Después de treinta minutos en el vehículo. Hugo tiene su mano en la sien. Intentando calmar la resaca que le está dando por culpa de esta mujer, en todo el trayecto, no ha parado de hablar. Y dijeras que es algo de importancia, pero no. Solo balbucea sobre cómo su amiga y ella pelearon por un vestido. A las aburridas fiestas a las que ha ido. Y cómo el nuevo look de no sé qué mujer no fue el más indicado. Son puros chismes que no le interesan saber. No comprende cómo el señor Hades la aguanta tanto. La verdad es que le tiene respeto por eso. Porque si fuera él, ya me habría dejado.
El vehículo por fin se detiene y Hugo no espera a que el chofer le abra la puerta. Porque sale disparado de inmediato. El valet apenas está abriendo la cajuela. Cuando Hugo llega, toma sus maletas lo más ágil que puede. El joven se queda impactado por esa actitud.
Pero Hugo no se detiene a darle explicaciones. Y camina con rapidez acercándose a la puerta.
—Hugo, no vas a ayudarme a bajar —protestó Raquel sacando la cabeza por la ventana.
—No. Ya estás grande para bajarte sola —respondió Hugo sin detenerse y sin ver atrás.
Raquel, por su parte, se ha quedado impactada. No puede creer que Hugo se esté comportando así y no haya sido un caballero para abrirle la puerta. Se nota que hace de todo para alejarla. Pero no se rendirá tan sencillo. Estando completamente disgustada, busca a uno de los de servicio. Viendo a un joven cerca.
—Ey, tú —lo llama. El joven voltea de inmediato. —Ven a abrirme la puerta.
El joven corre hacia el auto. Haciendo lo que la dama le ha pedido. Raquel baja con modales. Acomodando su ropa y su cabello. Lista para entrar al hotel.
—Señorita, y mi pago —habló un hombre a su espalda.
—¿Cuál pagó? —indagó Raquel con seriedad.
—Le dije a su novio que como eran demasiadas maletas tendríamos que usar otro vehículo. Y el pago iba a ser extra —le explicó el hombre.
—Yo no pienso pagarles nada —contestó Raquel. mientras se da la vuelta.
—Si usted no me paga. Me tendré que quedar con sus cosas —dijo el hombre metiendo de nuevo las maletas a la cajuela.
—Que claro que no —protestó Raquel acercándose al hombre. Sosteniendo su maleta y forcejeando con él.
—Entonces, págueme.
—Si no deja mis maletas, se meterá en problemas. No sabe quién soy —mencionó Raquel sin dejar de pelear.
—No me interesa saber quién es usted. O si es la mismísima reina de Inglaterra. Yo quiero mi paga y si no lo hace, estoy en mi derecho de llevarme sus cosas —se defendió el hombre sin tenerle miedo alguno.
Raquel no responde; sólo lo fulmina con la mirada. Y odia cuando un hombre se sale con la suya. Pero no puede dejar que Hugo se aleje mucho o no sabrá en qué habitación está.
Abre su bolso y saca el billete más cercano que tiene a su alcance. Extiende su brazo para dárselo al hombre.
—Tenga y espero que se conforme porque es lo único que le daré —mencionó Raquel con disgusto.
—No es lo que cobro, pero me conformo con esto —respondió el hombre. Dejando la maleta en la acera. Y sacando todas las demás. Al terminar, se acerca a la puerta del vehículo.
—¡Ey! No me va a ayudar a meterlas —protestó Raquel al ver cómo se va.
—Me va a pagar más —preguntó.
—Claro que no —contestó Raquel.
—Entonces no le ayudo.
—¿Y qué piensa que haga con estas maletas yo sola?
—Vaya y pídale a los del servicio del hotel. Yo no soy su sirviente —exclamó el hombre. Entrando al vehículo, saliendo a toda velocidad.
—¡Uf!Todo lo que tengo que hacer solo para llevarme a ese hombre a la cama —expresó Raquel. Después de un momento buscando a alguien que pudiera ayudar con su equipaje. Hasta que por fin alguien le ayudó. Entro al hotel que es bastante pequeño. Y de más baja categoría. Llego a la recepción tocando la campanilla arriba de la mesa. Saliendo un joven un tanto desaliñado.
—Bienvenida al hotel Una noche tranquila. —¿En qué puedo ayudarla? —dijo el joven con una voz débil.
—Me puedes dar la mejor habitación que tengas —respondió Raquel con asco y disgusto de ver algunas manchas de polvo en ciertos lugares.
—Me temo que esa está ocupada. Lo único que le puedo ofrecer es un cuarto sencillo de una sola cama —añadió el chico con el mismo tono.
—Ya que, dame una sencilla —aceptó Raquel, inconforme.
El joven empieza a escribir algo en un libro que sacó de por debajo de la mesa. Agarrando una pluma.
—Nombre —preguntó el joven.
—R —Raquel empieza a pensar y decide ponerse otro nombre para que no vayan a encontrarla los paparazzis. —Imelda Fernández —miente Raquel. El joven escribe su nombre en el libro.
Raquel se acerca para ver si puede lograr ver el nombre de Hugo y saber en qué habitación está. Sin embargo, no mira nada porque el joven lo cierra.
—Tenga su llave, su habitación es la número 35. —El joven desaliñado deja la llave en la mesa. Raquel la toma.
—Disculpe —lo llama.
—Sí.
—Me puede decir en qué habitación está el señor Hugo Gonzales —preguntó Raquel, algo dudosa.
—Nuestras políticas nos impiden dar información de otros huéspedes —dijo el joven con negación.
—Y si le ofrezco algo de dinero… —Raquel intenta manipularlo.
—No aceptó ningún tipo de chantaje. No es la primera que viene preguntando por alguno de nuestros huéspedes y sabe a cuántas les he dado alguna información. —Hace una pausa el joven. —A ninguna y usted no será la primera. Así que si no me necesita para nada más, me retiro.
El joven se va. Raquel hace lo mismo, haciéndole una señal al de servicio. Sube al elevador hasta llegar al piso donde está su habitación. Pasa la llave por la puerta y la abre. El de servicio deja sus maletas en el interior. Saliendo por la puerta, pero no se va. Extiende la mano. Raquel se le queda viendo de manera extraña; no entiende qué es lo que quiera.
El hombre se aclara la garganta. Llamando la atención de esa mujer. Que sigue sin entender por qué mueve sus dedos de esa manera.
Editado: 16.07.2025