Había escuchado un sinfín de veces el dicho que decía que “en el amor y en la guerra todo se vale”, pero solo 6 meses antes había empezado a encontrarle sentido. Mi vida después de la llegada de Nicholas Taylor había dado un giro de 360 grados, Joseph Taylor, el presidente de la compañía y a quien yo consideraba como mi abuelo, había pensado muy bien las cosas, y no fue hasta el día en que Nicholas apareció en la casa Taylor para una cena de bienvenida organizada por nada más y nada menos que Abigaíl Taylor, a quien claramente yo consideraba como mi abuela, que no me dio la noticia de que se retiraría y dejaría a Nick a cargo de todo.
Todos los presentes en aquella cena sabían que, si me hubieran dado esa información, tan siquiera una hora antes hubiera renunciado, sin siquiera pararme a pensar en nada. Pero esa noche, entre el shock de volver a ver a Nick después de tanto tiempo y las palabras persuasivas del abuelo, había aceptado permanecer en la empresa y trabajar junto al hombre con el que desde los 13 años vivíamos en guerra.
Aquella noche había optado por creer las palabras de mi madre y mi abuela, quienes aseguraban que la estancia de Nick en el extranjero había logrado por fin que madurara, en aquel momento, le di el beneficio de la duda y quise confiar en que a lo mejor ellas tenían razón y Nick era un hombre diferente. Por un segundo lo creí, en especial porque en el transcurso de aquella cena se había comportado con todo un caballero, tratando a todos por igual y respondiendo amablemente las preguntas que todos hacían incluyendo las mías. Pero desafortunadamente la realidad me golpeó en la cara a las pocas semanas, la amabilidad de Nick se fue esfumando rápidamente y cuando me di cuenta nuestras batallas campales empezaron con toda la artillería puesta, como si ambos la estuviéramos esperando.
Nick había ocupado una vez más el rol de Fuckboy que tanto le caracterizaba, la única diferencia era que ahora él era el soltero más codiciado de toda Manhattan y no había una sola chica de sociedad o no que no se derritiera por aquel hombre, y, bueno, para ser justos, debía admitir que Nicholas Taylor era un hombre bastante guapo, dotado de bastantes cualidades físicas que cautivaría con facilidad a cualquier mujer con ojos y gustos medianamente decentes.
Nick medía alrededor de 1.95 cm, bastante alto, a decir verdad, en especial para alguien de mi estatura, que solo llegaba al 1.65 cm y con tacones con suerte llegaba al metro setenta, además de su altura poseía unos cabellos tan negros como su propia conciencia y solo por aclarar eso es muy negro, pero una vez más debía admitir que su cabello era perfecto, peinado o despeinado simplemente era perfecto, y combinaba a la perfección con su bronceada piel.
Cada facción de Nicholas Taylor era escultural, su mandíbula cuadrada y marcada le daba el aire de Adonis que lo caracterizaba desde que tenía 12 años y que desde entonces no abandonó ni un solo día, y sus ojos color miel le daban el toque final para completar la combinación más deseada por todas las mujeres de Manhattan, esos ojos que podían adentrarse en tu interior en un segundo y desentrañar todos tus miedos y deseos mejor escondidos. Sin embargo, pocas personas habíamos podido entrar en aquellos ojos y ver más allá de la facha de chico indiferente que vendía al por mayor desde hace muchos años, pocas veces me había permitido ver esa parta de él, pero al menos podía decir qué había hecho.
Desafortunadamente, para mí, todos esos encantos de los que galardonaba con toda persona ocupante del planeta Tierra desaparecían frente a mis ojos, por supuesto soy una mujer con la capacidad de ver todas aquellas cualidades físicas de las que dispone mi jefe, sin embargo, me había hecho inmune a sus encantos, yo era su criptonita y no porque le hiciera más débil, sino porque al igual que Superman todos sus encantos desaparecían frente a mí. Nicholas Taylor para mí solo desbordaba egocentrismo, vanidad, prepotencia, arrogancia y ahora a su lista de muchas cualidades agregábamos mandón y déspota.
Allí estaba yo una vez más, a las 8 pm aún en la oficina, aun cuando mi horario laboral había terminado hace un buen tiempo, llevaba 2 horas extras en la oficina corrigiendo el informe para una importante junta que tendríamos a la mañana siguiente con los socios de la compañía, ya había corregido cerca de 20 veces el documento, pues al señor Taylor no le gustaba la fuente, el tamaño, el color de los gráficos, el número de grapas o la manera en que las había puesto, y como si no fuera suficiente, había estado más veces en la planta baja del edificio en los últimos 10 minutos que en todo el día, esta era la quinta vez que preparaba el mismo café, pero al señor Taylor seguía sin gustarle.
—Tres cucharadas de azúcar señorita Jones— imitaba lo que el señor Taylor me había dicho un par de minutos antes— no es tan difícil, a ver cuente conmigo 1, 2, 3 - y mientras contaba justo como él lo hacía, revolvía la 5 taza de café con toda la ira que llevaba dentro— Maldito arrogante, fue exactamente lo que hice hace 4 tazas de café, mi jornada laboral terminó hace más de 2 horas, no tendría por qué estar preparándole café— respire profundo contando hasta 10 y tome la taza de café una vez más.
A paso lento caminé al elevador, rezando por que el día por fin acabara, moría de hambre, mis pies estaban adoloridos por los altos y elegantes tacones que llevaba puestos desde muy temprano, necesitaba una ducha para sacar el estrés y si esto no terminaba pronto tendría que pagar un taxi porque el último autobús no tardaba en pasar.
En cuanto oprimí el botón del elevador contaba los segundos para que las puertas se abrieran, siendo sincera, no quería agregar una razón más para escuchar los estúpidos regaños de mi jefe. 10 segundo después el elevador se abrió y en cuanto estuve dentro oprimí el número 25, aquella era la última planta del gran edificio y donde se encontraba la oficina del odioso ser que era mi jefe. Una vez frente a las grandes puertas de madera tallada que me separaban de la oficina, toque esperando que me autorizara a entrar, en cuanto me Nicholas me autorizo la entrada pase rápidamente con el deseo de que esta taza de café fuera la última.