Pérdida con el Ceo

Capítulo 46 Me importa

—¿Creí que te importaba tu novia? —habló Raquel al ver cómo Hugo está por irse. Y por no haber logrado su cometido.

Hugo se detiene al escuchar esa pregunta. Gira su rostro, mirándola por encima de su hombro.

—Claro que me importa.

—Entonces, ¿por qué no aceptas? No creo que ella se vaya a dar cuenta. Además, es un diminuto sacrificio que no creo que le importe —añadió Raquel, intentando convencerlo.

Hugo se voltea con rapidez, sintiéndose cabreado por lo que esa rubia está sugiriendo.

—Mira, Raquel, no sé cómo estés acostumbrada a compartir a tu prometido con otras mujeres. Pero yo no soy como ustedes; a mí no me gusta compartir ni nada, y no creas que por la situación en la que estoy me dejaré engañar por tus viles y bajas insinuaciones. Si quieres una cogida de una noche, creo que en la calle puedes encontrar lo que deseas. —dijo Hugo, desquitando su rabia. —Creí que me ayudarías de buena manera. Pero fui un tonto en venir sabiendo que desde que me viste, en lo único que has pensado es en cogerme. Sin embargo, yo no te deseo y no lograrías ni hacer que tenga una erección.

Hugo vuelve a voltearse, listo para irse. Satisfecho con ver cómo el rostro de Raquel se ha puesto rojo. Cómo su quijada se ha puesto tensa.

—Yo que tú no cantaría victoria. Tal vez tú no caigas ante mis encantos. Pero no creo que tu novia vaya a hacer lo mismo —añadió Raquel mientras Hugo daba un par de pasos.

Él se detiene y vuelve a verla por encima de su hombro.

—Ahora, ¿qué demonios estás diciendo?

—Que mi prometido está muy interesado en tu novia. No viste el otro día de la piscina cómo es que ellos se miraban. Y el día siguiente en el restaurante hacían prácticamente lo mismo —declaró Raquel. Pero a Hugo no dice nada, solo se queda callado intentando recordar los acontecimientos de esos días.

—No sabes lo que dices. Tu prometido será un mujeriego, pero mi novia no lo es. —Hugo la defiende porque no cree lo que ella le está diciendo.

—Sí, yo también lo dudaba. Y más después de todo el bullying que Hades le ocasionó a Kayla durante nuestra dolencia —mencionó Raquel.

—¿Qué? —dijo Hugo, sorprendido por oír eso. Raquel observa cómo él se gira con una expresión de asombro y con la boca ligeramente abierta.

—No lo sabías.

—¿Saber qué? —indagó Hugo para saber de lo que habla.

—Cuando estábamos en la escuela, Hades usaba a Kayla como su puerquito. Cada momento que tenía lo usaba para burlarse de su peso. Con la ayuda de los otros compañeros, le lanzaban comida. Le gritaban la cerda, la ballena y otras cosas más. Ellos no se detenían hasta que ella empezara a llorar. Y sí recuerdo a la perfección cómo Kayla se iba llorando, dejando un rastro de comida a su paso.

Hugo se queda callado escuchando lo que esa rubia le dice. Ahora entiende por qué es que ella despertaba en la noche llorando y asustada. Pero ella nunca le quiso decir. Lo que le molesta mucho, y no porque ella no le contara, sino por imaginarse a Kayla irse llorando desconsoladamente.

—¿Y por qué la molestaban? —indaga Hugo, conteniendo la rabia y las lágrimas.

—Porque era pobre. Ella no pertenecía a ese mundo donde solo estábamos los hijos de la élite, así que querían que se fuera —responde Raquel. Hugo solo se queda callado. Sintiendo un profundo vacío en la boca del estómago. —Por eso cuando estábamos en el crucero y me dijeron que se había perdido con ella, no me preocupaba. Y cuando te conocí. No entendía cómo era que una mujer en esa situación. Había logrado tener a un hombre tan sexy como tú. Pensaba que ella seguía estando en su mismo peso. Sin embargo, esta mañana su madre me enseñó una fotografía de ella. Y déjame decirte una cosa: conozco a Hades muy bien y estoy segura de que ella estará en sus brazos. Porque cuando algo se le mete a la mente, no descansa hasta obtenerlo. Y en ese crucero vi esa mirada de deseo y cómo ella también lo veía.

—Cállate, tú no conoces a mi novia. Sé que ella no sería capaz de eso y mucho menos sabiendo que él le ocasionó los problemas que por años ha estado peleando —expresó Hugo, molesto por lo que Raquel está diciendo.

—Bien, no me creas. Pero verás que sí los encuentran con vida. Lo que yo te dije era verdad y espero y vengas a verme y perderme, perdón —agregó Raquel sin dudarlo.

—Eso no pasará —dijo Hugo.

—Está bien si no me crees —mencionó Raquel poniéndose de pie. Acercándose hasta su bolsa, sacó una diminuta carta blanca. Se aproxima hacia él dándosela en la mano. —Ten por si llegas a necesitarme.

—No creo hacerlo —añadió Hugo. Saliendo de esa habitación. Caminando por el pasillo completamente cabreado. Apretando esa carta blanca. Al bajar las escaleras, se detiene en el primer bote de basura que encuentra. Coloca su mano arriba del hueco del cesto. Dispuesto a tirar esa carta.

Sin embargo, algo inexplicable lo detiene. Haciendo que dude por un par de segundos. Al final, y no muy conforme con la decisión que acaba de tomar, guarda ese papel en su bolsillo.

Saliendo por la puerta principal. Andando por la calle, intentando calmar sus emociones que se han desbordado. En una mezcla de rabia y de vergüenza por haberle pedido ayuda a esa mujer. Sabiendo lo que me pediría. Él lo sabía y aun así tenía la esperanza de que ella lo ayudara, pero solo es una víbora ponzoñosa que solo piensa en su bienestar.

Pero Hugo no pudo quedarse de brazos cruzados y dejar de buscar a Kayla. Se le tiene que ocurrir algo; sin embargo, no sabe qué.

Se detiene en seco recordando lo que trae en su mano. La levanta hasta la altura de su rostro, viendo el hombre de Raquel Olmos con un número de teléfono abajo. Y las dudas crecen en su interior. ¿Qué estaría dispuesto a hacer por Kayla? Se preguntó Hugo, pensando si haría ese sacrificio por su amada…




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