
Las paredes cercanas a la puerta se estremecen después de que Hugo sale y me da un portazo.
Raquel no ha apartado la mirada de ese hombre que salió con un aura completamente pesada, con una expresión seria y su mandíbula tensa. Que diría que en cualquier momento se pueden quebrar esos dientes.
Aun a pesar de eso, su atractivo no se borra con nada.
—Hola, señorita Olmos —habla el capitán, captando la atención de Raquel, que voltea a verlo.
—Hola, capitán —salida Raquel con tranquilidad. Ella no está aquí para pelear ni mucho menos pedir explicaciones.
—Me disculpo por lo que acaba de ver y es que el señor Gonzales es…
—No se preocupe, capitán, entiendo; es un hombre preocupado por su novia —mencionó Raquel, defendiendo a Hugo.
—¿Y usted no está preocupada por su promediado, el señor Lara? —indagó el capitán al ver la tranquilidad de la mujer.
—Sí lo estoy, señor. Pero no por eso vendré a insultarlo o pedirle que haga cosas que sé que están fuera de su alcance —añadió Raquel, fingiendo amabilidad.
—Qué lindo de su parte, señorita Olmos. Ojalá el señor Gonzales fuera igual —hace una pausa el capitán. —Pero como le dije al señor Gonzales, no hemos podido ponernos en contacto con el bote. Ya mandaron un helicóptero; esperamos que pronto los encontremos. Sin embargo, una nueva tormenta se aproxima, así que tal vez los equipos de rescate no podrán salir dentro de 24 horas.
El capitán le ha repetido lo mismo que le dijo a Hugo.
Editado: 16.07.2025