Perdiéndola (mia para siempre #2)

Prólogo

Trujillo, 5 años después de la boda

Son las 3 de la mañana y sigo sin poder dormir. Abro los ojos y miró el techo de mi antigua habitación una vez más. Ya no recuerdo cuando fue el último día que dormí de un tirón. A quien quiero mentirle, lo recuerdo. Perfectamente. Me siento en la cama, apartó las sabanas y coloco mis pies en el suelo. Suspiro. Mi mirada va directamente hacia la mesita de noche al lado de mi cama. Los recuerdos siguen vivos en mi memoria y las consecuencias de mis actos, también. Me levantó y camino hacia la ventana de mi habitación, esa que da hacia el jardín de mi casa. La abro y dejo que el aire fresco acaricie mis mejillas.

Estamos en verano y parece que será uno de los más calurosos. Cuando era un niño solía amar esta estación, me recordaba a la primera vez que mis padres nos llevaron a la playa y armamos nuestro primer castillo de arena. Seguí amándola cuando era un adolescente cachondo que iba a la playa para ver chicas en bikini o no necesariamente iba a la playa; bastaba con sentarme en algún parque y observar a las chicas hacer deporte en trajes pequeños. La amé aún más cuando era joven y coleccioné los recuerdos más maravillosos con ella…con Nina. Cada verano siempre fue especial. Pero entonces dejé de amar el verano cuando firmamos los papeles de divorcio. Irónico, mi estación favorita se convirtió en la menos deseada ¿Qué sería de ella? ¿Aun pensaría en mí? Lo más probable y lógico era que no.

Lo último que supe de ella fue que estaba conociendo a alguien, que estaba finalmente superando lo que pasó entre nosotros. Esperaba que fuera feliz y que el hombre con el que estaba compartiendo su vida le diera la felicidad que yo le prometí y que no cumplí.

Me despego de la ventana y vuelvo a la cama. Tomo la foto que descansa sobre la mesa y sonrio tristemente. Que felices fuimos en ese entonces. Ella vestida de novia me sonreía con los ojos llenos de amor y yo le devolvía el gesto. Estábamos tan enamorados que provocábamos diabetes.

Aún recuerdo nuestros votos, la noche maravillosa que vino después de la fiesta y las promesas hechas en una cama deshecha.

—Te amo manzanita. Te amaré siempre. Soy el hombre más afortunado. Eres maravillosa…—le había dicho mientras pasaba mi lengua por su delicada garganta provocando dulces gemidos.

—Eres mío…y me asegurare que lo seas para siempre—susurro sobre mis labios acariciando mis costados con sus uñas.

Cierro los ojos perdiéndome en el recuerdo. Eso es lo único que me queda de ella. Recuerdos.




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