Al salir los primeros rayos del sol, Kayla se levantó de la cama esperando no despertar a su amiga que está a su lado. Aunque lo duda mucho, conoce a Felipa de años; sabe que tiene un sueño muy pesado, incluso ronca como si fuera un carro de esos antiguos que no quiere arrancar o que se está descomponiendo.
Al final se coloca su ropa, que ya está seca después de pasar por la secadora. Se agarra el cabello, se coloca sus zapatillas y al final sale del departamento de su amiga. Ella decidió salir sin que ella la viera porque la conoce y sabe que ella no la dejaría ir sola por sus cosas y no se siente cómoda con que ella vaya. No porque le tenga miedo a Hugo, sabe que, a pesar de que él ahora sea diferente. No es capaz de hacerle daño o eso espera.
Al salir, se acerca a la calle mirando hacia una dirección, esperando que algún taxi se acerque. Ve uno a lo lejos. Le hace una señal para que se detenga. El vehículo amarillo se detiene frente a ella. Kayla sube, le indica hacia dónde ir y el carro se pone en marcha.
Minutos después de viajar por las calles de la ciudad en la mañana, el taxi se detuvo en el estacionamiento. Kayla le pasó un billete por encima del hombro. El hombre desconocido acepta el dinero. Espera a que la joven se baje y, al oír que cierra la puerta, pone en marcha el vehículo para seguir con su jornada de trabajo.
Kayla escucha cómo el taxi se va. Mientras ella ve con atención ese edificio que durante años fue el hogar que compartió con el hombre que creía que sería el único hombre en su vida. Sin muchos ánimos empieza a caminar. Viendo en el estacionamiento su vehículo que tanto extrañaba. No mira por ningún lado el auto de Hugo, lo que de cierta manera le alegra porque no tiene ánimo de encontrárselo.
Sintiéndose mejor, camina hacia la entrada del edificio. Poniendo el código en la puerta para poder entrar. Se escucha cómo el seguro sale, dejándole total acceso hacia el interior. Sube las escaleras con rapidez; quiere llegar lo más antes posible al departamento, tomar todas sus cosas antes de que él llegue y pueda pasar algo.
Llega a la puerta. Saca las llaves y entra al departamento. Observa que todo está en total silencio y oscuridad. Se alegra por eso y se va directo hacia la habitación. Caminando por esos corredores que por años vieron el amor que ellos tanto se demostraban. Deja de pensar en eso. No quiere tardarse más de lo debido.
Al llegar a la alcoba, ve la cama que está igual como ella la había dejado. Va hacia el armario sacando la maleta que aún contiene la ropa de su viaje. La abre, hace a un lado las prendas y empieza a meter todas sus cosas. Dejando limpio el closet; al terminar, cierra la maleta. Saca otra y va directo al baño agarrando todas sus cosas de limpieza personal. Coloca todo en su lugar. Y continúa con sus zapatos que están al fondo del clóset.
Toma algunos y se da la vuelta para dejarlos en la maleta...
—Kayla. —Oír esa voz causa en Kayla un escalofrío que incluso se le erizan los vellos de todo el cuerpo. Se gira y lo ve de pie en el umbral de la puerta con una facha pésima. La ropa toda desarreglada, su cabello todo alborotado y con ojeras bajo sus ojos. Que le confirman que no ha pasado una buena noche. Lo que le gusta y es que se merece eso.
—Hugo —respondió Kayla dándose la vuelta, siguiendo acomodando su ropa.
—¿Qué haces? —preguntó al ver la maleta al lado de la cama y la otra encima con un montón de cosas en su interior.
—¿Qué crees que hago, llevándome mis cosas? —contestó Kayla cerrando el cierre de la maleta y dejándola en el piso. Agarrando ambas maletas y acercándose hacia la salida.
—Hey, ten cuidado, eso se ve pesado y podrías lastimarte —mencionó Hugo al recordar lo que ella le había dicho anoche.
—¿Y eso a ti qué te importa? —dijo ella de mala gana.
—Si mal no recuerdo, dijiste que estabas embarazada y no soy doctor, pero sé que no es bueno cargar cosas pesadas en tu estado —mencionó Hugo con suavidad, colocando su mano en la maleta que ella trae. Kayla se enfurece por ese gesto. Y aparta su mano de ahí.
—No me digas que ahora ya te importa si anoche no se notó eso —le recordó ella con voz fuerte.
—Lo sé, pero tú dijiste que existe la posibilidad de que sea mío y si eso es así, entonces tengo derecho a cuidarte —declaró Hugo, pero Kayla sintió esas palabras con un total cinismo.
—Qué infeliz eres. Después de todo lo que me dijiste y de cómo me hiciste sentir, ahora sí vienes a decirme esas tonterías —dijo Kayla decepcionada. Dedicándole una mirada de enojo y sin importarle el peso de las maletas.
Esas palabras lastiman a Hugo; sabe bien que la lastimó más de lo que esperaba, pero estaba cegado por los celos y no midió sus emociones.
—Perdóname por mis palabras y mis actos, sé que me comporté como un idiota, pero estaba enojado, lleno de celos y no medí mis palabras y acciones —declaró Hugo con la voz entrecortada.
Kayla se detiene escuchando esa disculpa que solo se sabe amarga.
—Eso ya es muy tarde, lo hecho está y solo me demostraste que realmente no te conocía como pensaba y, aunque creas, me has hecho un favor en alejarme de personas como tú —dijo Kayla sintiéndose un poco mejor. Da un par de pasos más.
—¿Lo vas a tener? —preguntó mientras ella se iba.
Kayla se detiene nuevamente y voltea por encima de su hombro.
—A ti qué te importa lo que haga con el bebé si lo dejaste muy claro anoche —expresó ella viéndolo y notando tristeza en su rostro, lo que la compadece de alguna manera. —Sí lo voy a tener. Él no tiene la culpa de lo que ha pasado y no te preocupes, si el bebé es tuyo, estarás en tu derecho de darle tu apellido si así lo quieres; incluso podrás verlo. Pero eso no significa que tú y yo estaremos juntos. Lo nuestro terminó anoche y es mejor que cada quien siga su vida como le parezca.
Oír esas palabras alegran a Hugo, dándose cuenta de que Kayla será una muy buena madre y es una excelente persona. Pero una duda vaga pasó por su mente, causándole malestar.
Editado: 13.11.2025