Perdon por los bailes

Kenna 36

Hoy no quería levantarme de la cama, es de esos días donde todo me da bajón y los pensamientos de suicidio pasan por mi cabeza. Hice lo posible para llegar a la cocina y prepararme una taza de té, el olor a frutos rojos me calmaba, tenía mis pastillas en la mano, las observé por un largo rato hasta que por fin decidí tomarlas.

Me dirigí hacia el escritorio, mantener la mente ocupada por un rato me ayudaría a relajarme un poco, estuve como dos horas escribiendo “It’s okay to not be okay”, mi cuerpo se sentía pesado con cada letra, pero las lágrimas no salían.

Cuando por fin tuve fuerzas decidí ir al GYM, preparé las cosas y tomé las llaves del coche. Eran las 7 de la tarde así que estaba lleno, a donde quiera que me movía había una multitud, pero por alguna razón yo me sentía sola, entonces la ansiedad volvió a mi pecho, sentía mi corazón latir como si me fuera a dar un infarto, me faltaba el aire y todo me giraba. Salí de allí olvidando por completo mi coche agarre el teléfono y sonó la contestadora “hola soy Ryan, ahora no puedo contestar. Déjame un mensaje y te llamo”.

Seguido del tono empecé hablar, como si en realidad me fuera a escuchar — Ryan soy yo, no puedo más, siento que me estoy ahogando, los pensamientos inundan mi mente y me susurran que me vaya de este mundo y te haga compañía, mientras estaba en el gimnasio me imaginé cortando mis venas; llamando a mi madre y diciéndole que ya no podía más, que me perdonara por ser tan egoísta. Me vi tirada mientras me desangraba y a nadie le importaba mi muerte, porque tú ya no estas— las lágrimas por fin empezaron a salir, y el nudo en la garganta se hacía más presente.

Caminaba sin rumbo, con la vista empañada y con el silencio que se escuchaba al otro lado del teléfono. Sabía que si llegaba a casa podía quitarme la vida, pero un recuerdo tuyo llego a mi mente, uno donde éramos felices en la secundaria y reíamos sin parar, gracias a ese recuerdo me detuve en una parada de autobús y subí sin siquiera mirar la ruta de este.

Iba sin rumbo, gritando a los cuatro vientos, pero nadie me escuchaba, lloré tanto que me quede dormida y cuando el autobús llego a su ruta final el conductor me despertó. Miré al cielo y había un hermoso crepúsculo rojo como si todo estuviera prendiendo fuego, la noche que poco a poco entraba me fue haciendo compañía hasta que por fin llegué a casa y una copa de vino me esperaba.




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