Subimos a su moto, le abracé mientras apoyaba mi cabeza en su espalda. No sé cuánto tiempo nos tomó ya que me quedé dormida, al despertar estaba casi amaneciendo. Aparcamos la moto y subimos una pequeña colina donde se veía lo que antes era un lago.
La luna aún estaba afuera acompañada de algunas estrellas, mientras que del otro lado poco a poco se empezaba a asomar el sol.
Era un momento mágico, solo nosotros y aquel lago desierto. Le escuché susurrarme, como si no quisiera molestar a nadie. Con una voz dulce y suabe me pedía que no dejara de mirar, porque aquellos peces danzaban para nosotros. Que no dejara de sentir, que, a pesar de estar en un desierto, ellos siguen bailando, soñado y deseando volver a nadar.
Su voz se estaba volviendo casi un canto, y me dieron ganas de bailar. Me giré y le tomé de la mano, bailamos, sin música, pero al ritmo del viento. Acompañado de los peses y hasta el amanecer.
Branwen tenía razón, cuando estuve lista, mis pies fueron directos a bailar con él.
Editado: 15.11.2024