Javier sale de la oficina caminando por los corredores exuberantes y lujosos de su empresa. Dirigiéndose hacia la sala de reuniones donde sabe perfectamente bien que lo están esperando.
Al estar afuera, puede oír los murmullos en el interior. Sabe que estará entrando a un tanque de tiburones donde esa maldita prensa intentará comérselo vivo. Se arma de valor y abre la puerta del cuarto.
Al entrar se encuentra con varios de los de la prensa sentados con sus libretas negras donde tienen las preguntas que les harán. Y con varias cámaras apuntando al frente. Ahí está la esposa de Javier que está llorando con un pañuelo en la mano, limpiando las lágrimas que él sabe que son completamente falsas. Mientras que el señor Fausto mantiene un semblante serio y una mirada profunda.
Camina hacia su esposa y su padre. Tomando asiento en medio de ellos. Donde al instante que se sienta, su esposa se aferra a su brazo fingiendo que está llorando desconsoladamente.
—Podemos comenzar —habla Fausto acomodando la corbata de su traje.
Los periodistas rápido encienden sus cámaras. Mientras que todos empiezan a hablar a la vez. Que no se les logra entender a ninguno.
Javier deja salir un suspiro lleno de frustración porque, por lo visto, esta entrevista será demasiado larga.
Entretanto, Raquel ha salido del baño. Cubriendo su cuerpo con una toalla. Y es que no podía irse sin antes darse un baño. No quiere estar cerca de Hugo oliendo a sudor o algo peor.
Se acerca a la mesa donde dejó sus pertenencias. Agarra su teléfono y ve que tiene un sinfín de llamadas de los padres de Hades y su abuelo. Hace una mueca de disgusto; sabe bien que ya debieron de enterarse de lo que le ocurrió a Hades. Pero la verdad es que no tiene nada de ganas de hablar con ellos.
Justo en eso, en la pantalla de su teléfono aparece el nombre de su mamá en letras mayúsculas. Contesta de inmediato, colocando el teléfono cerca de su oído.
—Hola, mamá —contestó Raquel.
—Hola, hija, qué bueno que tú estás bien —mencionó Begoña.
—Claro que lo estoy, mamá. ¿Porque no debería de estarlo? —indagó Raquel, curiosa de saber qué es lo que sabe.
—Acabo de ver la noticia sobre la trágica situación de tu prometido Hades. Llegué a pensar que tal vez también estarías ahí. Además de que estaba viendo la entrevista que están dando tus suegros sobre el asunto —añadió Begoña a través de la llamada.
—¿En dónde están dando la entrevista? —preguntó Raquel.
—Está en todas partes.
Al escuchar esa respuesta, Raquel enciende el televisor. Cambiando de canal hasta que por fin encuentra de lo que su madre está hablando.
Ve con atención cómo la prensa les pregunta sobre cómo están al enterarse de que su hijo se perdió en el mar. Ellos contestan que están muy preocupados por él. Incluso se puede ver cómo la señora Natalia está llorando desconsoladamente. Raquel se conmueve al ver eso. Ella sabe que ama mucho a su hijo y saber que está perdido le rompe el corazón. Mientras que el señor Javier y el señor Fausto se ven un poco tristes, pero no sale ni una lágrima de su rostro. Raquel podría decir que el señor Fausto hasta tiene una pizca de enojo en su rostro. Pero debe de estar alucinando.
—Hija —la llama su madre. Regresando a Raquel a la realidad.
—Sí, mamá.
—¿Escuchaste lo que te pregunté?
—No, mamá, estaba viendo la entrevista que están dando los suegros sobre el tema —dijo Raquel, viendo a la tele y cómo la señora Natalia sigue llorando.
—Te pregunté que ¿dónde estás? ¿Aún sigues en el crucero? —volvió a repetir las preguntas que le hizo hace un instante a su hija, pero que no le respondió.
—No, mamá, no estoy en el crucero; me encuentro en Jamaica.
—¿Y qué haces allí? —indagó Begoña.
—Tuve que bajarme aquí porque es la isla más cercana y donde los equipos de rescate están trabajando para encontrar a mi prometido —le explicó Raquel. —Y ahora que lo digo, tengo que dejarte, mamá. Tengo que irme o no alcánzase a los equipos.
—¿Y para qué quieres ir, hija? No te pongas en riesgo; te puedes caer al mar y no quiero perderte. Deja que los rescatistas hagan su trabajo; tú quédate donde estás.
—Mamá, tengo que ir; no puedo estar aquí de brazos cruzados esperando noticias. Necesito saber si mi prometido está bien —miente Raquel.
—Ay, hija, qué considerada eres. Se nota que amas mucho a Hades. Y está bien si quieres ir, está bien, pero cuídate mucho y no hagas cosas imprudentes —le advierte Begoña.
—Sí, mamá te dejó —Raquel terminó la llamada.
Buscando en sus maletas la ropa más sexy que pueda encontrar, no puede perder ninguna oportunidad de conquistar a Hugo. Así que elige una minifalda blanca y una camisa rosa. Con un prominente escote. Se cepilla el cabello. Se maquilla lo mejor que puede. Se pone unas lindas zapatillas y, con su bolso en mano, se aproxima hacia la puerta.
Cuando escucho el sonido de notificación proveniente del móvil de Hades. Se regresa y urga en el bolso de la maleta, sacándolo. Viendo en la pantalla el nombre de una mujer que no conoce. Raquel siente cómo sus mejillas se calientan debido al enojo. Y contesta sin pensar.
—Hades —se escucha una voz femenina del otro lado. Encendiendo aún más la ira de Raquel.
—No soy Hades, zorra. Soy su prometida y no quiero que llames a mi prometido. Porque si lo vuelves a hacer, te advierto que no descansaré hasta darte una buena arrastrada —Raquel la amenaza. Termina la llamada y apaga el teléfono. Sale de una buena vez, aunque estando completamente molesta.
Llega a la recepción y se vuelve a acercar a ese joven que no le agrada. Tocando la campana para llamar su atención.
—¿En qué la puedo ayudar, señorita?
—Me puede decir si el señor Hugo Gonzales aún sigue en su habitación —preguntó Raquel.
—Me temo que él tiene más de media hora que se fue —le informa el joven.
—¡Qué! —dijo Raquel, sorprendida. —¿Sabe a dónde fue?
Editado: 05.09.2025