En una habitación medio iluminada. En medio de ella hay un escritorio hecho de madera de roble con un sinfín de artículos de oficina sobre él. Una silla con ruedas de color negro que logra contrastar con el ambiente lúgubre y serio del entorno.
Pegado a la pared, un librero lleno de ejemplares de finanzas, logísticas e inversiones. Uno que otro diferente, pero no son tantos. En la esquina, una mesa redonda de madera. Encima de ella, una charola con botellas de vino de las mejores marcas. Una cubeta repleta de hielos y dos copas medio llenas. Y un cigarrillo encendido puesto sobre el cenicero.
Un niño entra a la habitación persiguiendo su pelota que por error entró. Debido a la puerta que estába entreabierta. El baloncesto rueda hasta quedar atrapado bajo las patas de una de las sillas.
La toma entre sus brazos. Está listo para irse cuando ve la mesa del licor. Se aproxima a ella. Viendo las dos copas medio llenas y el cigarrillo.
Siempre le ha causado mucha curiosidad saber qué se siente exhalar humo por la boca. Se la ha pasado viendo cómo su padre y su abuelo lo hacen. Espera y crece pronto para también poder hacer eso.
Escucha unos pasos aproximarse hacia la habitación. El niño se espanta. Mira en todas direcciones buscando un lugar donde esconderse. Él tiene prohibido entrar a esta habitación, que es la oficina privada de su abuelo. Corre por la habitación metiéndose bajo el escritorio de madera. Acompañado de su pelota.
La puerta se abre y los pasos se escuchan más fuertes. Acompañado de esas voces tan familiares para él. Es su padre Javier y su abuelo Fausto los que acaban de entrar.
El pequeño intenta guardar silencio. Sabe que si lo encuentran, no irá nada bien. Pero al estar en ese lugar, oye la plática que ambos están teniendo.
—Me alegra mucho, hijo, que las nuevas inversiones que propusiste le fueran tan bien para la empresa —dijo el hombre mayor. —La verdad estaba dudoso de que funcionaran, pero sabía que no me decepcionarías. —expresó el anciano colocando su mano sobre el hombro de su hijo.
—Gracias, padre. Me satisface saber que mis proyectos sean de su agrado —contestó el padre de Hades con una media sonrisa.
—Aunque no podría decir lo mismo de tu hijo —manifestó el señor con seriedad.
—Es solo un niño, padre ya aprenderá.
—A su edad tú ya mostrabas más interés por el negocio familiar. Ya te habías leído esta biblioteca entera. En cambio, tu hijo en lo único que piensa es en jugar y comer golosinas. Pienso que fue por ponerle ese horrible nombre. Mi padre me encogió un nombre exitoso. Yo te elegí uno igual. —expresó el anciano con desdén.
—Déjalo, padre, ya entenderá. Y pienso que el nombre no tiene nada que ver. Además Hades fue un personaje fuerte, severe y despiadado. Que también es conocido como dador de riqueza —intenta defenderlo, pero…
—¡Ya deja de protegerlo! Cuanto más lo hagas, él seguirá siendo un mimado. Atenido a su padre. Tienes que tener mano dura para que el torpe de tu hijo entienda el peso que trae sobre sus hombros. Que comprenda que no trae un apellido cualquiera; él es un Lara y debe comportarse como tal. ¡Y no andar actuando como un crío! —voceó el anciano con rabia.
Hades, al oír las palabras que ha dicho su abuelo. Comienza a temblar. Sus manos se tornan húmedas. Sus ojos un tanto lagrimosos. Y debido a la humedad, la pelota se suelta de sus manos. Rodando por el piso madera de mi habitación.
—No —murmura el niño con una voz triste.
Espera que ellos no la hayan escuchado. Sin embargo, Javier, el padre de Hades, lo ha oído. Acercándose al escritorio. El anciano ve cómo su hijo comienza a caminar. Hasta que pasa por un lado de la mesa agachándose, recogiendo algo del piso.
Cuando se levanta, ve que en sus manos hay una pelota. El anclan reconoce bastante bien de quién es. Su mirada se torna oscura y llena de odio.
—¡Hades! —grita con todas sus fuerzas, haciendo que su nombre retumbe entre las paredes de la habitación.
El niño que aún sigue debajo del escritorio. Empieza a temblar más y más. Su mandíbula titilante. Sus dientes castañetean. Pero no responde ante el llamado de su abuelo.
El anciano mayor de los Lara, al no tener respuesta alguna. Se impacienta por un mal. Llenando sus pulmones de aire, preparándose.
—¡Niño infeliz, sal de donde estés! —voceó con todas sus fuerzas.
Hades, por su parte, no sale ni mucho menos responde. Lleva sus rodillas hacia su pecho. Las abraza en un intento de tener consuelo alguno.
—¡Que salgas! ¡Si no sales, te juro que te irá mucho peor! Te haré dormir en la calle o, mejor aún, te enviaré con el Sargento Benavides; él te enseñará a cómo comportarte. Recuerda que la vez pasada lo hizo bastante bien —lo amenazó el anciano.
Hades, al oír el apellido de ese hombre, todo su cuerpecito tiembla. De tan solo recordar la vez pasada que lo enviaron con ese hombre perverso. De tan solo acordarse, su parte trasera empieza a palpitar y siente como se ahoga.
—¡Si no sales a la cuenta de tres, te llevaré con el Sargento! —volvió a amenazarlo. —¡Uno! ¡Dos! Y…—Hace una pausa y antes de que pueda terminar. Hades sale de su escondite. Sin siquiera esperar a voltear a ver a su abuelo o a su padre. Intenta escabullirse y salir de esa habitación. Pero antes de que pueda hacerlo, su padre lo logra alcanzar.
—¡Crió del demonio! ¡Te he dicho una y mil veces que no puedes entrar aquí! Ahora verás, te enseñaré a que aprendas. —El anciano se lanza contra el niño. Pero el señor Javier lo quita de su camino. —¿Qué demonios haces?
Javier no contesta nada; solo ve a su padre. Que trae una expresión de rabia en su rostro. Después dirige su mirada a su hijo.
—Bien, no quieres que yo lo reprenda, entonces lo harás tú —añadió Fausto. Mirando con atención a su hijo Javier. Pero él solo sube la mano; sin embargo, no le hace nada a su nieto Hades. —¡Hazlo! —gritó el anciano. Javier solo ve a su hijo y, sin esperar, le da una cachetada que retumba en toda la sala.
Editado: 28.08.2025