Dominic se aleja de esa puerta. Dando zancadas largas, esperando poder alargar la distancia, o se verá tentado a regresar y tomar a esa mujer por el cabello para sacarla de esa habitación.
Aunque sabe que esa no sería la mejor decisión. Ella no es como Hades. No se deja de nadie y entiende que ella no dudaría en denunciarlo por cualquier cosa que él le haga.
Así que espera idear un plan para salirse con la suya.
En la habitación, Kayla se ha acostado en la cama y Hades está tumbado a su lado con la cabeza en su pecho. A ella le resulta difícil entender cómo es que llegó a esta situación. El odio que le tenía se ha cambiado por completo. Ahora se compadece de él. Incluso siente un poco de lástima. No entiende nada del porqué lo está haciendo.
Ambos cierran los ojos. Hades se siente tranquilo y a salvo al escuchar los latidos del corazón de Kayla. Haz de que el cansancio ya esté haciendo un poco de sus estragos. Así que se quedan profundamente dormidos.
El sargento Dominic ha entrado a su habitación. Va directo al baño. Deteniéndose frente al lavamanos. Mirando el reflejo de su rostro frente al espejo. Sonríe ladino al contemplar los moretones y la sangre que ya se ha secado.
—Eres un travieso, mi Hades —murmuró sin dejar de verse. —Nunca llegué a imaginar la fuerza que tienes.
Al pensar en su pequeño altercado de hace unos instantes, sólo hace que sus ganas retenidas sean más profundas. Su deseo se ha vuelto una obsesión. Y lo sabe con claridad. No le agrada, pero no puede detenerse.
Teniendo su mente fija en eso. Sin pensarlo, toma la toalla de al lado. Mojando un extremo bajo el chorro de agua que cae al abrir la llave. Lleva esa humedad hacia su rostro. Limpiando cada una de esas impurezas y un poco de arena. Al igual que la sangre.
Cuando está totalmente limpio, su rostro vuelve a verse en el espejo, notando lo rojo en su piel. En vez de enojarse, solo sonríe ligeramente. Se da la vuelta regresando a su habitación. Cambiando su traje que se ha ensuciado por uno limpio.
Al finalizar de abotonarse el último botón, se coloca su sombrero y sale de la alcoba. Dirigiéndose hacia la cabina de mando del barco. Todos se ponen de pie haciendo una señal de saludo con la mano en señal de respeto.
—Descansen —saludó el sargento.
Todos los presentes obedecen las órdenes de su superior. Voltean a verlo y todos quedaron sorprendidos. El sargento Dominic tiene la cara roja e hinchada. No comprenden cómo es que terminó así. Dominic siente el peso de todas esas miradas sobre él. Endureciendo su expresión. Frunciendo el entrecejo y arrugando la nariz.
—Qué ven. ¡Todos a sus puestos! —les grito haciendo eco en las paredes debido a su fuerza.
Los presentes, espantados, apresuradamente se sientan en sus lugares, ignorando al sargento. Él camina hacia un rincón alejado donde se sientan en una silla. Poco a poco. Comienza a sentir como que su rostro empieza a doler. Se estira para alcanzar el teléfono sobre la mesa. Marcando un código.
—Hola, capitán, ¿en qué puedo ayudarlo? —habló una mujer en tono militar.
—Necesito un analgésico. —dijo. —También quiero que hagas una cena especial para tres personas. Nuestros invitados lo necesitarán. —completamente para no verse tan sospechoso.
—Será un placer, sargento Benavides. —La llamada se termina. Dominic se queda sentado mirando hacia un punto inexistente. Cuando un cuerpo se detiene frente a él, captando su atención. Levanta la mirada, viendo a ese joven Tyler de ojos grises, cabello rubio, piel perfecta, con una complexión física que lo ha dejado impactado. Pero deja de contemplarlo y fija su vista en sus ojos para cambiar esos pensamientos que tiene.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dominic con semblante serio.
—Sargento, le traigo noticias: se les ha informado a las familias de los náufragos que los hemos encontrado y que mañana mismo estarán con ellos —le informó el joven con esa voz suave y serena. Que le recuerda un poco a la voz de Hades cuando era niño. Y está seguro de que por eso lo atrae tanto.
—Está bien. Puedes irte —dijo Benavides y cambió su mirada hacia otro lado.
Pero de reojo puede ver cómo el joven hace una pequeña reverencia sosteniendo su sombrero con dos dedos y se va. Él pone nuevamente su mirada en él. Y es que no puede negar que tiene deseos por Tyler, pero más que nada es por el parecido en su voz a ese niño. Y más de una vez ha intentado convencerse de usarlo para calmar sus ganas, pero no puede. Su subconsciente le dice que no puede traicionar a su querido Hades. Que no puede estar con nadie más que no sea él. Y esa es la razón por la cual no puede tomar a Tyler. No tiene ojos para nadie más.
Deja de pensar en eso y enfoca su mente en tripular este barco.
Horas después, Kayla y Hades se han levantado de la cama. Él le dio la oportunidad de que ella se bañara primero. Al salir de la regadera, cubrió su cuerpo con una bata blanca y su cabello con una toalla. Sintió cómo su cuerpo se limpiaba y se sintió más fresca. Salió del baño un poco insegura de encontrarse con Hades en esa situación. Pero al entrar a la alcoba de nuevo. Él estaba mirando por la ventana redonda del barco. Que ni siquiera se percató de que ella había salido. Kayla lo ve con detenimiento. Cómo sus ojos están fijos en la vista de la ventana. Pero cambia su vista a su aspecto, que la verdad no es el más adecuado. Así que se le ocurre una idea.
—Quieres que te ayude a cortarte la barba —añadió Kayla con calma.
Esa dulce voz capta la atención de Hades. Que deja de ver por la ventana, regresando su vista hacia atrás. Contemplando el cuerpo de Kayla, que está cubierto por sólo una bata. Baja su vista a sus delgadas y delicadas piernas. Sube un poco hasta imaginarse esa parte entre sus piernas que está cubierta por la tela. Sabiendo que debajo no hay nada. Recuerda de inmediato ese momento en la isla. En cómo sintió esa humedad, acompañada de esa presión que nunca antes había experimentado. Con tan solo recordar eso, siente un cosquilleo en su entrepierna. Sabiendo con claridad qué es lo que significa. Se avergüenza por lo que está pensando.
Editado: 05.09.2025